Alcalá de Henares (Madrid).- Juan Marsé se forjó como novelista en los duros años de la posguerra, cuando la memoria "fue sojuzgada, esquilmada y manipulada", y a "los vericuetos y espejismos" de la memoria histórica dedicó hoy una parte de su discurso del Premio Cervantes, en el que reflexionó sobre la verdad del escritor, sus obsesiones, quimeras y sueños.
"El olvido y la desmemoria forman parte de la estrategia del vivir, tanto en la sociedad civil como en los estamentos del poder. (...) Hay una memoria compartida, que no debería arrogarse nadie", dijo Marsé tras recibir del Rey el galardón más prestigioso de las letras hispánicas y agradecerlo con una lección magistral sobre literatura, la influencia del Quijote en su vida, su amor por el cine y la dualidad lingüística de Cataluña.
Fue un discurso magnífico, impregnado de verdad, sencillez y humor; y lleno de humanidad, como lo están los personajes, de carne y hueso, de las novelas que desde hace medio siglo ha ido publicando este "amante incondicional de la fabulación", como hoy se definió.
Marsé (Barcelona, 1933) no se considera "un intelectual", sino solamente un narrador", y los "planteamientos peliagudos, la llamada metaliteratura", lo dejan "frío". "Bastante trabajo me da mantener en pie a los personajes, hacerlos creíbles, cercanos y veraces", reconoció el escritor, que leyó con tranquilidad, con voz pausada y grave.
Frente al "misterio" y "galimatías" que es la literatura, a Marsé le gusta recordar a Ezra Pound y su creencia de que "el esmero en el trabajo, el cuidado de la lengua, es la única convicción moral del escritor", una frase que él suscribe "con la mayor cautela".
"Pienso que muchas cosas que se dicen o escriben, en el idioma que sea (...), deberían a menudo merecer más atención y consideración que la misma lengua en la que se expresan", dijo Marsé, antes de afirmar que "la televisión debería contribuir a reconocer y asumir la variedad lingüística del país".
El autor de "Últimas tardes con Teresa" o "La oscura historia de la prima Montse" nunca vio "nada anormal" en ser "un catalán que escribe en lengua castellana", pero hay quien lo considera "una anomalía", "un desacuerdo".
Y desacuerdos entre lo que es y "lo que podría haber sido en esta vida, como escritor y como simple individuo", Marsé tiene "para dar y tomar".
"Mis apellidos, de no mediar el azar, podían haber sido diferentes, y mi vida también", afirmó el novelista, cuyo verdadero nombre es Juan Faneca. La madre de Marsé murió tras el parto y su padre, taxista, le explicó sus dificultades para sacar adelante al niño a un matrimonio que llevaba en el coche. Eran los Marsé y decidieron adoptar al bebé.
"En todo caso, con el nombre que tengo o con cualquier otro, nunca he querido representar a nadie más que a mí mismo", subrayó Marsé, quien desde que tiene "uso de razón" ha vivido "la dualidad cultural y lingüística de Cataluña", que en su opinión "nos enriquece a todos".
Esa dualidad es "una terca y persistente realidad", y el realismo "es una corriente literaria muy nuestra, y que aún goza de un sólido prestigio", dijo Marsé, que no quería "instalarse en la identidad cultural para dar lecciones a nadie" ni hacer "una defensa excesiva del realismo".
"Pero, como dijo Woody Allen en una de sus buenas películas, el realismo es el único lugar donde puedes adquirir un buen bistec".
La prohibición de leer y hablar catalán en la escuela influyó sin duda en que él comenzara a utilizar más el castellano.
El padre de Marsé había estado "preso por rojo separatista y republicano", y en la posguerra hizo "una purga preventiva" de los libros en catalán que había en casa, que fueron "sacrificados en una hoguera nocturna", junto con los de otros convecinos.
Marsé tenía siete años y recuerda muy bien "la constelación de chispas y pavesas subiendo hacia la noche estrellada, la ceniza fugaz de las palabras y de las ilustraciones".
Al tercer intento, y con 16 años, logró leer el Quijote "de cabo a rabo". En esa novela anida "el germen y el fundamento de la ficción moderna en todas sus variantes", indicó Marsé, a quien le gusta pensar que "lo inventado puede tener más vida propia y más sentido que lo real, y en consecuencia, más posibilidades de pervivencia frente al olvido".
Ésa fue la lección de Don Quijote desde la primera de sus hazañas. "Él es el valedor de lo más noble, bello y justo que alienta en el corazón humano, el que vela por el espíritu, la vigencia y el esplendor de los sueños".
El cine le sirvió para completar su "precaria" formación. Marsé entraba sin pagar en las salas del barrio, ya que su padre trabajaba como desratizador de locales públicos y conocía a muchos porteros y acomodadores.
"Estoy por decir que gracias a las ratas de la Barcelona gris, penitente y mísera de los años cuarenta, el cine propició y redobló mi natural tendencia a la hipnosis ante cualquier género de fabulación", dijo el premiado.
De Cervantes aprendió que "las cosas no siempre son lo que parecen". No lo eran en aquel siglo "tan pródigo en espejismos, y por supuesto tampoco lo son hoy", aseveró el novelista antes de mencionar las "famosas armas de destrucción masiva que no hace mucho tiempo algunos casi juraban haber visto" y que "al final resultaron ser un par de zapatos". (El discurso íntegro de Juan Marsé puede consultarse en www.efe.com)
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