Barberías de toda la vida, funerarias de bellos escaparates, tiendas de ultramarinos con precios del siglo pasado, pequeñas imprentas artesanales, y restaurantes familiares con muchas décadas de historia pueblan el centro de la ciudad en la que el Duero se funde con el Atlántico. Las embajadas de Zara, Media Markt, o McDonald's no han logrado anular la identidad de Oporto.
Además del Oporto romántico, en el que abundan los inmuebles abandonados, también existe el Oporto de las villas, racionalistas, y de aire británico; el Oporto de Álvaro Siza —nacido en la ciudad—; e incluso el Oporto rabiosamente moderno de Rem Koolhaas. Pero si hay un lugar que conviene visitar para entender el espíritu de esta ciudad —que se debate entre lo cosmopolita y lo provinciano— es el Mercado do Bolhão y sus alrededores. En el interior de este decadente e inmenso edificio de principios del siglo XX buscamos, y encontramos, la esencia de la ciudad.
En las inmediaciones del mercado una mujer vende su último pescado. Son las 9 de la mañana, un momento perfecto para visitarlo. Se encuentra en plena ebullición.
A pesar de su cercanía al Atlántico la gastronomía de Oporto es rica en recetas en las que se impone la carne. Las míticas 'francesinhas' —un sándwich de lo más contundente— son buena prueba de ello.
Los turistas visitan el mercado con frecuencia, pero éste no es una mera atracción turística. Las gentes de Oporto siguen siendo los principales protagonistas. Las vendedoras de verduras y hortalizas de la planta superior regalan detalladas explicaciones sobre su espectacular género.
Los enseres de los vendedores forman composiciones que convierten en un gigantesco collage las paredes de este histórico edificio, que cubre toda una manzana del centro de la ciudad.
La abundante mercancía de primera hora de la mañana dota al espacio de un aire destartalado. Este es un mercado en el que el género puede tocarse sin miedo.
Oporto es una ciudad viva, pero no está dominada por el ruido. El mercado es buena prueba de ello. A pesar de ser un lugar bullicioso en él se mantiene un cierto silencio ambiental, al menos para los niveles a los que estamos acostumbrados los que venimos del otro lado de la Península.
Palomas y gaviotas dominan Oporto tanto como los hombres. Las primeras andan despreocupadas entre los puestos de los comerciantes, que en ningún momento hacen por espantarlas. Son una de las grandes señas de identidad de este mercado.
Conversar sin prisas es una de las cosas que se hacen en este foro que recoge entre sus muros la historia íntima de la ciudad.
Las flores son una de las principales mercancías que podemos encontrar en la planta baja del mercado, aunque por sus pasillos también podemos toparnos con quesos, con los míticos vinos de la ciudad, y con otras grandes sorpresas.
Una imagen religiosa cubierta de exvotos de cera en una de las puertas. Confirma que el edificio dista de ser únicamente un lugar dedicado al comercio.
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