París.- El proyecto mediterráneo, que era una de las grandes iniciativas diplomáticas de Nicolas Sarkozy, verá la luz este domingo, pero muy rebajado con respecto a la visión que, en su campaña por el Elíseo, había trazado para una nueva relación entre las dos orillas del Mare Nostrum.
El presidente de Gobierno español, José Luís Rodríguez Zapatero (3i), conversa con la presidenta del Gobierno de Finlandia, Tarja Halonen (d), en presencia del entonces presidente de la Generalitat de Cataluña, Pasqual Maragall (i), durante la recepción-almuerzo ofrecida al término de la reunión de la Cumbre de Jefes de Estado del Euromediterráneo, que se celebró en Barcelona en 2006.
Más de 40 jefes de Estado o Gobierno -los 27 de la Unión Europea (UE) y casi todos los ribereños del sur y este-, participarán el próximo domingo en París en el alumbramiento del ahora llamado "Proceso de Barcelona: Unión por el Mediterráneo".
La cumbre, que sentará a una misma mesa a, entre otros, los líderes de Israel y Siria, dos países que oficialmente siguen en guerra, concluirá con una declaración política y la adopción de los primeros proyectos de esta iniciativa que quiere transformar el Proceso de Barcelona, de 1995, en una cooperación "concreta" y en una relación "de igual a igual" entre norte y sur.
Rodeada de medidas extremas de seguridad, la cita en el majestuoso Grand Palais será copresidida por el jefe de Estado francés y su colega egipcio, Hosni Mubarak, los primeros copresidentes (del norte y del sur) de la nueva estructura.
Para que viera la luz esta "cumbre de París por el Mediterráneo", como la llama el Elíseo, y primera gran cita diplomática de la recién estrenada presidencia francesa de la UE, Sarkozy ha tenido que ceder, y mucho.
El cambio de nombre del proyecto es de por sí muy elocuente.
En febrero de 2007, tres meses antes de su elección, Sarkozy dibujó, en el puerto mediterráneo de Tolón, su sueño de una "Unión Mediterránea", con vocación de trabajar "estrechamente" con la UE.
Contemplaba una organización integrada por los países ribereños, con políticas comunes cuyos pilares podían ser la inmigración escogida, la ecología, el codesarrollo "solidario" y una cooperación "integrada" para combatir conjuntamente "la corrupción, el crimen organizado y el terrorismo".
"Al dar la espalda al Mediterráneo, Francia y Europa han creído dar la espalda al pasado. En realidad, han dado la espalda a su futuro, porque el futuro de Europa está en el sur", dijo Sarkozy.
La "Unión Mediterránea", que según sus críticos pretendía dar a Francia un papel preponderante en la región, parecía también una forma de soslayar la ambición de Turquía de ingresar un día en la UE, donde, para Sarkozy y muchos franceses, "no tiene su lugar".
La visión del jefe de Estado galo tropezó pronto con la realidad.
Alemania rechazó un proyecto que la dejaría fuera y llegó a amenazar con bloquear todos los temas de la presidencia de la UE si Francia no renunciaba a su aventura en solitario.
España, por su parte, no quería ver sepultado el Proceso de Barcelona, que ha vertebrado la cooperación de la UE con la región.
En diciembre hubo el primer cambio de nombre: Sarkozy y los dirigentes de España, José Luis Rodríguez Zapatero, e Italia, Romano Prodi, llamaron en Roma a una "Unión por el Mediterráneo".
En marzo pasado, el jefe de Estado francés y la canciller alemana, Angela Merkel, sellaron por fin un acuerdo que retocó considerablemente las ambiciones iniciales del primero.
Luego los Veintisiete dieron nuevos retoques al proyecto y lo renombraron "Proceso de Barcelona: Unión por el Mediterráneo" para mostrar, como quería España, que era una "continuación" de la iniciativa lanzada 13 años antes y que Sarkozy considera que "fracasó", en parte por el conflicto de Oriente Medio.
Un escollo que se espera salvar ahora con proyectos de "geometría variable" y los atisbos de un cambio en la zona.
Proyectos como la descontaminación del Mediterráneo, autopistas marítimas para enlazar los puertos, un plan de desarrollo de la energía solar o la creación de una Universidad Euromediterránea.
Vencidos los obstáculos en la UE, Francia tuvo que hacer alardes de diplomacia para "vender" la iniciativa en parte del sur.
Unos enseguida se apuntaron, como Egipto (que como hizo la paz con Israel podrá acoger la próxima cumbre en dos años), Jordania, Líbano, Israel, Túnez o Marruecos.
En cambio, el presidente de Argelia, Abdelaziz Buteflika, esperó hasta esta semana para anunciar su presencia en París, lo mismo que el primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan.
Para que el presidente sirio, Bachar el Asad, acudiera, París hubo de reanudar los contactos con Damasco, lo que pudo hacer en mayo, al desbloquearse la crisis política libanesa.
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