Les separan algunas generaciones, miles de kilómetros y sus trayectorias vitales son totalmente dispares. Sin embargo, se sienten parte de una misma historia, la de los niños de la guerra. Herminio, Sally, Zlata y Edwin padecieron de alguna u otra forma las penurias de los conflictos y hoy nos lo han contado, aprovechando el noventa cumpleaños de la organización Save the Children, creada después de la Primera Guerra Mundial para atender a los que menos culpa tienen de las contiendas, pero los que más las padecen. Entre todas las historias, una denuncia, la de Gervasio Sánchez, colaborador de soitu.es y uno de los maestros de ceremonia del 'cumpleaños', que no se cansa de recordarnos nuestra parte de culpa en los conflictos más cruentos del mundo. "España sigue siendo la octava potencia mundial en venta de armas del mundo", ha vuelto a afirmar sin rodeos delante de la vicepresidenta del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, que ha mantenido el tipo, pero se ha mostrado visiblemente incómoda. Según él, si los gobiernos como el de España tomaran decisiones firmes respecto a la venta de armas, dentro de unos años podríamos dejar de escuchar historias como las que contamos a continuación.
Viéndole arrastrar los pies hasta el atril donde ha contado su vida en pocas frases, uno piensa que poco queda de aquel "niño de Guernica" dentro de este anciano de 80 años, voz pausada y un suave acento inglés. "Es muy difícil en cuatro minutos dar una idea de lo que ha sido nuestra vida", comienza, y los recuerdos repican más vivos que nunca en su memoria cuando se arranca a relatar cómo un día de mayo del 1937 vio alejarse la ría de Bilbao desde la cubierta del barco que le llevaría a él y a otros 4.000 niños de la Guerra Civil española rumbo a su nueva vida en Gran Bretaña. Su primer destino fue Southampton, donde los lugareños se volcaron para cuidar a la marea de casi huérfanos que llegaban desde España. Perder la inocencia fue su destino, quedarse sin educación, su gran dolor. "Más tarde tuvimos que superar esta desventaja", sostiene antes de relatar cómo se labró un futuro trabajando por el día y estudiando por la noche en un Londres amable y hostil al mismo tiempo, por donde arrastró su desarraigo durante años. Tras años de ir y venir de un campamento a otro, Herminio comprendió que nunca volvería a España. "Nos dimos cuenta de que teníamos que echar raíces donde estábamos", cuenta. Ahora, tras años arrastrando esa sensación de "no ser ingleses ni tampoco españoles", prefiere no mirar tan lejos en el pasado —"no se qué habría hecho yo en esa situación", confiesa acordándose de sus padres— y preocuparse de lo que nos afecta más directamente hoy en día. "Quiero confesaros que aguanto muy mal los abusos e injusticias que sufren tantos hoy en día. ¿Cuántos nos manifestamos en Londres antes de que se declarara la guerra contra Irak?"
La vida de este judío de origen alemán podría ser perfectamente un guión cinematográfico. Esto debió pensar alguien en algún momento después de escucharlo, porque la película ya es una realidad. Se llama 'Europa Europa'. Sally recuerda que el momento más amargo de su vida es cuando le echaron del colegio en el 35. "Es una herida que todavía tengo abierta", se lamenta este joven de 84 años y corta estatura. Después llegó el momento de emigrar a Polonia donde, tras unos años de normalidad, con la ocupación nazi llegó la tragedia. "A un gueto se entra vivo pero nunca se sale", le dijeron sus padres a su hermano y a él antes de alentarlos para que huyeran al Este. Aún se emociona pensando en la despedida. Su padre, un judío muy religioso le pidió que jamás renunciara a sí mismo. Sally confiesa que su mensaje "nunca dejes de ser quien eres. Si eres judío dios te protegerá", le ha decepcionado. Sin embargo, su madre le dijo "Sally, tienes que vivir" y ese mensaje "ha sido la fuerza que ha marcado" su vida, "una fuerza mágica". Los siguientes años los vivió en un orfanato ruso hasta que la llegada de los nazis, que le pisaron los talones durante media vida, volvió a cambiarle la vida. Cuando tuvo que identificarse recordó los mensajes de sus padres. "Elegí la voz de mi madre y durante cuatro años viví un pequeño milagro que me salvó la vida", relata. Desde ese momento pasó a ser Joseph y, asegurando que era "alemán puro", ingresó en las juventudes hitlerianas. Allí recuerda cómo tuvo que ayudar a realizar traducciones, interpretar sentencias de muerte de partisanos rusos e incluso participó en la detención del hijo de Stalin. Si el desarraigo marcó la vida de Herminio, Sally ha tenido que cargar con una tremenda "lucha interior". También él ha consagrado su vida a evitar los conflictos. En Israel desde hace sesenta años, confiesa sentirse satisfecho "con el discurso de Obama en el Cairo y el de Netanyahu porque ya admite la creación de dos Estados para dos pueblos, pero ha puesto muchos obstáculos. Luchar contra esos obstáculos es mi misión", sentencia.
Zlata Filipovic.
