La intensidad de su juego y su especial relación con el Palau Blaugrana rescataron al Barcelona en la Euroliga y le permitieron tumbar a uno de los grandes aspirantes al título, el CSKA de Moscú, gracias a un vibrante 'sprint' final de partido.
El escolta italiano del F.C. Barcelona Gianluca Basile disputa un balón.
Mientras, el Real Madrid perdió el billete para los cuartos de final de la Euroliga en la cancha del Olympiacos, que le apagó en ataque durante cinco minutos en el último cuarto para hacerse con el segundo pasaporte hacia las eliminatorias del Grupo F en compañía del Maccabi Tel Aviv israelí.
A hombros de su hinchada, el Barça apuró todas sus opciones europeas en un encuentro de poco juego y mucho corazón. Tuvo enfrente un gigante que tardó en enchufarse, el CSKA de Ettore Messina, quizá la mejor plantilla de Europa, que sólo supo jugar a rachas y que por momentos, invitó al Barça a despegarse en el marcador.
En un partido sin vuelta de hoja, el Barcelona apeló a la intensidad para firmar un arranque muy prometedor. Le ayudó la indolencia del CSKA, inédito hasta el quinto minuto de juego (10-0, min. 4). Gracias a ello, el Barça se permitió el lujo de construirse un colchón de once puntos. Pero le duró, sin embargo, tan irregular es el equipo azulgrana.
La entrada de Papaloukas, mediado el primer cuarto, despertó al CSKA, un puñado de jugadores vagando por la pista hasta ese momento. Poco a poco, el conjunto ruso comenzó a parecerse a sí mismo, aunque nunca encontró a Holden (0 puntos), a Zisis ni a Smodis.
Tres pérdidas consecutivas del Barça obligaron al CSKA a meterse definitivamente en el partido. Desconcertado por su gran arranque, el equipo catalán no supo gestionar su ventaja y encajó un parcial sonrojante, 2-14, para cerrar el primer cuarto por debajo en el marcador (15-16) después de tirar por la borda un 13-2.
Sin perímetro (5 de 27 en triples) y sólo confiado al acierto de Marconato en la pintura, el Barcelona se dejó llevar durante el segundo cuarto. No encontró argumentos para romper nuevamente el partido frente a un CSKA más entonado que en el comienzo del partido (32-33, descanso).
La mediocridad del Barcelona se dio la mano con la dejadez del CSKA en la reanudación del partido. Ambos ofrecieron un baloncesto plano, repleto de errores, sólo salvado por la emoción del resultado y por la obligación del equipo de Xavi Pascual.
Con todo por decidir en el último cuarto, Barcelona y CSKA se citaron para un final agónico. Y aunque el conjunto ruso rebosa calidad, al Barcelona no le quedó más remedio que apretar los dientes y apurar cada jugada como si fuese la última. Imposible marcar distancias en pocos minutos y ante el todopoderoso CSKA.
Con 60-59 a falta de 21 segundos, Langdon erró uno de sus tiros libres y Basile convirtió una bandeja extraordinariamente sencilla (62-59). Ilyasova mantuvo el pulso firme a falta de siete segundos, pero también falló su tiro del 2+1 y el partido llegó a sus últimos dos segundos con un 64-62.
El balón de Papaloukas a Langdon mantuvo en vilo al Palau, pero el escolta del CSKA erró el triple. Fue un enorme alivio para el Barça, condenado a vivir cada encuentro con la tensión de una final. Al final cantó victoria el Barcelona, vivo en la Euroliga pese a las enormes dudas que genera su juego. Al menos, le queda la intensidad de su juego y el calor de su público.
Los blancos habrían firmado viajar a Atenas para jugarse el pase a los cuartos en el último partido de la segunda fase antes de empezar la temporada. Pero el desarrollo de la competición y las posibilidades que tenía a su disposición hace sólo una semana y dejó escapar daban otro aspecto a la cita.
La derrota contra el Maccabi, que impidió la clasificación matemática del Madrid para las eliminatorias, tiñó el choque con los ropajes de una salida criminal al Pabellón de la Paz y la Amistad, un reducto que ha recuperado nombre desde que Panagiotis Yanakis relevó a Pini Gherson en el banquillo.
El jugador griego del Real Madrid Lazaros Papadopoulos lucha por el balón.
El conjunto madridista asimiló la situación con el carácter de un gran equipo. Se preparó para sufrir en una pista infernal y aguantó los arreones de un equipo y un pabellón conjurados para el éxito. El ambiente recordaba épocas no muy lejanas y episodios acuñados en la leyenda de ambos equipos.
La mayor demostración de personalidad española partió de la defensa. El Madrid defendió muy bien. Sabía que ese detalle era imprescindible para tener alguna opción. El primer tiempo lo superó después de varios momentos críticos (33-29).
Raúl López puso puntos clave. El estadounidense Louis Bullock también. Pero lo que más pudo el Madrid fue defensa. Sacrificio y defensa. Paciencia en espera de su oportunidad. Cubrió el primer tiempo sin fisuras, sin dejar escapar nada.
El estadounidense Qyntel Woods enganchó una serie de seite puntos seguidos y planteó el primer desafío (17-13). La entrega y la tranquilidad para no perder el temple en ataque mantuvo al Madrid a flote. En varias ocasiones cedió seis puntos de diferencia y aguantó el tipo. Su premio consistió en seguir de pie en el descanso (33-29).
El Olympiacos también había cumplido con el papel esperado. Irradió el convencimiento del que se sabe al resguardo del escenario para explotar todos las bazas a su alcance. Y con la seriedad de un bloque que sabe lo que busca. b>Nunca cayó en la urgencia, en la falta de perspectiva. También esperaba un rival de altura y una confrontación larga.
Los griegos salieron rebosantes de ímpetu al tercer cuarto. Sacaron pecho (39-34) y el Madrid apretó los dientes. Empató con tenacidad (39-39) y, entonces, afloraron las primeros síntomas de nersiosismo mal controlado en las filas locales. El norteamericano Lynn Greer recibió una técnica y, mientras, fuera del control de los árbitros, Iannis Burusis escupió a Axel Hervelle.
La réplica madridista resultó impecable. Bullock metió los tiros libres de la técnica y Raúl López un triple (39-44). Los blancos habían superado la prueba de la intimidación, de la derrota por sometimiento. El Madrid sorteó el cuarto entero (49-47).
Restaba el asalto final. Olympiacos y Real Madrid estaban jugándose Europa. Los griegos guardaban una carta en la manga para la hora de la verdad. El lituano Arvidas Macijauskas, con problemas físicos, irrumpió en la cancha rodeado de un aura de aniquilador ante un 52-51.
El báltico saludó en una penetración con adicional. Los blancos sufrían en ataque. Jake Tsakalidis les metió más presión (57-51 m.36). El Olympiacos, por fin, se sentía amo y señor. El Madrid evidenciaba signos de flaqueza. Algunos lanzamientos de corta distancia flirteaban con el aro, pero se le salían. A Burusis, además de escupir, se le deben dar bien los juegos de azar. Un triple suyo a tablero, sobre el límite de la posesión, hizo diana (60-51).
El Olympiacos rozaba el objetivo. El Madrid quemaba las balas que le quedaban (60-56). Le faltó munición. Los griegos manejaron el epílogo fieles a la tradicional maestría que les distingue a la hora de jugar con el reloj. El sueño de la Final entre Cuatro abandonó al campeón de la ACB.
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