Si algo ha quedado claro estos días es que es el 40 aniversario de la primera vez que el hombre pisó la Luna, que fue una hazaña única, y que, gracias a ella, EEUU demostró su supremacía en plena Guerra Fría. Pero, ¿por qué no se ha vuelto a la Luna tras las misiones Apolo?
Jonhson, su mujer y el vicepresidente Humphrey, entre los testigos del lanzamiento.
El 20 de julio de 1969, el Apolo 11 tocó la superficie lunar y dos de sus tres tripulantes pasearon durante algo más de dos horas por Selene. Fue la primera vez, pero no la única. En total fueron seis los alunizajes con éxito del programa Apolo. El último, el Apolo 17, realizó su alunizaje el 7 de diciembre de 1972. Desde entonces el hombre no ha vuelto a pisar la tan cercana, y al mismo tiempo tan lejana, Luna. De hecho, ningún humano se ha aventurado a más de 600 kilómetros de la Tierra (la distancia media entre el centro de la Tierra y la Luna es de 384.400 km).
Tal vez para comprender por qué no se ha vuelto a la Luna deberíamos contestar primero por qué se fue. En plena Guerra Fría los bloques soviético y estadounidense se midieron en diversos ámbitos, algunos públicos, pero la popularidad de unos y otros no era la misma: "El espacio fue desde el principio el lugar donde mostrar la hegemonía tecnológica. En esa escalada de poder, el armamento nuclear no se podía mostrar pero los logros espaciales sí. Tecnología punta y descubrimiento, la nueva vanguardia", explica Javier Armentia, físico y director del Planetario de Pamplona.
Efectivamente, en el palco público el armamento nuclear, las guerras y la 'colonización' encubierta de los países satélites de uno y otro bloque no contaban con el apoyo de gran público, pero el espacio era otra cosa. ¿Quién no ha levantado la cabeza hacia el cielo en una noche estrellada y se ha preguntado qué hay más allá?
En este ámbito los rusos —con el Sputnik, la perra Laika, el Luna-3 y el vuelo de Gagarin— se adelantaron en el marcador, algo inaceptable para la que históricamente siempre había sido la 'tecnológicamente adelantada EEUU'. Su prestigio disminuía y, además, en Vietnam les estaban dando un par de lecciones, provocando el rechazo a la guerra en su propio país y desacreditando al gobierno. En estas circunstancias, el entonces presidente Nixon lo tenía claro: la Luna era su cortina de humo. El derroche de medios era justificado.
Edwin 'Buzz' Aldrin es uno de los pocos 'afortunados' que han logrado la hazaña.
"El ir a la Luna era un objetivo político. Y por eso el empuje brutal organizativo, tecnológico y sobre todo económico pudo mantenerse durante los 60. Pero, una vez allí, una vez puesta la bandera, el empuje disminuía. Cuando las últimas misiones Apolo en el 72 ya no fueron portada de los periódicos, el programa se paró. Entonces ya el mundo había cambiado; Vietnam, la crisis del petróleo... Ciertamente, lo que se pensaba que iba a cambiar el mundo no lo estaba haciendo, y la propia dinámica de la Guerra Fría comenzaba a ser puesta en entredicho. El espacio como campo de batalla de la hegemonía tecnológica, dejaba de tener interés", dice Armentia.
El viaje a la Luna sin duda supuso uno de los mayores esfuerzos económicos de los EEUU: durante ocho años, más de 400.000 personas que trabajan para 20.000 organizaciones diferentes unieron sus esfuerzos hacia un único objetivo: que Armstrong y Aldrin pusiesen la bandera en la Luna. Sin embargo, el objetivo del Gobierno se cumplió con creces, como explica David Bell, profesor de la Universidad de Leeds y coautor del libro 'Space Travel and Culture: From Apollo to Space Tourism': "En todo el mundo, las visiones de un futuro de ciencia ficción se hicieron comunes en el arte, arquitectura, comida, música, ropa, diseño interno, etc. Los ciudadanos creían que en poco tiempo irían a trabajar en cohetes, y que sus hijos podrían trabajar en Marte. Esta fue la era espacial, una época en la que nada era imposible".
Dejando aparte el contexto sociopolítico, la tecnología es otro de los puntos clave en esta historia. El viaje a la Luna suponía muchos riesgos, pues la tecnología estaba en sus límites. Pero era lícito exponer a la tripulación a un posible desastre por ganar la carrera espacial. Nixon incluso tenía ya escrito el discurso en caso de que algo saliese mal. Sin embargo, cabe preguntarse si hoy en día teniendo la posibilidad de que el mismo trabajo lo hagan robots, que además tienen un menor coste, merece la pena arriesgarse, a pesar de que la tecnología sea mayor.
Armstrong y compañía posando para la posteridad.
Armentia lo resume así: "La ciencia que se usó en las misiones era poca, y de hecho se podía haber hecho más con misiones robotizadas (por ejemplo, lo que se ha hecho con Marte). Además, el empuje tecnológico para llegar a la Luna había supuesto muchos avances que no habían sido afianzados: se había ido hasta la Luna pero no se sabía realmente cómo permanecer de forma segura mucho tiempo fuera de la Tierra (y por ello a comienzos de los 70 realmente comenzó a estudiarse el la cuestión con los primeros laboratorios espaciales, como la Skylab que subió al espacio precisamente en el 73 o la Salyut soviética, seguidas luego con la Mir y ahora con la Estación Espacial Internacional). El tema espacial pasó a una fase de desarrollo aparte de las misiones tripuladas, con misiones robotizadas de exploración del sistema solar, satélites de observación terrestre y astronómica. Menos riesgo y más interés científico, económico y social".
Por otra parte, quien siga de cerca la investigación espacial podrá comprobar que los intereses son cambiantes, de modo que cada planeta tiene sus veinte minutos de fama para las diferentes agencias espaciales: Venus tuvo la sonda Mariner y después fue abandonada; Mercurio tiene el Messenger; Urano y Neptuno tuvieron las Voyager; etc. El único que ha tenido continuidad en el interés ha sido Marte.
LA NASA ha anunciado un programa lunar que se llevará a cabo en 2020
Entonces, ¿por qué la Luna iba a ser distinta? El presupuesto espacial se ha ido recortando progresivamente en los últimos años y hay que poner en la balanza los términos interés versus presupuesto.
En este aspecto no deja de tener importancia la reflexión de Martin Parker, profesor de Cultura y Organización en la Escuela de Gestión de Leicester y coautor junto a Bell del libro sobre la Luna, que considera que "el cuadragésimo aniversario es un momento dulce y amargo. Podemos celebrar el logro increíble, pero también podemos llorar el final de la era espacial, y me pregunto por qué si pudimos poner un hombre en la luna hace cuarenta años, no podemos resolver los problemas de la tierra ahora".
La Luna, sin duda, volverá a despertar el interés que tuvo. La NASA, de hecho, ha anunciado un programa lunar (Orión) que se llevará a cabo en 2020, pero el progreso es lento y las probabilidades de que los indios o chinos con sus emergentes programas espaciales lleguen primero son altas. O quizá, incluso el sector privado, donde Virgin Galactic, del multimillonario Richard Branson, tiene planes para crear vuelos espaciales turísticos dentro de unos años.
* Sherezade Álvarez es periodista especializada que trabaja en la empresa de divulgación científica DIVULGA.
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