Muchos leímos su diario antes que el de Ana Frank. Para los que como Zlata, hoy rondamos la treintena, la de Bosnia fue la guerra de nuestra infancia. La diferencia es que para nosotros, sólo lo fue a través de la televisión. Apenas nos costó ponernos en la piel de esta niña —hoy mujer de 28 años— que, hasta que escuchó los primeros disparos de su vida, "tenía una vida de clase media, muy europea y agradable". Como ella, ¿quién no ha pensado alguna vez que esas cosas como la guerra sólo le ocurren a los demás? Aún recuerda sus clases de tenis y el colegio, que tuvo que dejar cuando empezó la guerra. "Me di cuenta en un segundo de que mi vida había cambiado", relata Zlata, que a partir de ese momento quedó "confinada" dentro de su propia casa durante dos largos años. "Cada vez que oíamos disparos nos metíamos en el sótano y sabíamos que no podíamos salir a la calle", cuenta. Así, sola con sus padres, inventó un amigo invisible, "un amigo de mi edad al que le contaba todo lo que me ocurría. Se lo escribí en un diario que hoy se ha convertido en un testimonio de la guerra". explica. Según Zlata, que hoy es activista por la paz, "para poder comprender la esencia de esta historia es necesario multiplicar este testimonio por el de millones de niños que han padecido situaciones similares". Ella deja claro que lo importante no es su historia: "No quiero hablar de mi experiencia sino de la de todos".
Edwin Tholley.
Si fuera español, todos dirían que Edwin es todavía un niño. Lo cierto es que casi lo es: tiene 22 años y está completando sus estudios en Almería gracias a una beca. Sin embargo, muchos adultos mueren sin haber vivido la mitad de penurias que él en toda su vida. Él lo cuenta atropelladamente, con mucho énfasis y tratando de defenderse en un español que aún no domina. Su entusiasmo podría confundirse con alegría —de hecho consigue arrancar las sonrisas de los que están a su alrededor—, pero lo que cuenta es terrible. Era sólo un niño cuando estalló la guerra en Sierra Leona y a los doce ya era sargento de la insurgencia al mando de otros quince niños como él. Esa fue la única realidad que conoció durante cuatro años. "Nos convencieron para unirnos a la guerrilla diciéndonos que teníamos que liberar a nuestro país. Pero de todas formas, no teníamos elección. Si hubiéramos dicho que no, nos hubieran matado", asegura. Así, fue obligado a combatir en una de las guerras más cruentas de la historia reciente de África. Según cuenta, la mayor parte del tiempo lo hizo bajo los efectos de la droga, un patrón que se repite entre los niños soldado de la mayor parte de los conflictos abiertos en África. Conforme fue pasando el tiempo, comenzó a ser consciente de su sufrimiento y del padecimiento de las personas que estaban a su alrededor. Un día reunió las fuerzas suficientes para escapar junto a algunos de sus compañeros, que le siguieron sin dudarlo. "Fue muy duro porque algunos no lograron sobrevivir. En nuestro camino a la ciudad huyendo de la guerrilla, nos encontramos con el Ejército sierraleonés, que teme mucho a los niños soldado y los mata sin miramientos", relata. A pesar de su horrible pasado, Edwin ha sido muy afortunado. Él lo sabe. Consiguió llegar con vida a la ciudad, donde fue recogido por Cáritas, que le cuidó y trató de reparar sus heridas hasta que otra organización, Todos son Inocentes, le dio la oportunidad de completar sus estudios en España. "¿Hasta cuándo te quedas, Edwin?", le pregunto al despedirnos. No titubea: "Hasta 2011". Después regresará para ayudar a reconstruir su país.
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Soitu.es se despide 22 meses después de iniciar su andadura en la Red. Con tristeza pero con mucha gratitud a todos vosotros.
Fuimos a EEUU a probar su tren. Aquí están las conclusiones. Mal, mal...
Algunos países ven esta práctica más cerca del soborno.
A la 'excelencia general' entre los medios grandes en lengua no inglesa.
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“Algunos luchamos por tener los pies en suelo.” Lo decía ayer en su Twitter Raül Romeva, uno de los cuatro eurodiputados españoles (Oriol Junqueras, de ERC, Ramon Tremosa, de CiU, Rosa Estarás del PP y él, de ICV) que apoyaron la enmienda para evitar que el presupuesto comunitario de 2012 contemple los vuelos en primera clase de los parlamentarios europeos. No era una excepción. Lo escribía ahí porque es lo que hace siempre: ser transparente.
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Son los cien primeros, como podrían ser doscientos o diez. Lo importante es el concepto. La idea de tener unos días para llevar a cabo la transición desde la oposición al gobierno. Del banquillo, a llevar el dorsal titular. Nunca tendremos una segunda oportunidad de crear una buena primera impresión. Y los cien primeros días son esa primera impresión. Veamos su importancia.
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“Os propongo que sea el Comité Federal, en la próxima reunión que tengamos, después de las elecciones autonómicas y municipales, el que fije el momento de activar el proceso de primarias previsto en los Estatutos del partido para elegir nuestra candidatura a las próximas elecciones generales.” De esta manera, Zapatero ha puesto las primarias en el punto de mira tras anunciar que no será candidato a la reelección. Tras este anuncio, observamos algunas reflexiones sobre el proceso
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