WASHINGTON, D.C.- Tiene 40 millones de lectores en todo el mundo. Nueve millones son suscriptores. Sus reportajes, fotografías, mapas y gráficos han multiplicado sus seguidores a través de 31 ediciones en otros países. A sus 121 años, la revista National Geographic sufre la crisis como el resto de los medios, pero capea la falta de ingresos publicitarios con el poder de su marca, la obsesión por la calidad y el mimo a los detalles. Esta receta y un marco amarillo son los ingredientes de un prestigio que hace historia.
Juan Velasco muestra el póster final del proyecto de reconstrucción de Wilma.
"La idea es dar siempre lo mejor y para ello ponen todos los medios económicos y todo el tiempo posible", explica el editor gráfico Fernando Baptista en la sede de National Geographic en Washington. "Eso es algo que ahora mismo no hace nadie más".
A diferencia de otros, National Geographic es publicada por la entidad que lleva el mismo nombre, que no depende únicamente de los beneficios económicos por suscripciones, ventas y publicidad. Por el contrario, se trata de una organización sin ánimo de lucro que se ha permitido fundar más de 9.000 proyectos, investigaciones y expediciones. Junto con la revista, los canales de televisión, documentales, productos educativos, recopilaciones, libros y material especializado alcanzan una audiencia de 325 millones de personas al año.
Baptista era un seguidor más del trabajo de esta institución hasta que hace dos años recibió una llamada de ellos, cuando se encontraba trabajando en el diario El Correo. "Fue pasar de tercera división a primera", cuenta Baptista en la sede la revista en Washington. "Nada más llegar me preguntaron cuál era la tirada de mi periódico, a lo que contesté que de unos 130.000 ejemplares. El director de arte de entonces me dijo: 'Mira, National Geographic vende nueve millones en más de 30 países. Además, tu periódico, una vez leído, va a la basura, y nuestra revista se guarda. Tienes que venirte".
El infógrafo español aún describe con asombro la capacidad de la organización para mandar a grandes equipos de personal y material a cualquier localización. "Sólo National Geographic puede contratar ilustradores especializados, pagar miles de dólares por un dibujo o contactar con expertos únicos en todo el mundo", añade.
Pero la potencia de esta marca no sería la misma si el nivel de exigencia no estuviese a la altura del tiempo y dinero invertidos en cada proyecto. Para David Griffin, director de fotografía de la revista, lo que marca la diferencia son las ideas. Las propuestas de temas para un reportaje pueden llegar desde cualquier departamento o empleado. Para que la proposición vaya hacia adelante tendrá que pasar el filtro de un comité encargado de juzgar cuáles son lo suficientemente buenas. Sólo pasará "si es una historia que no haya contado nadie antes o si está presentada desde un punto de vista único", puntualiza Griffin.
También la producción de la revista es diferente a la de otras publicaciones. Cada propuesta aprobada es producida por un equipo de varias personas que trabajan conjuntamente entre seis y ocho meses hasta dejarla lista. El editor de fotografía se une a un fotógrafo, un escritor, un editor de arte, un maquetador, un documentalista y un editor para la edición digital del proyecto.
La sede principal de National Geographic en Washington, D.C.
Una de las decisiones que toma esta cuadrilla es si el texto irá acompañado de fotografías o necesitará mapas y gráficos. En caso de que tengan que hacer uso de estos últimos, entran en escena dos españoles clave en la organización. Uno de ellos, Juan Velasco, dirige el departamento artístico donde trabaja Baptista. Anteriormente, creó infografías durante cinco años en El Mundo y otros cinco en el New York Times.
El último proyecto de Velasco es un ejemplo de la obsesión de National Geographic con la perfección. "Es lo más complejo que he hecho en mi vida profesional: la reconstrucción de un neandertal, en este caso la primera de una hembra [apodada Wilma], a tamaño real y en la que invertimos ocho meses de trabajo", relata en su despacho.
El equipo buscó fósiles de los huesos por diferentes partes del mundo, ensamblaron el esqueleto con las réplicas y, a partir de ahí, añadieron tejido muscular para darle las dimensiones exactas, la piel, el pelo... Una tarea que no encargaron a cualquiera. Velasco trabajó con dos gemelos holandeses expertos en esta época prehistórica. Mientras Kennis & Kennis construían la figura de Wilma en Holanda, Fernando Baptista echaba una mano en Washington para encontrar las poses en las que fotografiar el esqueleto articulado —para el que diseñarían también las barras de hierro de sujeción—. La sesión de fotos en los Picos de Europa llegaba después de muchos meses de investigación para que todo estuviese al detalle.
