Redacción Internacional.- La depresión por la que pasó Lars von Trier antes de rodar "Anticristo" marca la nueva película del director danés, llena de delirios, arrebatos de egolatría y perversiones varias con el fin de maquillar una preocupante vacuidad artística.
El director de cine Lars von Trier en Cannes durante la presentación de su película "Anticristo". EFE/Archivo
En vez de pagar un psicoanalista, Von Trier, con bueno olfato comercial, decidió exorcizar sus demonios en el celuloide pensando que, tras su escandaloso paso por Cannes -premio incluido a la mejor actriz para Charlotte Gainsbourg-, quizá el estreno en salas de "Anticristo" haría que la terapia, lejos de resultar ruinosa, fuera rentable.
A España llega este fin de semana con esa tramposa etiqueta de "película que da que hablar" y, por tanto, que reclama a todos aquellos que no quieran quedarse sin una opinión al respecto. Mutilación del clítoris, piernas atravesadas por brocas y eyaculaciones sangrientas serán algunos de los ejes sobre los que girará la conversación.
Pero "Anticristo" no satisfará a los seguidores de películas como "Bailar en la oscuridad" y "Rompiendo las olas". Si bien el seguidor de Von Trier acepta que a cambio de cine de calidad tendrá que pasar todo un calvario, el director no cumple en esta ocasión la primera cláusula del contrato.
Esta vez exprime gratuitamente a sus personajes, los incluye en una trama ínfima y, en consecuencia, somete al espectador a una desagradable sesión de violencia explícita en la búsqueda vana de otra vuelta de tuerca en el retrato "vontrieriano" del dolor.
La premisa, ya de por sí límite -la superación de la muerte de un hijo por parte de una pareja que lo dejó caer por una ventana mientras hacían el amor apasionadamente- es la plataforma para que el director, con ayuda de Willem Dafoe y la citada Gainsbourg, tome el camino del "todo vale" con tal de romper tabúes.
Así, además de sexo y violencia, Von Trier completa su cóctel explosivo -pero definitivamente poco original- con la cuestión religiosa: la culpa, la purga y el martirio.
Como no se habla de dios sino del "Anticristo", no habrá luz para el perdón ni la esperanza. La película se propone y, eso sí lo consigue, llevar a su público al mismísimo infierno.
¿Es esto válido como propuesta? Pese a todo, sí. Pero los que no se sientan expulsados por este planteamiento, tendrán todavía grandes motivos para el desaliento durante la dilatada ejecución.
Y es que "Anticristo" se resiente, principalmente, por el enorme contraste entre la solemnidad visual y narrativa que imprime el otrora defensor de la espontaneidad del Dogma 95 y que esta vez cae en el psicoanálisis de brocha gorda, en simbolismos irrisorios y en golpes de efecto con calzador.
La única gran esperanza que abre la película es pensar que, después de tal patinazo en su trayectoria, Von Trier haya purgado definitivamente sus ínfulas ególatras y sus obsesiones pasadas de rosca para retomar el pulso que le hizo célebre.
Afirmaciones como la de "soy el mejor director de cine del mundo" vertidas en Cannes tras la proyección de prensa de la película, no ayudan a pensar que sea ésta la sesión de terapia definitiva para el cineasta y que todavía le queden entregas de esta tortura para el espectador.
Mateo Sancho Cardiel
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