Buenos Aires.- Amigos de Raúl Alfonsín y dirigentes políticos de todo el mundo han evocado la figura del ex presidente y han rescatado viejas anécdotas de la vida del hombre que lideró el restablecimiento de la democracia en Argentina, que hoy le dice adiós con honores de jefe de Estado.
Guardias de honor custodian los restos del ex presidente argentino Raúl Alfonsín, que son velados este miércoles en el Salón Azul del Congreso de la Nación, en Buenos Aires.
Alfonsín murió el martes a los 82 años, víctima de un cáncer de pulmón, en su apartamento del barrio porteño de Recoleta, que había pertenecido a su madre y al que el ex presidente se mudó en la década de los 90.
Hijo de un emigrante gallego republicano y de una argentina criolla, fue el mayor de seis hermanos y heredó de sus padres sus fuertes convicciones políticas.
En Chascomús, la localidad de la provincia de Buenos Aires donde nació en 1927, los vecinos lo recuerdan como un hombre discreto, tranquilo y dialogante, que se refugiaba en una quinta (finca) para descansar de la presión política.
Su amiga Adela Bugatti relata hoy que eligió Chascomús para tomarse un respiro tras dejar el poder (1983-1989), en medio de una fuerte convulsión social y económica.
"En la casa no se hablaba de política si él no sacaba el tema", explica Bugatti, que recuerda a Alfonsín como "el mejor contador de chistes verdes y no tan verdes".
Era, según coinciden políticos y diplomáticos que lo conocieron, un hombre afable, educado y conciliador, con una intensa pasión por la vida.
"No le gustaban los almuerzos fuera porque era un hombre de costumbres, tomaba una copa de vino y se echaba una cabezada después de comer", apunta el embajador español en Buenos Aires, Rafael Estrella.
Una costumbre muy española, la siesta, que Alfonsín heredó de su padre. Como la tenacidad de "gallego cabeza dura" que solía reprocharle el ex presidente uruguayo José María Sanguinetti, amigo personal del dirigente radical.
Era un "gallego tozudo en serio, con convicciones inquebrantables, y nunca le importó hacer en favor de esas convicciones algo políticamente incorrecto", recuerda hoy el ministro argentino de Justicia, Aníbal Fernández.
Orgulloso de sus orígenes, Alfonsín visitó más de una vez la tierra de su padre y disfrutó de sus calurosas bienvenidas.
"Le emocionó la acogida que recibió en Madrid en su primera visita, en 1984, cuando la gente lo esperaba con carteles con 'Bienvenido doctor Alfonsín' en las calles", cuenta hoy un diplomático español.
En ese mismo viaje se desplazó al pueblo de su padre, Rubadumia, donde hay una calle con su nombre, y se asombró de que sus paisanos colocaran una alfombra de flores para saludarlo.
Además de tozudo, Alfonsín fue un hombre digno, que sentó en el banquillo a las juntas militares de la última dictadura argentina (1976-1983) y condujo el restablecimiento de la democracia durante un mandato cargado de tensiones.
Muchos recuerdan todavía su contundente "En la democracia no solo se vota; en la democracia se come; en la democracia se educa; en la democracia se cura", pronunciada en la campaña electoral de 1983.
Durante su gestión enfrentó 14 huelgas generales, tres sublevaciones militares y el primero de los dos atentados que sufrió en su vida.
En la memoria de muchos argentinos se mantiene su imagen en el balcón presidencial, en abril de 1987, tras la primera rebelión militar de Aldo Rico: "La casa está en orden y no hay sangre en la Argentina. Felices Pascuas".
Pero el país no estaba en orden. La aprobación de las leyes de Punto final y Obediencia debida (1986 y 1987) permitió a miles de represores evadir la acción de la Justicia y desató las iras de organizaciones de derechos humanos y familiares de víctimas.
Fueron decisiones "difíciles" que "requirieron elegir entre lo deseable y lo posible", recordaba Alfonsín en una reciente entrevista con Efe.
Hombre de fuertes convicciones, no tuvo empacho para reprender al ex presidente Ronald Reagan en los jardines de la Casa Blanca, en 1985, durante su primera visita a EE.UU, en un gesto que se interpretó como una pataleta política por el impacto del neoliberalismo en América Latina.
Dejó la presidencia cinco meses antes de lo previsto, en medio de una hiperinflación y una crisis social que heredó el peronista Carlos Menem.
Tras su salida del poder siguió trabajando con la Unión Cívica Radical, aunque un par de batacazos electorales lo fueron apartando de la vida pública y lo llevaron a retomar su pasión por la escritura y a colaborar con medios periodísticos como la Agencia Efe.
Ya en los años 60 había hecho sus pinitos como periodista con la fundación del diario Inédito, donde escribía con seudónimo.
En sus escritos de los últimos años, Alfonsín se mantuvo firme en sus convicciones.
"La democracia es el único procedimiento conocido, en el mundo actual, para resolver en forma incruenta el problema del poder: en lugar de contar los cañones o las metralletas, ganan quienes tienen más votos: ganan y tienen derecho a gobernar mientras respeten las opiniones de la minoría y permitan que ésta predique", advertía en 2004 en el artículo "La búsqueda de la verdad", divulgado por Efe.
Una advertencia que más de un político debería recordar en los tiempos que corren.
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