La función de Baptista se centra más en ilustraciones y gráficos, creando primero reproducciones a mano de los objetos que después pasa al ordenador, aunque sus últimos proyectos también le han obligado a mirar atrás en la historia. Acaba de idear un mapa que explica la importancia de la ciudad de Jerusalén e incluye todas las implicaciones político-religiosas para cristianos, judíos y musulmanes.
El proyecto le llevó a contactar con entendidos tanto en política y religión como en la evolución de la arquitectura de la ciudad. "En cada tema siempre buscamos el experto y después vamos hasta la fuente, o la mayor autoridad", explica antes de confesar que quizá la parte más complicada es lo que viene luego. "Todo tiene que ser original. El proceso de corrección es casi mayor que el de producción. En el momento en el que está casi acabado, el proyecto empieza a circular por todo el edificio y te llegan comentarios de todos. Es la parte más agobiante; ese nivel de control, de que todo sea perfecto".
Cada caso es casi siempre igual de complejo. Las anécdotas de un fotógrafo que ha esperado semanas en Alaska hasta conseguir fotografiar a un oso no tienen nada que envidiar a las de un ilustrador. Baptista entregó un póster sobre Egipto a un experto en los accesorios de las prendas de vestir en Luxor. Le llegó de vuelta con una nota para que cambiara todas las perlas que había dibujado en forma redonda para que las pusiera con forma de lágrima. "Contactamos con expertos hasta para saber el color de la piel", dice.
El nivel de exigencia no disminuye en el caso de los artículos ilustrados con fotografías. Es el elemento que antes identifican todos los seguidores de National Geographic y que a más de uno ha inspirado a hacer sus primeras fotos.
"No buscamos sólo buenas fotografías. El material tiene que contarnos una historia y contarla bien". Según Griffin, el criterio más difícil de cumplir es también la marca de la publicación; la elección de un profesional que tenga una voz y estética únicas, pero también que sepa servir periodísticamente y con originalidad.
Baptista posa con el póster de Luxor.
Cualquier aspirante a publicar fotos en las páginas de esta revista, además de superar la revisión de su material, tiene que demostrar que puede hacerlo mejor que los 40 fotógrafos más o menos fijos y 100 colaboradores especialistas que ya forman parte de la organización. "Queremos innovadores, no queremos fotógrafos que nos prometan que saben hacer las mismas fotos que ya tenemos", explica el director de fotografía de la revista.
Además de estos 140 fotógrafos, el departamento cuenta con unas 30 personas bajo la dirección de Griffin. Diez de ellos son editores de fotografía a los que se asignan los proyectos. El resto están encargados de la coordinación de los proyectos o de construir y mantener todas las cámaras de la organización. Desde las más sencillas hasta las que usan para los documentales en el mar. Todo se realiza en la casa. Y en las historias más complejas, los técnicos también viajan.
Un fotógrafo puede llegar a pasar entre uno y dos meses en el lugar de trabajo. El escritor estará menos tiempo, pero antes de que llegue alguno de ellos, el equipo realiza una labor exhaustiva de documentación, búsqueda de los expertos y entrevistas que acaba viéndose reflejada en el producto final. El fotógrafo, además, suele hacer dos viajes. Entre uno y otro se revisa todo el material y decide si ha de volver o no. Lo normal es que sí regrese, según afirma Griffin, con una visión más concreta del objetivo después de consultar con todo el equipo del proyecto. Volverá con una media de 40.000 fotografías, de las que sólo 50 entrarán en una selección final, para reducirlas hasta las 12 que suelen acompañar al texto.
Algo único en este proceso es que el fotógrafo está involucrado en todo momento, desde que surge la idea hasta que se termina la maquetación de la pieza. Como bien dice Griffin, "nadie sabe mejor que él si hay otra instantánea que sirve mejor a la historia que la elegida por el editor. Si tenemos que corregir el color de una foto, sólo el fotógrafo sabe si lo estamos haciendo correctamente. Él es el único que estuvo allí".
