DADAAB (KENIA).- [Carlos Castro, Oriol Andrés y Gemma García nos van a ir contando en distintas entregas cómo es la vida en los campos de refugiados somalíes de Dadaab, en Kenia. Dicen que lo que separa a este territorio de la capital, Nairobi, no sólo tiene que ver con una distancia temporal y espacial. La hora de avión que hay entre uno y otro separa también dos de las muchas áfricas que existen. La cosmopolita, sustento económico del continente, y la de las guerras olvidadas. Puedes leer aquí su primera crónica.]
El bloque N-0 con su líder comunitario, Mohamed Alí.
Es un terreno árido y seco, una explanada de arena sin ninguna sombra, totalmente expuesto a los más de 35º C que durante el día castigan a los habitantes de la región de Dadaab, en Kenia. Se conoce como bloque N-0 y se halla en un extremo del campo de refugiados de Ifo, el más poblado y el más antiguo de los tres que se levantan en esta región fronteriza con Somalia. Pese a ello, en el N-0 nadie lleva mucho tiempo en Dadaab. En él se concentran los recién llegados, aquellos que aterrizaron en el campo hace 'sólo' uno o dos años, huyendo de la guerra somalí.
La zona se halla fuera de los bordes del campo de refugiados 'oficial'. Esto es, aquel dirigido por ACNUR y cuyos límites la agencia de la ONU dedicada a los refugiados pactó con el gobierno de Kenia, pese a que, más allá de los despachos, esta vasta llanura no tiene ni principio ni fin. En el último decenio el campo, que alberga a más 300.000 personas, ha crecido tanto que ACNUR ya no tiene espacio donde asignar a los nuevos. 'Sálvese quien pueda' es la ley que rige ahora el suelo en Dadaab. ACNUR negocia desde hace un año la creación de un cuarto campo con el gobierno de Kenia, pero los habitantes autóctonos de la zona se muestran reticentes ante la escasez de los recursos.
40 tiendas dan forma a este espacio inerme llamado N-0. Las más veteranas, con forma de medio bidón, son donación de ACNUR, hechas de tela y con protección ante la lluvia y el viento. Las más nuevas, las de aquellos con menos tiempo en el campo que aún no han recibido su tienda, precisan de más imaginación, fabricadas con ramas de árbol, retales de tela, cartones y plásticos. "En su construcción, contribuyen con los materiales los vecinos y parientes. Hay solidaridad en la comunidad", explica Mohamed Alí, que con poco más de 30 años y mirada cristalina, es el líder del bloque N-0.
Este es el caso de Aisha, que llegó hace poco más de una semana al campo junto a su marido y sus cuatro hijos. Amamanta al más pequeño de ellos sentada en el suelo, frente a su tienda, para la cual los vecinos le dieron algunos trozos de tela y un plástico plateado que corona la estructura en forma de iglú y que debe protegerlos de la lluvia. También la cocina, un austero cazo de metal manchado de cenizas y negro de tantos usos, fue una donación.
Para solucionar problemas que surgen entre los refugiados existe la figura del líder del bloque, que desde hace dos meses en el N-0 ocupa Alí
Aisha ya está registrada como refugiada en ACNUR, un paso indispensable para recibir una ración básica de comida, una tienda, asistencia médica y la escolarización de sus hijos. No así Amina, que afirma tener 100 años, y que explica que no tiene dinero para llegar hasta el punto de registro de la ONU en Dagahaley, otro de los campos de Dadaab, a unos ocho kilómetros de Ifo. Amina, que ha llegado al campo hace pocos meses y vive con unos parientes, viste una larga túnica de colores verdes y amarillos y, como la práctica totalidad de mujeres en el campo, de mayoría musulmana, un hijab le cubre la cabeza. Va acompañada de su nieta, y las arrugas de su cara denotan que es mayor, aunque Alí duda con una sonrisa la certeza de la edad declarada. Pese a no hablar una palabra de inglés, Amina explica perfectamente con gestos de disparos y muertes el motivo que le llevó a dejar su Somalia natal después de tantos años.
Vecino de Amina, Hassan tiene un problema. La tienda de ACNUR en la que vive con diez familiares más tiene varios agujeros en la tela, lo que agrava aún más su situación a punto de empezar la época de lluvias fuertes en Dadaab. La tienda, un espacio de unos cinco metros por dos, apenas tiene unas mantas en el suelo para dormir y un cajón para guardar la comida. Sobre el lecho, descansa dentro de una mosquitera un bebé recién nacido. Las necesidades se hacen, como en todo el campo, en las letrinas públicas.
Para solucionar problemas como el de esta tienda, o el de una mujer a la que los ratones se comieron la suya, existe la figura del líder del bloque, que desde hace dos meses en el N-0 ocupa Alí. Periódicamente se reúne con oficiales de ACNUR y de las distintas ONG que trabajan en el campo para buscar soluciones. La figura es elegida por la comunidad de cada bloque.
El bloque N-0, como todo el campo, debería ser una solución provisional para sus habitantes. Hace pocas semanas, la mayoría de las 400 familias que habitaban en este bloque fueron trasladadas al campo de Kakuma, en el norte de Kenia, para descongestionar el campo, y actualmente unas 41 familias residen en el N-0. Los que se fueron, al igual que las personas que permanecen, deberán seguir esperando para volver a sus casas a la solución de un conflicto, el de Somalia, cuyo final es tan incierto como los límites del campo.
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