Nunca he entendido por qué un militar tiene que incumplir la ley por contentar a un ministro y, de paso, deshonrar a su uniforme y a sus compañeros de armas. Puedo entender que prefiera abstenerse de opinar por miedo a que su carrera sufra un revés. Cada día les ocurre a decenas de miles de seres humanos: dicen amén a sus jefes para evitar represalias.
Soldados españoles repeliendo un ataque en Base Al Andalus. Nayaf (Irak), abril de 2004.
Me imagino que el general Vicente Navarro, el comandante José Ramírez y el capitán Miguel Sáez pensaron que nunca serían condenados por las identificaciones erróneas de 30 de los 62 cadáveres de los militares españoles fallecidos en el accidente del Yak-42. Es posible que ahora piensen que hubiese sido mejor tirar de la manta y acusar directamente al ex ministro de Defensa Federico Trillo.
Trillo no es el primer político español que se blinda permitiendo que sus subalternos paguen las consecuencias de su mala gestión o de sus decisiones. Ya ha pasado en nuestra reciente historia en temas vinculados a corruptelas económicas, tramas mafiosas o terrorismo de estado. Un político ya cuenta con suficiente protección para tener que utilizar comodines humanos y convertirse en un insumiso de sus propias responsabilidades.
Los militares tienen tendencia a cumplir las órdenes y guardar silencio. Es su obligación. Pero también es necesario enfrentarse a cualquier intento de subvertir la legalidad aunque les cueste el empleo y el sueldo. Las agallas son una cualidad militar y la cobardía, su antítesis.
Llevo casi veinte años cubriendo misiones internacionales con presencia española. En unas ha habido mejores actuaciones que en otras. He conocido a jóvenes capitanes y los he visto ascender en el escalafón hasta llegar al generalato. Los he visto madurar y mejorar su percepción del mundo que les rodea.
El general Fulgencio Coll pasa revista a sus tropas en Base España. Diwaniya (Irak), marzo de 2004.
En algunas misiones las condiciones de vida de los soldados han sido objetivamente muy duras. He escuchado murmullos de desaprobación y algunas palabras malsonantes. Pero jamás los improperios, los insultos irreproducibles y las palabras amargas dirigidas contra Trillo que escuché en Base España en Diwaniya (Irak) o Base Al Andalus en Nayaf (Irak) entre agosto de 2003 y abril de 2004, justo meses después de la tragedia del Yak-42.
Los militares españoles, independientemente de su grado y condición de trabajo, estaban tan cabreados con el ministro que ni siquiera lo disimulaban. Todos hubieran firmado su orden de dimisión.
Siempre he tenido la sensación, y muy especialmente en los últimos años, de que los ministros de Defensa utilizan el ministerio como un juguete al que dan cuerda para que sus nombres resuenen mejor.
Con clara intención personalista se dan paseos de algunas horas por los lugares más remotos con periodistas que apenas tienen tiempo para ver con sus propios ojos lo que verdaderamente está pasando. Porque el sentido del viaje no está en la misión sino en la autopromoción del ministro o la ministra de turno.
El coronel (hoy general) Jaime Coll charla con sus oficiales. Base de Bagram (Afganistán), febrero de 2002.
Desde la época de Trillo (aunque también ocurrió en la década de los 90, especialmente en los Balcanes y el Kurdistán iraquí), es más fácil para un periodista español trabajar en una zona de conflicto con militares estadounidenses, británicos o franceses que con los españoles.
Y en el cien por cien de los casos no es porque los militares españoles se ofusquen ante la presencia de los informadores o no le gusten las visitas inoportunas, sino porque las directrices desde Madrid siempre persiguen el interés informativo del señor ministro. El gabinete de prensa del Ministerio de Defensa es un chiringuito dedicado en exclusiva a su entronización.
Es doloroso para un coronel o general tener que pedir permiso a Madrid para aceptar una entrevista con un enviado especial y es muy incordiante para éste tener que presentar un pliego de preguntas como si la autoridad militar no fuera lo suficiente inteligente para contestar sin chuletas.
O tener que impedir el paso a una informadora que se encuentra sobre el terreno no tanto porque le guste más o menos lo que escribe sino porque le obligan a aplicar la censura pura y dura desde Madrid. Está pasando tan a menudo en Afganistán que daría para escribir un libro. Y eso que el número de periodistas que va por aquel país tan conflictivo es escaso.
Es indecente que un ministro (ha ocurrido con Trillo, José Bono y José Antonio Alonso) dé un trato preferencial a determinados medios (que suelen cambiar según la ideología) durante los viajes de autopromoción. Y es difícil etiquetar el comportamiento de la ministra Carme Chacón, que lleva un año sin dar una sola rueda de prensa. Es como si utilizase a los periodistas que cubren las actividades de Defensa como recaderos de sus comunicados de prensa y a los fotógrafos para… ¿su campaña hacia la vicepresidencia?
Desde el primer general del reino hasta el último soldado de la fila. Todos están encadenados a sus ministros, a los que tienen que servir muchas veces como si formaran parte del personal del servicio. Dicho en el peor sentido del término.
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