Adultos de más de 40 también acuden a las unidades de trastornos alimentarios. En algunos casos, la enfermedad les acompaña desde hace décadas.
Estas personas no encajan en el perfil habitual de pacientes con trastornos de la alimentación. Sin embargo, cada vez es más frecuente encontrar a un adulto de más de 35 años con un Trastorno de la Conducta Alimentaria (TCA). Son los que comen sin hambre, los que no comen o los que, por lo menos, no mantienen una relación sana con la comida. La mayoría arrastra la enfermedad desde la adolescencia. Otros debutan más tarde, con casos que traspasan los 60 años. Todos comparten un problema psicológico en el que la comida es sólo la punta de un iceberg.
María tiene 58 años y durante más de 25 se acostumbró a una forma de vida: ingerir cantidades enormes de comida en menos de dos horas. Hasta que no podía más. En su caso, una enfermedad de su marido fue el desencadenante para que se viciara con la nevera. Comenzaron la ansiedad, los nervios, los kilos de más y una larga lista de dietas. Por épocas, adelgazaba, pero su obsesión seguía ahí. "Lo que necesitaba era ayuda psicológica. Una hoja con una dieta no me servía para nada", recuerda.
María sufre el trastorno de la alimentación más habitual entre las personas adultas. En concreto, según un estudio publicado recientemente en la Journal of Psychiatric Research, entre un 2 y un 3% de la población de los seis países europeos analizados, incluido España, sufre el denominado 'trastorno por atracón'. A pesar de que María sostiene que ha superado la enfermedad, todavía acude a las reuniones de Comedores Compulsivos Anónimos, una organización fundada hace 20 años y que trata de ofrecer un punto de apoyo. Entre los asistentes, los que están muy obesos, los que están perdidos, los que creen que no han encontrado la dieta perfecta o los que no admiten que sufren una enfermedad.
El problema habitual de las personas adultas con un trastorno alimentario radica en que llevan muchos años sufriéndolo y han adaptado su vida a él. "Es un hábito, una forma de vida", explica María Isabel Casado, psicóloga e investigadora de estos comportamientos. Ante esta aparente vida normal, los primeros pasos del tratamiento psicológico implican volver al pasado. "Se elabora una línea de vida, en la que se anotan los principales acontecimientos como la muerte del padre, una separación o la maternidad, y se estudia cómo, ante esos cambios, el paciente se volcaba con la comida. De esta manera, el paciente toma consciencia de la enfermedad", explica Montse Bascuas, psicóloga del Instituto de Trastornos Alimentarios de Barcelona (ITA), pionera en España en el proyecto de pisos tutelados para pacientes con anorexia y bulimia.
Durante mucho tiempo, estos pacientes pensaban que "el problema formaba parte de su personalidad y que lo que fallaba era su falta de voluntad. Pero no es sólo eso", apunta Enric Armengou, psiquiatra y director médico del Centro ABB de Barcelona, una unidad privada de trastornos alimentarios con otras dos sedes en Sevilla y Málaga. Una autoestima precaria, la dependencia emocional, una personalidad complaciente y perfeccionista, la ansiedad, la culpa y, en ocasiones, un abuso sexual son algunos de los elementos que suele esconder un trastorno alimentario.
Otra característica frecuente: nunca se han rebelado hacia sus padres. No rompieron ese cordón emocional. "No quería enfadarles. Mi objetivo era buscar su aprobación", justifica Carmen (nombre ficticio), una mujer de 42 años, con anorexia desde los 15 e ingresada desde hace tres meses en la clínica ITA. La última recaída le sirvió para poner las cartas sobre la mesa y tomarse su problema en serio de una vez. "Ya no por mis hijos o mi familia. Por mí".
"Es una respuesta a tus problemas Es un escape por no saber afrontar lo que te da miedo"
Siempre a la espera de la aprobación externa, todavía hoy, es difícil que se enfade con alguien, por lo que le cuesta defender una opinión contraria a la de los demás. Madre de tres hijos menores y, hasta hace poco, agente de seguros, Carmen ha ido enhebrando su vida con inseguridad y un excesivo sentido de la responsabilidad. Su única vía de descarga era la propia enfermedad. "Es una respuesta a tus problemas Es un escape por no saber afrontar lo que te da miedo". Asegura que su trastorno se ha alargado porque no ha sido capaz de afrontar su vida.
Al igual que Carmen, un 80% de enfermos sintieron los primeros síntomas en la adolescencia, según recoge la organización estadounidense National Association of Anorexia Nervosa and Associated Disorders (ANAD). Después, la mayoría ha pasado por dietas, recaídas, diagnósticos erróneos, épocas de tratamiento y años de mejoría. Y, normalmente, han sufrido todo esto solos y con temor a que alguien les sacara el tema. "Yo siempre disimulaba. Achacaba mi delgadez a mis agobios y a mi ritmo de vida. En casa, no se podía hablar de ello. Me ponía muy nerviosa".
A pesar de que cada vez más hombres caen en este tipo de enfermedades, la mujer todavía tiene más riesgo de padecerlas. La obsesión por la belleza y la juventud son factores clave. "Antes se asumían mejor los cambios físicos que implica la edad. Ahora, la obsesión por el peso y la gordura llega hasta más tarde, se queda más tiempo. Una mujer de 50 años también se quiere vestir como una de 20", explica Casado.
Otro de los peligros es el divorcio. "Cuando una mujer se separa, quiere salir, quiere gustar. Y, en la actualidad, estar guapa significa estar delgada. A la mujer se le exige más y, sobre todo, durante más tiempo", argumenta la psicóloga. Lo mismo ocurre con los embarazos. La edad media en la que la mujer da a luz también se ha retrasado. "Y los efectos de parir con 20 y con 40 no son los mismos. Pero la mujer no se quiere ver mal", insiste.
Es difícil calcular el número de casos porque no todos están diagnosticados, aunque la red de centros asistenciales cada vez es más amplia, al igual que la información sobre estas enfermedades. Enfermedades, en cualquier caso, complejas por el componente psicológico, que dificulta el cambio de rutinas a la hora de comer. María es un ejemplo de ello. Pasados casi 30 años de terapia, asegura que su relación con la comida es sana y que el problema se puede curar. A pesar de todo, confiesa que, en los momentos bajos, desea comer otra vez.
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