Como es sabido el primer presidente de la democracia española, Adolfo Suárez, padece desde hace años una enfermedad de Alzheimer. Es éste un trastorno cada vez más frecuente en nuestra sociedad, porque, aunque hay formas preseniles que afectan a personas aún relativamente jóvenes, es propio de la edad senil y nuestro país es el segundo del mundo en expectativa de vida.
El Rey Juan Carlos pasea con Adolfo Suárez, primer presidente de la democracia.
Lo fundamental del Alzheimer es sobradamente conocido, se trata de una demencia degenerativa, es decir un proceso irreversible que afecta al sistema nervioso central produciendo una atrofia del mismo con la consecuente pérdida de las funciones cognitivas superiores. Así el paciente va quedándose paulatinamente sin capacidad de atención, concentración, memoria, inteligencia y lenguaje. El proceso es el inverso al del aprendizaje de un bebé. El niño a medida que pasa el tiempo va aprendiendo nuevas cosas, el anciano con Alzeheimer a medida que pasa el tiempo va desaprendiendo lo que un día aprendió.
Pero hay algo en el mundo del paciente con Alzheimer que les hace igual a los niños y es el vivir continuamente en el presente. Los niños pequeños son incapaces aún de construir los tres sectores de la temporalidad: presente, pasado y futuro. Para ellos hoy es siempre. Para los enfermos de Alzheimer no hay ayer, ni mañana, sólo existe el hoy, el momento presente.
Recuerdo a un paciente con demencia que llevaba varios meses ingresado en el hospital y que preguntaba continuamente a todos los médicos y enfermeros con los que se cruzaba en el pasillo cuándo vendrían sus familiares a recogerlo. Le contestábamos siempre igual: "Don Manuel, sus hijos acaban de llegar y suben ahora a la planta a recogerle". Su cara se iluminaba de alegría y se marchaba a su habitación lleno de ilusión. Al cabo de unos minutos volvía a salir al pasillo, volvía a preguntar la misma pregunta, volvía a recibir la misma respuesta, volvía a iluminarse su cara de alegría y volvía a marcharse a su habitación lleno de ilusión. Y así, siempre. Don Manuel no podía archivar nuevos hechos en su memoria, y a los pocos minutos se le había olvidado lo vivido unos minutos antes. Por eso siempre preguntaba como si fuera la primera vez. Por eso también era tan fácil hacerle feliz con la misma respuesta. Vivía atrapado en el presente.
Por cierto, de los pacientes y de la enfermedad también podemos aprender. La mayoría de nosotros no solemos vivir en el presente, sino en el pasado o en el futuro. Habitamos en el pasado cuando añoramos otros tiempos y nos sentimos de otra época o cuando no dejamos de darle vueltas a las cosas que ya pasaron y no podemos modificar. Habitamos en el futuro cuando nos preocupamos por lo que aún no ha llegado y nos adelantamos a los acontecimientos temiendo lo peor o cuando esperamos ser felices dentro de unos años en circunstancias menos adversas. Si habitáramos en el presente estaríamos atentos a lo que tenemos, no a lo que nos falta y disfrutaríamos con las pequeñas cosas de cada día. Pero además nosotros tenemos memoria de la que también podemos disfrutar en el presente.
Desgraciadamente el paciente con Alzheimer va perdiendo poco a poco toda su memoria. Acaban perdiendo hasta la memoria de su propia identidad desapareciendo eso que un día remoto descubrimos y que llamamos "yo". La personalidad del paciente se va desdibujando y su ser, cada vez menos diferenciado, se va fundiendo con su entorno. Todo esto resulta tremendamente trágico para los familiares del enfermo, sin embargo para el paciente, si está bien cuidado, no hay tragedia alguna porque de nada de ello es consciente. Y como los niños son en extremo sensibles a los afectos, a las caricias y a las muestras de cariño.
Y volviendo a Suárez. Los pueblos también tienen memoria es a lo que llamamos historia y Suárez, aunque sin memoria, es historia de nuestra democracia. Con el paso del tiempo su figura política se va agrandando y es justo que reconozcamos su talla y su valía. Así lo hizo el otro día el Rey y lo pudimos ver todos en una foto extraordinaria llena de compasión y ternura. Dijo su hijo que no reconoció al Rey pero que se le vio muy feliz con el trato que le dispensó el monarca.
* El doctor Benito Peral es psiquiatra clínico y colaborador de soitu.es.
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