En National Geographic trabajan con cámaras digitales. Aunque no todos han sucumbido a los avances de la tecnología. Griffin nos cuenta que las primeras fotografías digitales fueron tomadas a finales de los años 90, pero la mayoría de los profesionales tardaron en adaptarse. Hace cinco años casi el 80 % del material era obtenido con cámaras analógicas. En estos momentos, el 95% es digital.
"La cámara digital no es un requisito para el fotógrafo. Pero permite mayores posibilidades en localizaciones de poca luz y mayor definición con todos los rangos de luz natural", explica quien más sabe de fotografía de la empresa.
Los nuevos archivos digitales también permiten catalogar y conservar todas las fotografías. Los sótanos de la sede en Washington están ocupados por 10 millones de originales obtenidos durante toda la trayectoria de National Geographic. Pero sólo hace ocho años que comenzó la digitalización de imágenes para añadirlas al catálogo. Apenas 1.250.000 de estas fotografías han sido digitalizadas. Han elegido primero las que ya han sido publicadas, aunque se conserven todas las obtenidas por el fotógrafo.
El archivista Bill Bonner trabaja en el archivo de imágenes.
De acuerdo con Bill Perry, director del archivo fotográfico, las 10 millones de instantáneas están conservadas a algo más de cero grados centígrados, una temperatura acordada por expertos en la materia. Cada vez que un departamento de la organización —desde ediciones especiales de libros, pósteres para una exposición o una imagen para un documental—- necesita ver un original, los encargados del archivo lo van cambiando de temperatura durante varias horas hasta poder sacarlo al exterior.
"Tenemos tantas peticiones desde otros sectores del grupo, como los departamentos audiovisuales o los programas educativos", explica Perry, "que nos vimos obligados a poner a su disposición el catálogo a través de internet". Además del registro interno, National Geographic ha abierto al público nationalgeographicstock.com con 250.000 fotografías que pueden reproducir otras instituciones, y ngsprints.com. Este último responde a las demandas de impresión. De momento contiene 50.000 ejemplares y sigue creciendo.
National Geographic ha abierto al público una web con 250.000 imágenes que pueden reproducir otras instituciones
Los encargados del archivo recogen toda clase de peticiones para reproducir imágenes con el sello de National Geographic y gestionan las licencias y la propiedad de todo el material. "El fotógrafo conserva todos los derechos intelectuales sobre su obra. La casa tiene derecho a utilizar lo que seleccione para publicación en la revista y normalmente conserva el derecho a utilizarlas posteriormente pagando por ellas", detalla Perry.
Y entre los posibles usos de las fotografías ya existe la de reproducirlas en internet y a través de dispositivos portátiles. "Creemos que la mejor contribución que podemos hacer a estos avances es una mayor protección de todos los derechos de las imágenes, revisar las licencias y extenderlas, así como mejorar toda la información relativa a una imagen y que después facilitará su uso en otros dispositivos".
Como ha ocurrido con la mayoría de las publicaciones impresas, National Geographic no ve crecer en este momento el número de suscriptores ni de lectores. La crisis también les ha afectado. Pero siguen centrados en la lealtad de todos los suscriptores que no se han ido. "No buscamos beneficios económicos y además sabemos que las publicaciones impresas no están muertas".
Griffin explica con mucho optimismo que los lectores seguirán teniendo las fotos en sus manos cada mes. Sin embargo, la sociedad está lista para los cambios tecnológicos, y están experimentando para poner la revista en las manos del suscriptor, aunque tenga que ser a través del iPhone. "Será mucho mejor si un día todos damos la bienvenida a la opción de trasladar la experiencia del papel a la red, para causar un impacto mucho menor en el medio ambiente"
Parte de la tranquilidad y seguridad que se respira en sus instalaciones viene del poder de la marca. Mientras que otras publicaciones impresas ven como el nombre de la cabecera se diluye, el marco amarillo de la portada de la revista sustenta el futuro de esta publicación.
"No somos un gran medio, pero el poder de la marca es mucho más grande", argumenta Griffin. "Quizá no seamos nosotros los que adivinemos cómo hacer que los lectores paguen por leer en internet, pero estaremos listos en el momento en que alguien descifre esa posibilidad".
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