WASHINGTON.- Algunas compañías aéreas estadounidenses han empezado a cobrar el doble a los pasajeros obesos. Lo mismo hacen las ambulancias y hospitales para sufragar el coste de camillas especiales. Los que pagarán estas multas son ciudadanos que padecen sobrepeso y obesidad, muchas veces, desde la edad escolar. Están atrapados en un laberinto de comida poco saludable, obstáculos para hacer ejercicio, comida sana a la que sólo se llega en coche y ausencia de cuidados médicos y educación nutricional.
La obesidad en Estados Unidos es ya una epidemia. Tres de cada diez adultos norteamericanos son obesos. Si incluimos a quienes tienen sobrepeso, el dato aumenta a seis de cada diez. La situación no es mejor para niños y adolescentes. "Uno de cada tres menores de edad padece obesidad. Es el problema de salud más grande que afecta a los jóvenes americanos", explica Tracy Fox, presidenta de la Sociedad para Educación de Nutrición.
La obesidad está relacionada, entre otras cosas, con la cantidad de calorías que ingerimos, el tipo de calorías en los alimentos y el nivel de actividad que desarrollamos para quemarlas. En Estados Unidos, todos estos problemas empiezan en el colegio. Los menús escolares no cumplen los requisitos de otros países. Apenas hay arroz o pasta. Las verduras y frutas son alimento desconocido. El único cereal son las tortitas descongeladas del desayuno. No faltan helados ni siropes, pero el pescado y la carne (en forma de hamburguesas) siempre llegan después de pasar por el congelador.
"Desafortunadamente, no hemos conseguido mejorar los menús de los comedores en las escuelas. Los chavales no llevan la comida de casa porque es más barato que la compren en la cafetería de la escuela. Allí sólo encuentran perritos calientes, pizzas, helados... comida siempre frita y con mucha sal, y bebidas de máquinas de refrescos. No hay nada sano", lamenta Martha Daviglus, profesora de Medicina Preventiva en la Universidad Northwestern.
El impacto de la obesidad en estos jóvenes va más allá de su propia salud. Ahora que la reforma del sistema sanitario hace que los estadounidenses miren con lupa lo que les puede costar el sistema público si sale adelante la propuesta de Obama, algunas organizaciones insisten en la prevención de problemas como la obesidad. En 2008, las enfermedades relacionadas con el sobrepeso de los americanos les costaron 147 mil millones de dólares.
Los legisladores ya consideran una propuesta de ley que imponga a las escuelas el tipo de comida que deben dar a los estudiantes. Las leyes para acatar este problema tendrán que esperar a que el Congreso estadounidense apruebe la reforma sanitaria. Según explica Fox, las escuelas y universidades siguen directrices del Departamento de Agricultura en cuanto a la comida que deben proporcionar a aquellos estudiantes que, por el nivel de ingresos de sus padres o por otra causa, se acojan a los menús del comedor del colegio. Pero otros chavales prefieren comprar comida en la cafetería. Y ahí el estado no puede decir al colegio que venda ensaladas en vez de perritos calientes o sandwiches en vez de pizzas.
Mientras llegan nuevas normas, los estudiantes siguen rodeados de comida rápida y máquinas dispensadoras de refrescos con las que las escuelas consiguen una importante fuente de ingresos. Según el Centro de Control de Enfermedades, casi el 90% de las escuelas de secundaria e institutos norteamericanos venden refrescos a los estudiantes. Sólo está prohibido en el estado de Arkansas. La venta de refrescos en los pasillos del instituto cuenta con apoyo de asociaciones de padres y profesores.
"El problema también está relacionado con los recursos que tiene cada estado para invertir en educación sobre nutrición, entre 12 y 15 millones de dólares para las más de 100.000 escuelas en todo el país. Al final del curso escolar, los estudiantes sólo han recibido tres o cuatro horas de educación nutricional", argumenta Fox.
Las máquinas de refrescos se han convertido, además, en una fuente de ingresos importante para las escuelas. Ahora que la crisis económica se ha llevado por delante los puestos de muchos profesores de educación física, nadie quiere renunciar además a las becas, programas de deporte e incluso aulas de informática financiadas con los dólares que los chavales dejan en estas máquinas. Según una investigación del diario Newsday los distritos escolares reciben comisiones por colocar máquinas expendedoras en los pasillos y cafeterías. Sólo en las escuelas de Nueva York, los beneficios por venta de refrescos y comida alcanzaron los tres millones de dólares.
