Una década de calvario para Chrysler

Madrid.-  Los últimos diez años, quizá algunos más, han sido para el grupo automovilístico Chrysler un calvario plagado de penitencias, las impuestas por las decisiones equivocadas de sus ejecutivos y por un mercado, el estadounidense, que está cambiando de hábitos y gustos por los elevados precios de los carburantes.

Chrysler, en este penitente calvario, ha pisado varias veces la línea del abismo, la primera de ellas salvada por el grupo Daimler Benz en el año 1998, cuando el grupo alemán Benz formalizaba la compra del Grupo Chrysler y de sus tres marcas (Chrysler, Jeep y Dodge) por la abultada cantidad de 35.000 millones de dólares.

La operación fue anunciada entonces como una "fusión entre iguales", pero nada más lejos, porque de inmediato el grupo estadounidense fue puesto en manos del alemán Dieter Zesche, sólo dos años después de la compra, sustituyendo a Robert Eaton, para someter al grupo industrial a un férreo programa de reestructuración.

Zetsche, hoy presidente del grupo Daimler, guió con mano dura durante seis años cerrando fábricas y reduciendo en 26.000 puestos la plantilla del entonces segundo fabricante mundial.

En ese tiempo, las marcas de Chrysler renovaron su catálogo de productos con la transferencia de tecnología alemana, pero claramente insuficiente.

El grupo estadounidense empezó a acusar una crisis de ventas derivada de la subida del precio del petróleo, no prevista por la dirección de Zetsche, que llevó a una caída de las ventas de vehículos SUV, sin que este vacío fuera compensado por vehículos de menor tamaño con los que hacer frente a las pérdidas del mercado.

El deterioro llegó a su cenit en 2006, año en el grupo registró unas pérdidas de 1.500 millones de dólares, una cifra que fue propicia para dispararse los primeros rumores de venta de la aventura americana de la alemana Daimler.

Pronto empezaron a sonar posibles compradores, una buena parte de ellos procedentes de Canadá, entre ellos algunos fondos de inversiones canadienses y la empresa Magna, propiedad de el multimillonario de origen austríaco Frank Stronach.

Otro multimillonario relacionado con el mundo del automóvil, Kirk Kerkorian también se destapa con una oferta de 4.500 millones dólares.

Al final, Tom Lasorda, consejero delegado del grupo Chrysler, anunciaba en 2007 que sería el fondo de inversiones Cerberus el que compraría el 80,1% de las acciones a cambio de 7.400 millones de dólares, mientras el paquete restante quedaría en posesión de Daimler Benz, que así se garantizaba una vía para vigilar sus transferencias tecnológicas, aunque terminó pagando 650 millones de dólares para cerrar la operación.

La venta del grupo Chrysler -comprado en 1998 por 35.000 millones de dólares- arrojó para la automovilística alemana un balance negativo de alrededor de 30.000 millones de dólares, una vez realizadas las correcciones monetarias.

Lasorda fue sustituido por Bob Nardelli, un ejecutivo nunca relacionado con el automóvil que accedía a Chrysler desde la dirección de la compañía The Honme Depot, un relevo que en su momento fue interpretado como reflejo de la escasa confianza de Cerberus en los ejecutivos de Detroit.

Hoy, las cosas en el grupo Chrysler no han mejorado. Sufre los efectos de la crisis financiera, sumada a la caída del mercado automovilístico estadounidense, una situación que también afecta a General Motors y en menor medida a Ford, con serios riesgos de bancarrota.

De momento, la caída al abismo ha sido salvada por las ayudas financieras GM y Chrysler inyectadas por el Gobierno estadounidense, aunque a pesar de su elevada cuantía, en torno a 4.000 millones para las tres marcas de Chrysler, ya han advertido que pueden no ser suficientes.

Ahora queda por despejar el efecto que tendrá la alianza estratégica con Fiat, una automovilística que ya lo intentó con General Motors, sin éxito.