Redacción Internacional.- El escritor peruano Mario Vargas Llosa, leyenda viva de las Letras, celebra por motivos literarios y lamenta en términos políticos la vigencia de su "Conversación en La Catedral", un devastador análisis político y social de las dictaduras militares publicado hace cuarenta años.
El escritor Mario Vargas Llosa. EFE/Archivo
Su mirada de entonces, con 33 años, estaba ya empapada de desesperanza, pero tras cuatro décadas en las que ha alcanzado nuevas cotas literarias, ha experimentado las amarguras de la vida política e incluso ha probado suerte como actor, rehuye afiliarse al pesimismo. "No escribiría sobre política si pensara que no hay solución", proclama.
"Por más que la vida sea sufrimiento, fracaso, frustración, también es creación, enfrentarse a circunstancias difíciles y vencerlas. La literatura es justamente eso: una de las muchas maneras que hemos inventado los seres humanos para hacer frente al infortunio y superarlo", explica el escritor arequipeño en una entrevista con Efe.
Vargas Llosa, no en vano, purgó muchas experiencias personales con "Conversación en La Catedral", ambientado en el Perú que, entre 1948 y 1956, estuvo sometido a la dictadura militar de Manuel Apolinario Odría.
El hilo conductor, víctima colateral y espectador impasible de los horrores, es una especie de su alter ego Santiago Zavala, "Zavalita", quien pregunta ya en el arranque: "¿en qué momento se jodió el Perú?".
Ambos quedan marcados por su entorno y comparten la universidad limeña de San Marcos y la profesión periodística en una época que "para un joven que empezaba la vida adulta, que descubría una sensibilidad de tipo social resultaba bastante traumática", reconoce Vargas Llosa.
El escritor, que en 1993 consiguió la nacionalidad española, combina el fresco histórico con el análisis humano para retratar "cómo la corrupción y la violencia que estaban en el centro de la vida política tenían unos efectos profundamente perturbadores en actividades aparentemente nada políticas: las relaciones familiares, por ejemplo, la vida profesional de las personas", resume.
El autor de "La ciudad y los perros", no obstante, tuvo que dejar tiempo para poder abordar esta época de su vida, que escribió desde París, Lima, Estados Unidos y, finalmente, Puerto Rico con una complejidad estilística bajo la influencia de su admiración por Faulkner y Dos Passos.
"Fue bueno que yo intentara escribir esa novela no mientras vivía aquellas experiencias que fueron su materia prima, sino cuando ya tuviera una distancia, una perspectiva con todo eso y una visión con un contexto más amplio", asegura.
Así, "por eso de que uno quiere más lo que más trabajo le cuesta y que más dolores de cabeza le da", "Conversación en La Catedral" es, desde entonces, la hija predilecta de su trayectoria como novelista.
Y en ella, en su denuncia de la pasividad de acción y los ideales sobornables, habita "un fenómeno que por desgracia todavía se reproduce, una problemática que no termina nunca de desaparecer".
Esa denuncia perenne ha jugado a favor de "Conversación en La Catedral".
"De las novelas que yo escribí en esos años es la que menos éxito tuvo al aparecer. Sin embargo poco a poco ha ido abriéndose camino, nunca ha dejado de estar viva, siempre se ha reeditado. Creo que al final ha resultado uno de mis libros más traducidos a otras lenguas", asegura.
Ahora, el escritor sigue hurgando heridas históricas. "No me gusta la idea del escritor que se aisla completamente del mundo y que vive solo entre los fantasmas literarios. La literatura ha sido siempre una manera no de apartarse, sino de hundirse más en la vida, en la historia que se va haciendo".
Desde hace dos años, Vargas Llosa está sumergido en la escritura de "El sueño del celta", título provisional para una próxima novela inspirada en la vida de Roger Casement, cónsul británico en el Congo a principios del siglo XX y amigo de Joseph Conrad, que denunció "las atrocidades que se cometían en las plantaciones caucheras".
Además, sigue su carrera como incipiente actor, infatigable columnista, comentarista político y habitual de las representaciones de ópera en el Teatro Real de Madrid. "Hay que hacer todo lo posible para llegar vivo hasta el final y no petrificarse. Eso es lo peor que puede ocurrirle a un escritor", concluye.
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