Un reciente estudio pone de manifiesto un sucio secreto en las revistas médicas: Un porcentaje importante de los artículos publicados en ellas con autores de renombre están, en realidad, redactados por "escritores fantasma" pertenecientes a farmacéuticas u otras empresas. ¿En qué consiste esta práctica?
Escritores que desaparecen y autores que aparecen por arte de magia.
Es bastante conocido en el mundo de la literatura la figura del negro literario o escritor fantasma. En la mayoría de los casos, se trata de escritores noveles y con talento pero con un gran problema: No tienen fama ni renombre. Así pues, pueden encontrarse con grandes dificultades para publicar pese a la calidad de su trabajo. Una de las soluciones para salir de este callejón sin salida es recurrir a alguien con fama o con éxito literario, para que se convierta en el autor oficial. El escritor original pasará a ser un desconocido, un escritor huérfano de su obra y, así, podrá seguir pagando sus facturas mientras se dedica a su pasión en la clandestinidad.
Desafortunadamente, los negros literarios no se limitan al área de la narrativa ni tampoco resultan siempre tan inofensivos como el conocido caso de Ana Rosa y su negro. Que uno ponga la fama y otro el talento entra, sin duda, en el terreno de la ética de aguas turbias. Sin embargo, es una práctica que, en principio, no tiene por qué hacer daño a nadie.
Cuando pasamos del negro literario al escritor fantasma científico la situación cambia radicalmente. Ni las motivaciones, ni la finalidad, ni las consecuencias son, en absoluto, las mismas. Sólo la esencia permanece: Un escritor fantasma elabora un artículo científico sobre un determinado medicamento o tratamiento y, la farmacéutica, a través de diversos medios (más o menos fraudulentos) convence a un médico importante y de renombre en el área para que firme como el autor de dicho artículo (dándole así su "sello de garantía") mientras nuestro tímido escritor fantasma omite cualquier alusión de su autoría en la publicación.
Irónicamente, en casi todo el mundo científico hay riñas y discusiones por aparecer en las publicaciones. Si eres investigador, los artículos son tu forma de subsistencia, o publicas o mueres (profesionalmente hablando). La principal razón que hay detrás de esta contradicción es tan sencilla como turbia: El escritor original del artículo pertenece o trabaja para la empresa (farmacéutica, de tecnología médica, etc...) que ha desarrollado o comercializa el medicamento, dispositivo o tratamiento analizado en el artículo.
En prácticamente todas las revistas médicas científicas existe una obligación de "transparencia". Todos los autores de un artículo científico deben aclarar para quiénes trabajan, quiénes han financiado el estudio y si existen relaciones que podrían considerarse "conflictivas" con el tema del artículo. Es decir, si evalúas un fármaco "X" de la empresa "Y" en un artículo científico y tú mantienes algún tipo de relación con dicha empresa (profesional, monetaria, etc.), estás en la obligación de comunicarlo a los revisores de la revista médica que estudiarán hasta qué punto existe conflicto de intereses y si el artículo debe publicarse o no. Es una forma de garantizar que los resultados son los correctos, que no ha habido manipulación ni un intento por realizar publicidad encubierta en ciencia.
Los escritores fantasma, relacionados en mayor o menor medida con alguna empresa farmacéutica o de tecnología médica, saben que esta obligación de transparencia puede echar para atrás la publicación de su artículo. Para ello, cortan por lo sano. Omiten cualquier autoría que pueda hacer que los demás descubran su relación con la empresa y eligen a una o varias personalidades en la disciplina para que firmen como los autores. La jugada sale redonda, los revisores no sospechan lo más mínimo de las relaciones de la empresa con el artículo científico y, además, los autores son de renombre, una garantía muy importante para que el artículo salga publicado.
Hasta hace pocos años, era un secreto que se sabía que existía, que estaba ahí, pero era realmente difícil estimar su magnitud. La mayoría de las ocasiones en las que se descubren escritores fantasma es a posteriori, cuando un escándalo farmacéutico se destapa y entonces se descubre, a través de la investigación de diversos documentos, que detrás del asunto hay más mierda de la que se olía en un principio.
Hace pocos días pudimos contemplar mejor la realidad de este oscuro problema. El New York Times se hizo eco de un estudio de The Journal of the American Medical Association (JAMA) que saldrá publicado en breve. Los resultados son tan espinosos como avergonzantes. Se realizó una encuesta anónima a los autores de 900 artículos científicos, revisiones o editoriales de las principales y más importantes revistas médicas generales (Annals of Internal Medicine, JAMA, The Lancet, Nature Medicine, New England Journal of Medicine y PLoS Medicine). Una de las preguntas de dicha encuesta (aparte de otras de diversa índole) era si existían personas que habían participado de forma considerable en la elaboración de un artículo como para aparecer como autores (y no figuraban como tales). 630 autores respondieron y el resultado fue que en torno al 7.8% de los artículos publicados en revistas médicas poseen escritores fantasma. El mayor porcentaje se encontró en el New England Journal of Medicine con un 11%. Seguidos de un 7.6% en The Lancet, 7.6% en PLoS Medicine, 4.9% en The Annals of Internal Medicine y un 2% en Nature Medicine.
Los resultados de este estudio, sin embargo, hay que extrapolarlos con precaución. En primer lugar, porque al tratarse de una encuesta el resultado depende mucho de la sinceridad de los encuestados. Segundo, no todos los escritores fantasma pueden serlo por tener relaciones con empresas o compañías implicadas, pudiendo existir otras razones. Aún así, este estudio (junto a otros anteriores realizados sobre los escritores fantasma) pone de manifiesto que el problema es mucho más frecuente y grave de lo que parece a simple vista. Los escritores fantasma son una lacra que invade las publicaciones médicas científicas. Donde sólo debería haber ciencia, ellos insertan publicidad encubierta.
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