Million Euros Babys

Quince años de espera, semanas de tensión, de dudas, de exigencias, de negociaciones, de condiciones, de unidades móviles de importación, de prejubilados haciendo chapuzas, de escenarios excesivos... ¿Todo para esto? ¿Para un debate de este nivel? ¿El famoso debate del millón de euros? Pues estamos apañados.

SERGIO PEREZ (REUTERS)

Vivimos tiempos de euforia televisiva. Las expresiones políticas, sociales y culturales, por muy interesantes que sean, se desintegran si no superan el filtro de las imágenes. ¿Quieres hacer llegar tu mensaje? ¿Quieres resultar creíble, interesante, ilusionante? ¿Quieres ganar? ¿Quieres el poder? Pues entonces debes dominar el lenguaje televisivo, un mundo de simulacros y simulaciones que te abrirá las puertas del cielo. Es decir, de Moncloa.

Zapatero y Rajoy necesitan la televisión, pero me temo que las cámaras pasan de ellos. No son televisivos, no dominan su imagen, no transmiten. Y lo que es peor: son incapaces de entusiasmar. El debate fue cualquier cosa menos espontáneo. Todo menos fascinante. ¿Demasiadas condiciones? Sin duda. Tantas que lo importante no eran los contenidos, de sobra conocidos, por repetidos a lo largo de las últimas semanas, sino los detalles superficiales, esos que tanto gustan a los estudiosos de la comunicación gestual. Esas miradas pérdidas, esas dudas, esos gestos fruncidos... Un posible fallo que decidiera el combate por KO. Los dos tenían mucho que perder, y de momento poco que ganar. Los dos aburrieron.

1.- Los protagonistas principales: Zapatero y sus cejas sin retocar. Rajoy y su corbata roja de la suerte. Vaya par de tristes. Zapatero comenzó mejor, sin despistes, pero dio la sensación de evitar algunos temas, como la economía o la inmigración, y terminó crecido ante la torpeza final de su rival. Siempre fue respetuoso. Rajoy miraba a su izquierda de reojo en algo parecido a un tic, no enseñaba los gráficos a cámara y siguió la doctrina de Van Gaal: «nunca positivo, siempre negativo». Para coger fuelle comenzó a llamar mentiroso a su adversario. Y se hundió en el discurso final, con la melodramática y bananera historia de una pobre niña sin familia, sin estudios, sin futuro. Los dos, incapaces de improvisar, repitieron frases memorizadas que habíamos podido escuchar a lo largo de las entrevistas de los últimos días...

2.- El actor secundario. El ganador del debate ha sido, sin duda, Manuel Campo Vidal. Un cadáver periodístico que, por arte de magia política, regresa a la vida. Lejos de cumplir con su papel de 'hombre invisible', sacó pecho como anfitrión y realizó una introducción y una despedida excesivamente largas. «Es un debate magnífico», «es un debate fantástico», «lo hacen ustedes fantásticamente», dijo en los cambios de bloque. Y lo dijo sin ruborizarse.

3.- La retransmisión. Tan aburrida y poco televisiva como los contertulios. Con unos colores tan neutros que parecía televisión en blanco y negro. Debería haber sido un espectáculo, pero fue una mera sucesión de monólogos, con planos cortos y fijos de cada contendiente, y contraplanos brevísimos (pactados con antelación: cuatro segundos como máximo). ¿Tanto decorado, tanta unidad móvil importada, para una realización tan plana, tan monótona y lineal?

4.- Las cadenas. Todas ofrecieron programas previos más o menos afortunados, excepto La Sexta, que apostó por adelantar la hora de «El Intermedio» y convertirlo en un "especial debate". La alternativa más original y entretenida.

5.- Las otras cadenas. Tras ignorar durante días la existencia de un debate que no pensaban retransmitir, Antena 3 y Telecinco ofrecieron sus programaciones habituales: «Física y química» y «C.S.I.». Un dato tan interesante como quién ganó el debate: la audiencia de estas dos cadenas durante el cara a cara.

Zapatero y Rajoy, tuertos (con permiso de Solbes) en un país político de ciegos, no tenían más remedio que verse las caras. Los debates políticos entre aspirantes a presidente del Gobierno parecen imprescindibles en las democracias modernas. Lo que no parece tan imprescindible (por lo que vimos ayer) es que los protagonistas del debate tengan algo interesante que contar. O que sean oradores brillantes. O que tengan un ápice de talento. Ya saben, ese conjunto de facultades o capacidades tanto artísticas como intelectuales que te hacen destacar en actividades científicas o culturales.

Cuando las expectativas son muy altas, lo normal es que las decepciones sean brutales. El despliegue mediático de este debate, culpa de unos medios de comunicación ansiosos por vender más periódicos, o ganar audiencia, oyentes o visitas, ha sido tan grande como el desencanto producido.