Ella que nos da tantos matices y no pide a cambio más que una pulsación del meñique derecho. Ella que tantos disgustos nos ha dado en el colegio y que nos obligó a escribir cien veces la palabra matemáticas. Ella que estuvo a punto de perder la batalla contra internet y que aún está librando una dura guerra contra el sms Se merece que la llamemos por su nombre: tilde.
Ese nombre que la tacha de masculina, aunque ella lleve dentro un espíritu de madre luchadora. Ella. Que es absolutamente imprescindible para la comunicación en este idioma y que lo plaga de matices. Matices de los que carecen aquellos que no la tienen entre sus signos de acentuación o de los que se jactan aquellos que la tienen doble y hacia izquierda y derecha, para no hacer distinciones políticas, como el francés. La tilde, después de atravesar océanos de tiempo para permanecer a nuestro lado se ve ahora relegada y sustituida por su hermano el acento.
Durante algunos años estuvimos a punto de perderla. Siempre ha habido quien la ha ignorado, quien cree que su pareja lésbica con una mayúscula es una aberración o quien, por más que lo intente, nunca se acuerda de ella; como ese protagonista de película que ha perdido la memoria y no reconoce a sus seres queridos. Como los enfermos de Alzheimer Pero la época de la tecnología digital fue, como para casi todos los signos de puntuación, la de vacas flacas para la tilde. En el móvil es difícil de encontrar. En el Messenger es lenta de escribir. Parecía que su reinado había acabado por culpa de todo lo digital hasta que un día empezaron a proliferar los artículos literarios en la red. Diarios digitales, blogs de escritores la usaban como en los viejos tiempos. Y no solo eso sino que se le abría un nuevo campo de acción: los lectores podían exigirla. Así todo aquel que se olvidaba de ella en un cómo interrogativo o en un habéis plural se veía abocado a múltiples posts reprobatorios.
¿Cuál es entonces la razón de esta reivindicación ortográfica? Pues que cada vez vemos más comentarios que en vez de puntualizar que faltan una o tropecientasmil tildes en un artículo, solicitan acentos. Y era ya lo que le faltaba a esta dama mutilada del español. Que se la tratara de acento. Cada vez que leo una de estas denuncias del tipo te falta un acento en la e, te falta un acento en la a me dan ganas de contestar: el acento no se lo pone usted, señor lector, porque no le da la gana. El acento es ese énfasis que pone usted en la pronunciación de la sílaba cuando la dice. Que no se lo han marcado, es cierto; que la palabra se acentúe o no, ya es cosa del que lee. Lo que faltan en el texto son tildes que nos indiquen dónde tenemos que acentuar. Lo que le falta a usted es reivindicar el uso de esta señora, que esta perdiendo la voz en nuestro idioma. Porque sustituirla por su hermano es, en su actitud hacia ella, zafio, denigrante y, si me apura, hasta machista.
Por Alejandra López.
Ilustración: Miguel Martínez-Losa.
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