Bour-Saint-Maurice (Francia).- El estadounidense Lance Armstrong no quiere desaparecer del Tour, se aferra a la carrera y se niega a pasar inadvertido.
El español Alberto Contador (c) y el estadounidense Lance Armstrong (d), ambos del equipo Astana, a su paso por los Alpes durante la decimosexta etapa del Tour de France, una carrera de 159 kms desde Martigny a Bourg-Saint-Maurice, Francia.
Lo demostró hoy en el ascenso al Petit Saint-Bernard. Se quedó cortado tras un ataque del luxemburgués Andy Schleck pero se rehizo, apretó los dientes y en una escalada que recordó los mejores años de su septenato, logró enganchar de nuevo con el grupo de favoritos.
Parecía muerto y resucitó para conservar su segunda plaza en la general y todo el brillo que ha mostrado durante este Tour de Francia, donde ha estado permanentemente con los mejores.
Con todos menos con el español Alberto Contador, su compañero y ahora jefe de filas, al que ha prometido respeto y pleitesía.
"Hoy tuve mejores piernas que en los días pasados", dijo el tejano tras cruzar la meta de Bourg-Saint-Maurice.
En el Petit Saint-Bernard, Armstrong dio una lección de clase. Del talento que nadie le ha discutido nunca. De la rabia que le viene de un orgullo inigualable. Y demostró que todavía le quedan fuerzas.
Tras la etapa de Verbier, donde no pudo seguir el ritmo de Contador y acabó cediendo 1:35 minutos con su compañero de equipo, se borró de la lucha por la victoria en París y prometió convertirse en el "sirviente" del madrileño de Pinto.
"Estoy seguro de que si me hubiera hecho falta su ayuda me la habría dado", señaló Contador, quien reconoció que durante la etapa hablaron por primera vez en lo que va de Tour.
Con el ataque de Schleck, Armstrong pareció enterrarse del todo. Pero tras unos minutos de duda, tras unos kilómetros de sufrimiento, se lanzó a por los mejores, un autobús que se resiste a perder a sus casi 38 años y tras tres apartado de la alta competición.
Durante unos minutos se vio al mejor Armstrong, su cadencia de pedaleo, su ritmo rápido, su silueta inconfundible.
Armstrong quiere seguir en este Tour y no como una comparsa, ni siquiera como un gregario de lujo de Contador. Quiere seguir pesando, quizá luchando por un escalón en el podium, aunque sabe que será difícil que sea el más alto, el único que ha pisado hasta ahora.
En la jornada de descanso en Martigny desapareció de los focos. La pasó encerrado en su habitación, donde departió con Johan Bruyneel. Por la mañana pasó un control por sorpresa, al igual que Contador y que Andreas Kloden. Por la noche cenó con el presidente de la Unión Ciclista Internacional (UCI), Pat McQuaid, que compartió mesa y mantel con el equipo Astana.
Cuentan que Armstrong fue uno más, que se mostró sonriente y distendido. Parecía que había pasado la página de este Tour de Francia, pero es demasiado orgulloso para marcharse por una puerta trasera.
Con la unidad del equipo Astana recobrada, al menos de puertas para afuera, Armstrong busca su lugar en un equipo volcado en Contador y en un Tour que parece de cara para el español.
En la caravana se examina cada paso del tejano, ahora en la sombra, como se escudriñaba cada movimiento hace unos días, cuando era uno de los favoritos para la victoria final, el más mediático, el más buscado.
Ahora, oficialmente, ha dejado el camino franco a su compañero a menos que no esté interpretando su enésimo papel, como cuando en sus años de hegemonía se divertía a meterse en la piel del derrotado antes de acabar las etapas como el triunfador. Como en una película de Hollywood, donde el bueno es más bueno cuando el malo le pone en apuros.
¿Quién no recuerda su "farol" en el Alpe d'Huez de 2001, cuando se hizo el muerto en las primeras rampas antes de fulminar a Jan Ullrich en la meta del mítico col?
"He querido jugar al póquer", aseguró entonces el tejano al cruzar la meta con una sonrisa de satisfacción. Nadie sabe si ha perdido sus dotes de tahúr.
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