El miedo de los padres a que sus retoños contraigan infecciones lleva, a veces, a una higiene obsesiva. Una medida que, lejos de favorecer al pequeño, puede perjudicarle por no tener un sistema inmune correctamente desarrollado.
Si por algo se caracteriza un ser humano en su edad pediátrica, que abarca del nacimiento a los 15 años, es que padecerá infecciones, muchísimas infecciones. El ser humano nace con un sistema inmunológico en "pañales". No se encuentra preparado y entrenado frente al mundo plagado de microbios que se topará tras salir del estéril útero materno. Pero la naturaleza, que es cruel y sabia a partes iguales, permite que un tipo de anticuerpos específico de la madre, las igG, pasen a través de la placenta y lleguen hasta el bebé para que disponga de una protección inmunitaria temporal de seis meses tras el nacimiento. Un tiempo suficiente para que el infante pueda desarrollar su sistema inmunitario en cierta medida hasta que las de los anticuerpos de la madre desaparezcan.
A pesar de esta ingeniosa medida protectora, el bebé sigue siendo susceptible a las infecciones. La lactancia materna, las vacunas y la alimentación le ayudarán en su desarrollo del sistema inmunológico. Sin embargo, y aunque pueda sonar paradójico, será principalmente el padecimiento de numerosas infecciones el que lleve al niño a un sistema inmunitario maduro y funcional.
Este hecho puede comprenderse si tenemos en cuenta que nuestro sistema inmunitario va aprendiendo y teniendo una respuesta más selectiva y rápida con cada infección que pasamos. Partimos de un sistema defensivo estándar a otro mucho más eficiente que tiene "calados" a gran parte de microorganismos. Por lo que no es para nada exagerado decir que no sólo las infecciones en los niños son algo frecuente y natural sino que, con una recuperación adecuada, son beneficiosas para el desarrollo de su sistema inmune.
Sin embargo, los padres, especialmente los primerizos, ven estas infecciones con un lógico y comprensible miedo y dramatismo. Basta estar un día en cualquier sala de urgencias pediátricas para darse cuenta de ello. En los meses de otoño e invierno acuden con sus retoños con más capas de ropa que una cebolla por miedo a resfriados u otros virus. Y en época de gripe, es fácil ver las urgencias llenas con decenas de niños moqueando, estornudando y tosiendo con unos padres temerosos de una neumonía.
Dentro de ese grupo de padres, especialmente preocupados por las infecciones de sus hijos, se encuentran aquellos que se obsesionan por la prevención de las infecciones a través de una higiene rigurosa y estricta que se convierte en excesiva. Este hecho lo hemos podido ver recientemente en el trato que Jennifer López y su pareja Marc Anthony dan a sus mellizos. Si unimos la preocupación inicial de unos padres por sus recién nacidos, a una obsesión por la higiene y a los caprichos de los que gozan los ricos y famosos obtenemos el perfecto cóctel hipocondríaco: los visitantes tienen que ver a los mellizos con mascarillas, no permiten que flores ni regalos traídos de fuera se encuentren en la misma habitación que los mismos y quien quiera tocar a los nenes deberá lavarse antes las manos con jabón antiséptico.
No sólo las medidas son excesivas y extremas sino que no tienen en cuenta dos grandes problemas. El primero, que es una batalla perdida. Por mucho que unos padres traten de prevenir las infecciones de sus bebés aniquilando a los gérmenes de los alrededores, llegará un momento en que el bebé tendrá que entrar en contacto con más gente y con sus iguales en guarderías y colegios y entonces padecerá gran cantidad de infecciones que no pasó antes por no haber estado en contacto con los microorganismos causantes.
Y, el segundo y principal problema, es el papel cada vez más evidente que tiene la excesiva higiene durante la niñez en el desarrollo de asma y alergias. Junto a la teoría de la contaminación, la teoría de la higiene es una de las explicaciones más fundamentadas sobre por qué hay cada vez más asma y enfermedades alérgicas en los países desarrollados. Esta teoría de la higiene se basa en que si un niño no ha estado apenas expuesto a microorganismos externos que estimulen su sistema inmunológico, por una pulcritud excesiva, de mayor su sistema inmunológico no reaccionará adecuadamente, dando como consecuencia respuestas excesivas, es decir, procesos asmáticos y alérgicos.
No hablamos de tener a los bebés en una cochinera, pero tampoco tenerlos en una burbuja. Como casi todo en esta vida, los extremos son dañinos y el equilibrio beneficioso. Un bebé normal y corriente debe estar expuesto a los microorganismos de la vida cotidiana para desarrollar su sistema inmunológico. Por mucho que algunos padres se empeñen en lo contrario, no se librarán, más tarde o más temprano, de otitis, amigdalitis, gastroenteritis y más 'itis' en sus hijos. Y puede que, además, se lleven en el pack una futura alergia.
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