MUNICH (ALEMANIA).- Fracasado es el que a los cuarenta años viaja en Metro, escribía Francisco Umbral en "Mortal y rosa". Las cosas han cambiado y hoy en día sólo podemos estar en completo desacuerdo.
El metro ('U-Bahn') de Múnich fue inaugurado en 1971, un año antes de que se celebraran los Juegos Olímpicos en la ciudad. Este metropolitano es un elemento más de la red urbana de transporte, dividida a efectos de tarificación en anillos concéntricos, que incluye trenes de cercanías (S-Bahn), tranvías (Tram) y autobuses. El MVV es el consorcio que gestiona todo esto. Con el mismo billete se puede tomar cualquiera de estos medios de transporte y cambiar de uno a otro hasta llegar a destino. En el metro se reflejan muchos estereotipos alemanes: organización, disciplina, orden y puntualidad.
Una típica estación cuenta en la superficie con un aparcamiento para bicicletas, unos expositores de periódicos (echas las monedas, abres la tapa y coges uno) y una parada de autobús. Bajo tierra, el andén se encuentra en el centro de la nave, con las dos vías una a cada lado del mismo. En el tablón de anuncios están publicados los horarios bastante prolijamente y al minuto. En caso de obras en la red, las modificaciones en los servicios, documentadas a un nivel (para un no alemán) enfermizo de detalle, se publican igualmente con enorme antelación. El padre Wilhelm Kleinsorge leía la Biblia y los horarios de trenes, los dos únicos tipos de texto que según él nunca decían mentiras. En las estaciones no faltan relojes para que se pueda comprobar la puntualidad de los horarios.
Al igual que en los metros de Berlín o Frakfurt, también destaca la ausencia de barreras a la hora de acceder a los andenes de sus seis líneas (U1-U6), intentando disuadir con la presencia esporádica de revisores de paisano que piden de improviso los billetes a aquellos pocos que quieran aprovecharse y "viajar negro" (Schwarzfahren) sin pagar. La gente aquí respeta esas reglas no escritas como "antes de subir, dejen bajar" o colocarse a la derecha en las escaleras mecánicas para dejar un paso libre. Durante los trayectos se mantienen conversaciones, se escuchan los mp3 con cascos de cada vez mayor tamaño, se lee el 'Bild Zeitung' o los últimos bestsellers, se juega con los móviles... Llama la atención que no está mal visto ir comiendo, aunque tampoco es tan frecuente.
El conductor del convoy habla a veces por megafonía, casi siempre con sentido del humor, ya sea para rogar paciencia en el caso de que por motivos de tráfico el tren se detenga unos minutos entre dos estaciones o para recordar que se use toda la longitud del andén. Cuando el metro va muy lleno los vagones no se llenan eficientemente, ya que muchos viajeros se concentran en la zona de las puertas quedando espacio sin ocupar en los pasillos. Si es hora punta y la gente va con prisa no suele pensar mucho en los demás. No muy diferente de otros metros del mundo. En una ocasión todo esto conspiraba para que una mujer con el carrito del niño no lograra subir al tren. Ella empujaba el carrito por el andén buscando una puerta con suficiente espacio libre, sin éxito. El conductor intervino lanzando una advertencia, hasta que la mujer no lograra subir al tren, no nos moveríamos de la estación. En breves instantes se abrió un hueco como si del mismo mar rojo se tratara bajo la voz de Moisés y la madre y su bebé consiguieron embarcar.
Pero si hay que destacar un momento, éste podría ser el transbordo entre las líneas U2 y U5 en Innsbrucker Ring, al este de la ciudad. Los trenes que viajan en dirección a la periferia comparten el andén y estacionan frente a frente. El transbordo requiere sólo cruzarlo, apenas cinco metros. La sincronización de los trenes es a menudo perfecta (otra palabra no hay). El que llega primero espera por el otro no más de 15 segundos, las puertas se abren durante un poco más del tiempo que se requiere para cruzar cómodamente el andén. El resto transcurre paralelamente, se cierran las puertas y parten los trenes, en un mano a mano hacia la oscuridad del túnel, e incluso por unos primeros metros una vez dentro del túnel sigues viendo desde tu vagón el otro tren, como si fuera un reflejo en una realidad paralela.
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