Tras la eclosión de fenómeno de las páginas literarias en Internet, el paso de los años ha dejado un panorama muy distinto y lejano de la efervescencia inicial.
Que no se diga que no lo intentamos...
Más o menos durante la segunda mitad de la década de los 90, Internet se convierte en una herramienta de fácil acceso para un amplio segmento de la población. Aún recuerdo como me maravillaba ante la cantidad ingente de información disponible, a pesar de la lentitud de la conexión y del hecho de estar conectado a Internet calculando al mismo tiempo el dinero que la broma me estaba costando. Confieso que pequé de ingenuo al pensar que Internet podría suponer una revolución, tecnológica, sí, pero también cultural, un nuevo renacimiento del pensamiento, un estallido de creatividad e ilustración, y en el colmo del candor, el nacimiento de una verdadera cultura libre, mediante la cual cualquier persona con inquietudes culturales podría expresarse sin ataduras ni censuras de ningún tipo.
No creo equivocarme si afirmo que quienes más nos frotamos las manos ante la imparable ascensión de Internet fueron (fuimos) los escritores aficionados, autores de novelas, relatos, poesías, que hasta el momento languidecían en el fondo de cajones, inéditos algunos, rechazados hasta el hastío los otros, compartiendo olvido con los sueños de sus autores, aspirantes a la gloria literaria, al reconocimiento o a la simple difusión de sus ideas y pensamientos. Hasta ese momento, amigos, parientes y conocidos habían ejercido el papel de, en la mayoría de los casos, benévolos críticos de nuestra modesta producción literaria. Los más osados enviaban su material a las editoriales, entusiasmados e inasequibles al desánimo al principio, y resignados al final, enviando el mismo paquete a editoriales cada vez más pequeñas, como nuestras ilusiones.
Pero nuestro momento había llegado. De repente, teníamos en nuestras manos una formidable herramienta. Nuestra obra rompería barreras, sería expuesta a la objetiva crítica de un gigantesco número de potenciales lectores, y por fin tendríamos una idea aproximada de nuestra valía como escritores. A eso contribuyó la aparentemente inagotable efervescencia de aquellos principios. Todo podía suceder, cualquiera podía montar su página web de manera relativamente sencilla, e Internet se vió inundada de revistas literarias on-line, algunas creadas para dar rienda suelta a la obra literaria de sus autores, otras como promoción de escritores noveles, y otras como la versión on-line de editoriales "de papel" de toda la vida. Por fin nuestra valía resplandecería, y tarde o temprano algún editor avispado y con vista caería embrujado ante nuestros relatos, o nuestras poesías, o nuestros ensayos, y ya nos veiamos sentados en una gran librería, con la muñeca cansada de firmar ejemplares y pidiendo café con gesto indolente al solícito empleado de la editorial que se estaba forrando con nuestro libro.
Ahora, a punto de comenzar el año 2009, contemplo cómo gran parte de esos sueños se esfumaron. Internet se ha mostrado como una gigantesca fuente de conocimiento y difusión de las ideas, sí, pero también como una monstruosa máquina de fabricar naderías, chascarrillos inocentes, tonterías repetidas y difundidas hasta la saciedad, una gigantesca chirigota, cuando no una peligrosa difusora de extremismos varios, pornografía accesible a todos o un medio más de engaño y estafa.
No, la chispa de la cultura que unos pocos cándidos vaticinábamos no ha acabado de prender. Internet se ha colocado más o menos a la misma altura que la televisión. Esto es, hay programas (webs) culturales, pero poca gente las visita. Muchos de los que nos desgastamos las pestañas elaborando revistas literarias, promocionando autores noveles y limitando la censura a cuestiones meramente ortográficas, lo hemos ido dejando, aburridos de trabajar para insoportables ególatras que por hilvanar cuatro frases con cierta gracia ya se creían candidatos al Nobel, incapaces de soportar una crítica respetuosa o un consejo bienintencionado. Los escritores on-line también tuvieron su estafa a gran escala. Desde Sevilla, la Editorial Jamais del ¿señor? Rojas, de infausto recuerdo, jugó con las ilusiones de cientos de escritores noveles, estafándoles cantidades variables de dinero a cuenta de la edición de libros que jamás vieron la luz o que, si lo hicieron, carecieron de la más mínima promoción.
¿Cómo está el panorama en la actualidad? Pues, tras la criba progresiva de la mayor parte de las páginas hechas por aficionados o avispados aspirantes al dinero fácil, solamente han sobrevivido unas cuantas de los "viejos tiempos". Ahora mismo me vienen a la cabeza la relativamente veterana www.Yoescribo.com, ubicada en la Comunidad Balear y con versión en catalán, y la también superviviente www.el-recreo.es, que incluso ha llegado a publicar un libro hecho con aportaciones de sus numerosos colaboradores. De todas maneras, la sensación general, cuando entramos a la mayoría de páginas que aceptan colaboraciones, es la de estar en un coro de "palmeros". Todo es bueno, todo sirve, todo genera palmaditas en la espalda y comentarios elogiosos que realmente no aportan nada. Como en aquellas películas de cámara oculta de Manuel Summers, "To er mundo é güeno", y si a alguien se le ocurre hacer una crítica o dar un consejo, le llueven palos por todas partes, por zaherir de manera tan poco delicada el ego de tantos aspirantes al Parnaso de las Letras. Muchas de esas páginas, a pesar de sus buenas intenciones, se han convertido en refugio de reyes del ripio, y las pantallas donde tantos sueños literarios han acabado haciéndose añicos, ahora son el reflejo moderno y cibernético de las carpetas donde los adolescentes de antaño estampaban creaciones del tipo: "Como las olas del mar se estrellan contra las rocas, así me estrellaría yo, por los besos de tu boca".
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