La lucha contra la obesidad cuenta desde hace un año con un problema añadido. Los recortes presupuestarios de las escuelas han terminado con muchas clases de educación física. Los menores no comen mejor y hacen menos ejercicio. Además, el urbanismo de las ciudades estadounidenses, la falta de transporte público y la inseguridad en muchos suburbios hace que muchos padres lleven a sus hijos al colegio en coche. Pese a que sean 500 metros, los menores no caminan hasta la escuela, según Daviglus.
Aunque Fox apunta a otro factor relacionado y que no siempre se menciona cuando hablamos de obesidad: el acceso a comida sana. "Siempre hablamos de la falta de educación y del exceso de publicidad de comida basura, pero hay barrios de Washington, por ejemplo, en los que no hay supermercados. La población no puede comprar comida para cocinar", lamenta Fox.
La televisión es una de las grandes claves de este problema. Los menores norteamericanos pasan una media de tres horas al día delante de la televisión. A la falta de ejercicio físico se le une la exposición a la publicidad. "Nos hemos dado cuenta de que los anuncios van especialmente dirigidos a ellos, la parte de la población que corre precisamente mayores riesgos de salud", explica Fox.
Aunque el riesgo puede estar en la combinación de todos los factores a la vez.
"También debemos llamar la atención sobre el exceso de comida en las casas. Las familias que pueden permitírselo, conducen hasta el supermercado, donde compran para un mes en vez de para una semana", cuenta Daviglus. Esto supone menos desplazamientos, aunque fueran a hacerse en coche, y que los chavales encuentran cualquier cosa que se les antoje en la casa. "No sólo no hacen ejercicio sino que ven más televisión y más anuncios que les incitan a levantarse a la nevera y seguir comiendo".
Cuando los distritos escolares reciben comisiones de empresas de refrescos y comida rápida, resulta difícil retirar las máquinas primero y educar a los jóvenes después en las consecuencias que tiene para su salud lo que se están llevando a la boca. Según Daviglus, el problema no le parece tan grave a todas las autoridades.
"Los estados prefieren afrontar los costes que suponen las complicaciones de un paciente obeso que crear un programa de concienciación ciudadana", afirma Daviglus, quien espera una campaña similar a la que se produjo contra las tabacaleras. Ésta llegó después de 50 años de iniciativas ciudadanas y legislación para regular el consumo de tabaco. La obesidad en Estados Unidos lo tiene un poco más difícil. Los recién nacidos con problemas de sobrepeso apenas empezaron a nacer hace unos años. Y aún pasará más tiempo hasta que esta generación empiece a padecer diabetes tipo dos u otras enfermedades relacionadas con la obesidad. "Sólo quieren ver lo que ocurre ahora, no el impacto que tendrá en el futuro", comenta Daviglus.
Subir los impuestos de la comida basura y refrescos es una de las iniciativas contempladas para reducir su consumo. Los que defienden que el sector de la sociedad que los consume apenas tiene recursos para comprar otro producto, consideran que el impuesto es injusto. A favor están los que opinan que los impuestos recaudados se pueden invertir después en luchar contra la obesidad infantil o campañas educativas. Según Fox, si se incrementa el impuesto sobre los refrescos sólo un céntimo, apenas tiene impacto alguno en el consumo. Pero subirlo hasta 10 céntimos reduce las compras en un 10%.
La otra alternativa son las campañas de concienciación lanzadas por Michelle Obama y que los expertos parecen haber acogido positivamente. Ha creado desde un huerto para enseñar a cultivar vegetales a chavales de colegios de la capital, hasta un mercado de comida orgánica a dos manzanas de la Casa Blanca. Y la semana pasada regaló a los fotógrafos unos minutos haciendo hula-hop con niños aprendiendo la importancia del deporte.
"Es la primera vez que tenemos una administración consciente de la gravedad de este problema y participando en eventos para concienciar a la ciudadanía", explica Fox, contenta porque las iniciativas de los Obama se han convertido en ayuda real. Como parte del plan de recuperación económica, Obama aprobó 370 millones de dólares para ayudar a los estados a prevenir la obesidad.
Según el Centro de Control de Enfermedades (PDF), si uno de cada diez adultos americanos caminara con regularidad, el gobierno se ahorraría casi 6 mil millones de dólares en gastos asociados con enfermedades cardiovasculares. Los expertos apuntan a que sólo la prevención puede reducir tanto los gastos como los problemas de salud. Pero tendrán que esperar a la reforma de un sistema sanitario que ya permite a las aseguradoras rechazar a niños por problemas de peso.
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