La pregunta que todo visitante se plantea cuando piensa en esta ciudad al norte de Egipto es qué ha quedado de la antigua Alejandría. Y yo no fui menos: cuando llegué aquí lo primero que hice fue intentar localizar en medio del mar Mediterráneo el histórico faro de Alejandría. Malas noticias para mi desinformada ilusión: el que otrora dicen que formara parte de las Siete Maravillas del Mundo desapareció por el devastador efecto de dos de los terremotos que asolaron la ciudad. Una pena, porque tal fue el impacto que causó su diseño en los arquitectos de la época, que fue imitado en los primeros minaretes de mezquitas, como por ejemplo la de Ashbelia, actualmente la torre de la Catredral de la Giralda en Sevilla.
Buceando entre ruinas..
Cuenta la leyenda que con los restos del faro se construyó la fortaleza mameluca de Qaitbey, una ciudadela al final del paseo marítimo, que se levantó en su día para proteger la ciudad de los ataques turcos. Qaitbey se puede visitar por dentro, y pasear por sus galerías, pero lo más interesante son los conciertos que a veces se hacen por la noche dentro de sus murallas.
Aunque el faro no es lo único que se llevaron los desastres naturales: dos tsunamis destruyeron la ciudad en el año 365 d.c y, más tarde, en 1300. Y así fue como se formó la ciudad inundada de Cleopatra, en el puerto este de Alejandría. Uno de los atractivos de esta zona de la ciudad es por supuesto bañarse enfundado en un traje de neopreno, pero también el disfrutar de un té o un café con shisha —el narguile alejandrino— en alguno de los restaurantes y cafeterías del área.
Y lo mejor: el club de buceo Alexandria Dive oferta excursiones para nadar entre estatuas, esfinges, columnas o jeroglíficos. No hay que ser un experto en el buceo y, además, se pueden tomar fotografías. Una manera muy original de pasar el día como un auténtico Indiana Jones, disfrutando de las maravillas de las antiguas civilizaciones que ni el tiempo ni los desastres naturales han logrado borrar.
Pero si hay algo inquietante en Alejandría —que no ha cesado con el paso de los años— es la búsqueda de sus habitantes de la tumba del fundador, Alejandro el Grande. Nadie sabe a ciencia cierta dónde fue enterrado, aunque crónicas como la de León El Africano, que datan del siglo XVI, aseguran haber visto un mausoleo en un lugar supuestamente oculto en el centro de la ciudad, cerca de la iglesia de San Marcos.
Arqueólogos de todo el mundo siguen con esta laboriosa tarea, sin demasiada suerte. Los propios alejandrinos cuentan como anécdota que las autoridades no han podido construir una red de metro decente para descongestionar la tumultuosa ciudad porque en cada centímetro bajo tierra es posible encontrar un nuevo yacimiento arquitectónico.
Siguiendo con los enclaves arqueológicos, una de los indispensables para todo viajero es el del Pilar del Pompeyo y su efigie, adonde se puede acceder en taxi, dirección suroeste desde la estación de tren de Masr. Se trata de lo que hace mucho tiempo fuera la antigua ciudad, Rakota. También son las ruinas de Serapeum o Templo de Serapos, donde egipcios y griegos mezclaban alabanzas a sus diferentes, pero similares en virtudes, dioses.
Además, muy cerca de aquí se encuentran las catacumbas Kom Ash-Shuqqafa, el yacimiento funerario más grande del país. Y, si se me permite el apunte, mucho más bonito que el Valle de los Reyes en Luxor.
Por último, si os va esto de las tumbas, no podéis dejar de visitar las de Mostafa Kamel, en el barrio de Roushdi; las del Chatby, cerca del colegio de San Marcos, entre los barrios de Chatby e Ibrahimiya; o las de Anfoshy, cerca del palacio de Ras el Tin.
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