Dandidatos

Todavía hay quien se escandaliza por la importancia que en la política adquieren las cuestiones de imagen, o el exagerado papel que las técnicas de la mercadotecnia aplicadas a las campañas -que ahora son ininterrumpidas- han ido cobrándose con el tiempo. Pese a que ya hace 2.500 años nuestros antepasados griegos dedicaran enormes energías a aprender el arte de convencer (piedra angular de toda estrategia de legitimación política) creando el marco para la irrupción de la figura del demagogo (el que gana con halagos el favor popular), todavía hoy nos lamentamos sin cesar de los dispendios que se gastan nuestros partidos para que su candidato salga las más veces y lo más guapo posible en la foto. La mirada en lontananza de Obama, el desafío inmortalizado en el rostro del Che, la cejita de Zapatero... Pura fachada, escupimos por un diente. Y hasta cierto punto es lógico que toda esta hoguera de las vanidades en la que muchas veces se consumen nuestros dirigentes, nos pueda parecer ridícula y banal. Más aún, totalmente alejada de la realidad en la que nos movemos ciudadanos comunes con problemas corrientes.

Ibarretxe, la excepción que confirma la regla

Sin embargo, ni siquiera nosotros tenemos con frecuencia verdadera certeza de hasta qué punto la imagen, no ya en general, sino del político concreto que nos pide el voto, ése que asiste a interminables sesiones de fotos y recibe lecciones de dicción, es decisiva. Y si aún alguien pensaba que la dirección de las cosas pudiera variar, la ciencia se ha encargado de enterrar toda esperanza. ¿Cómo? Demostrando que con solo verle el careto a los candidatos, podemos llegar a conocer quién va a terminar ganando las elecciones. Como suena.

El asunto no es nuevo. Hace algunos años unos científicos estadounidenses demostraron que bastaba con enseñar las fotos de quienes se presentaban al congreso para que unos adultos lograran saber quién iba a ganar, con independencia de su orientación ideológica, el programa electoral ni demás detalles secundarios. ¿Confundieron los científicos sus deseos con la realidad? ¿Fue una pura casualidad estadística? No lo parece. La revista Science recoge cómo dos economistas de la Universidad de Lausana (Suiza) han llegado a la misma conclusión, sólo que utilizando a niños de entre 5 y 12 años y fotos de candidatos a las parlamentarias francesas del año 2002.

En el experimento, John Antonakis y Olaf Dalgas -mencionarlos es anecdótico, pues posiblemente ni usted ni yo volvamos nunca a leer su nombre en un periódico- mostraron a 684 estudiantes universitarios 57 pares de caras de políticos competidores y se les preguntó cuál les parecía más “competente”. El resultado fue que los estudiantes eligieron al ganador un 60% de las veces, una desviación estadísticamente significativa. Más tarde utilizaron las mismas fotos y un juego de ordenador para preguntar a 681 niños de entre 5 y 13 años a quién elegirían como “capitán de su barco”. Los resultados, oh Pericles, fueron similares.

Ya, sé lo que piensan, demasiado sencillo para ser verdad. ¿Cierta prestancia y serenidad en el porte, un peinado adecuado, una mirada limpia,o una sonrisa así o asá van a dejar  en segundo plano nuestro sentido crítico por la mera intuición, aboliendo cualquier tipo de análisis racional?

No me negarán, en todo caso, que es cierto que hay gente que tiene más cara de ser elegido (como de resultar un ‘psicokiller’) que otra. Borrell más que Almunia, por ejemplo. O Zapatero más que Rajoy. Sigo hablando de elegido, ¿eh? Y cuando la cara sóla no sirve, como le ha pasado a Patxi López frente al vulcano-humano Ibarretxe, siempre queda lo que ni el más avezado niño de seis años era capaz de prever: la posibilidad de pactar con el vecino, aunque éste no dé precisamente el mejor perfil.