Teherán.- Más de 46 millones de iraníes están convocados mañana viernes a las urnas para elegir presidente, en unas elecciones cruciales para el futuro del país marcadas por el enfrentamiento social y la crisis económica.
El actual mandatario, el ultraconservador Mahmud Ahmadineyad, buscará la reelección frente al independiente pro reformista Mir Husein Musaví, el clérigo aperturista Mehdi Karrubí y el conservador Mohsen Rezaei, sin que hasta la fecha haya un claro favorito.
Tras dos semanas de dura campaña electoral, enturbiada por una serie de ataques personales sin precedentes en la historia de la revolución iraní, la sociedad se ha dividido entre quienes apoyan al presidente y aquellos que simplemente quieren que se vaya.
Ahmadineyad parece contar con el respaldo de los sectores más conservadores del régimen, el Ejército, las zonas rurales y las clases sociales más desfavorecidas, pese a que no ha podido cumplir las promesas económicas que le encumbraron en 2005.
Enfrente, el ex primer ministro Musaví se perfila como su principal amenaza, una vez que ha conseguido resucitar la ilusión de los jóvenes y desatar una especie de "revolución por el cambio" que se ha contagiado a todos los puntos del país.
Musaví, que dirigió el gobierno entre 1981 y 1989, ha sido capaz de aglutinar en torno a su candidatura a los jóvenes que esperan un giro tanto en la economía como en las costumbres, y a aquellos conservadores descontentos con el mandato de Ahmadineyad pero que recelan de la etiqueta de reformista.
En un país donde las encuestas no son fiables, los pronósticos apuntan a que el ex primer ministro podría salir vencedor en las grandes ciudades, mientras que Ahmadineyad ganaría en los suburbios y en las zonas rurales.
Las claves serán, no obstante, el índice de participación -que las autoridades esperan muy elevado- y la cantidad de votos que arrastren los otros dos candidatos, que han sido igualmente muy críticos con el presidente.
Según la Ley electoral iraní, los aspirantes deben lograr más del 50 por ciento de los sufragios emitidos y considerados válidos para ser elegido en primera votación.
En caso contrario, los dos candidatos más votados deberán librar una segunda vuelta, ya prevista para el próximo viernes.
Los resultados serán dados a conocer el sábado por el ministerio de Interior, aunque después deberán ser validados por el poderoso Consejo de Guardianes.
De acuerdo con los expertos, la presencia de cuatro candidatos dificulta que uno de ellos pueda superar ese límite del 50 por ciento exigido.
Lo único que parece seguro es que, gane quien gane, tendrá que hacer frente a uno de los gobiernos más complicados en los treinta años de República Islámica.
La crudeza de la campaña electoral, plagada de desacreditaciones y acusaciones personales, y la marea de ilusión y atrevimiento entre la juventud que ha despertado Musaví, auguran un año agitado para el futuro presidente.
Ante la posibilidad de que pueda convertirse en el primer mandatario en la historia reciente de Irán, Ahmadineyad optó el pasado miércoles por una agresiva estrategia que incluyó ataques directos contra el ex presidente Ali Akbar Hashemi Rafsanyaní, uno de los hombres más ricos y poderosos del país.
El líder conservador acusó al clérigo de corrupción y de haberse aliado con el también ex presidente, Mohamed Jatamí, y el candidato Musaví para desprestigiar y derrocar su gobierno.
Rafsanyaní, que es también uno de los más odiados por la gran parte de la clase media y de los sectores más desfavorecidos, respondió con una carta al líder supremo, Ali Jameneí, en la que advertía del peligro de la reelección del presidente.
Ante el duro cruce de acusaciones, que ha fracturado también la cohesión del régimen, el Poder Judicial ha avisado que este tipo de inusuales alegaciones son constitutivas de delito y pueden ser perseguidas en el futuro.
Sin embargo, parece que será finalmente la crisis económica la que decante el voto en favor de uno u otro candidato.
Los iraníes eligen mañana, sobre todo, a un gestor del país, ya que el poder es potestad del líder supremo.
Durante los cuatro años de gobierno de Ahmadineyad, la situación de la clase media se ha deteriorado y la pobreza se ha agudizado pese a las políticas populistas del presidente.
La inflación y el índice de paro se ha disparado, el precio de los inmuebles se ha duplicado y el número de bodas -una de las mayores preocupaciones de los iraníes- ha descendido.
El miércoles, en el último acto de una campaña electoral que ha sido multitudinaria, Musaví pidió el voto "para que Irán no quede destruido".
Ahmadineyad volvió a insistir en que las cifras son falsas y que todo se reduce a un complot contra su gobierno.
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