L'AQUILA (ITALIA).- "Visitar L'Aquila es como visitar Pompeya". Así nos recibe un bombero en la plaza del Duomo de la que puede considerarse hoy una ciudad muerta. Cinco meses después del temblor que acabó con la vida de más de 300 personas y dejó sin casa a decenas de miles, la capital de la región de los Abruzos ofrece una imagen desoladora.
Imagen de lo que se ve hoy día.
Estamos a mitad de agosto y, mientras la mayoría de italianos celebra el cenit del verano, en L'Aquila tienen pocos motivos que festejar. El centro de la ciudad, "zona roja" en el argot que maneja la gente aquí, permanece cerrado a cal y canto. El 80% de los edificios está afectado de una u otra manera. Algunos completamente derruidos, otros parcialmente y muchos rodeados de tanta destrucción que son impracticables.
"Aunque veas algunos edificios con la fachada en buen estado, no te engañes, lo peor está dentro, muchas plantas se derrumbaraon como castillos de naipes". Habla Lamberto Pasqualoni, un voluntario umbro que ya vivió un terremoto en sus propias carnes y ha venido a L'Aquila con un contingente de voluntarios para echar una mano.
Hace escasas semanas que abrieron la única calle del centro histórico que conduce a la Plaza del Duomo. El recorrido es deprimente: edificios apuntalados, cascotes en los margenes, tiendas con carteles en los que se despiden de su clientela para siempre, y silencio —sobre todo silencio— en una ciudad en la que vivían 70.000 personas de las que muchas han huido para probablemente nunca volver.
Al final del recorrido, la plaza que antes era un bullicio de personas con mercado diario se ha convertido en centro logístico de bomberos y en escenario de una de las reconstrucciones que se está llevando a cabo con más celeridad, la de la catedral. Todas las calles adyancentes están cerradas al acceso público y ni siquiera sus propietarios pueden entrar, nos comenta un bombero. En la restauración del patrimonio artístico, que suma 45 edificios catalogados, se está invirtiendo mucho tiempo, energía y cantidades astronómicas de dinero.
Carteles de despedida.
Allá donde uno mire hay cascotes y grietas. No hay un solo edificio que se haya salvado del sismo. Tanto Bomberos como Protección Civil reconocen que no saben hasta cuándo estarán destacados aunque a juzgar por la infraestructura de la que disponen va para largo. En un solo día, este periodista contó más de una cincuentena de vehículos de bomberos recorriendo los alrededores de la ciudad.
Septiembre había sido designado por Berlusconi como fecha clave para entregar los famosos 'pisos para todos', pero nada más lejos de la realidad, según el testimonio de todos los afectados. Antonella perdió a un primo en el terremoto, además de media casa. Consume las horas en el bar Atena, uno de los pocos abiertos en la periferia de L'Aquila, junto a Giuseppe, cuya casa desapareció en su totalidad. Ambos viven en uno de los campamentos improvisados sin más esperanza que la de matar las horas mientras pasan los días.
A las afueras de la ciudad la actividad es frenética en la construcción de edificios antisismo que servirán de casa improvisada para unas 13.000 personas. Los edificios estarán listos en diciembre, según los cálculos. Luego llegarán las listas de espera, la dificultad de seguir un criterio para alojar con prioridad a los afectados y la capacidad de adaptación de los mismos a unas viviendas cuyo carácter provisional da cuenta de la calidad con la que estarán levantadas.
Nos acercamos a uno de los campamentos base de la ciudad, Acquasanta. Aquí, en un estadio rodeado de majestuosas montañas, viven cerca de 400 personas, muchas de ellos desde el fatídico 6 de abril. Varios pasillos distribuyen las tiendas en las que la gente poco a poco ha rehecho su vida. Hay bicicletas, ropa tendida, juguetes, pósters y todo aquello que pueda recordar a un hogar. El sol cae a plomo mientras Marco Lattanzi, jefe de campo, nos acompaña en un ruta explicativa que finalizará del modo más inesperado, compartiendo mesa y mantel junto a los terremotari, que gentilmente nos ofrecen su propia comida y bebida.
"La gente está deprimida y cada semana que vengo noto la involución. Primero fue el terremoto, luego la falta de casa, ahora la convivencia", explica Marco. "La gente joven todavía puede salir, viajar, pero los mayores se ven limitados a este estadio después de vivir décadas en sus hogares", añade. Otra afectada señala que "en Italia no saben lo que está pasando aquí, creen que la ciudad se ha recuperado por todo lo que dice Berlusconi en la tele".
L'Acquasanta, nos explican, tiene fecha de caducidad. L'Aquila es una de las ciudades más frías de Italia y a partir de octubre la existencia de este espacio al aire libre es más que inviable. El problema será resolver la ecuación entre su desmantelamiento y el destino del medio millar de personas que viven allí. Nadie sabe contestar qué será de la ciudad a largo plazo. Algunos dicen que se recuperará en 5 años, otros que en 10, otros sugieren 20 y algunos ni siquiera tienen esperanzas de que L'Aquila vuelva a volar.
Los campamentos siguen instalados.
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