GAROÑA (BURGOS).- Si nos fíamos por el santoral católico, María de Garoña no debió de ser una Santa muy importante. Su espacio en el listado de los santos ilustres se lo comen entre Santa María de Escocia, una reina católica y santa, emparentada con la actual familia real británica, y Santa María de Mattias, la fundadora de la congregación de las Religiosas Adoratrices de la Sangre de Cristo; en otros santorales tampoco hay una línea entre Santa María de Chipre y Santa María Egipciaca. Quizá por eso, María de Garoña no pudo librar ni a su humilde pueblo ni a su hermosa ermita románica, perdida en el valle de Tobalina, de su destino atómico y famoso. Pero hoy ni María de Escocia ni la Egipciaca ni la de Mattias son tan populares en España como esta de Garoña, que da nombre a la central nuclear más antigua de España que ahora pugna por sobrevivir.
La ermita de Santa María, con la central que le ha robado el nombre al fondo.
"¡No, qué voy a saber yo la historia de Santa María de Garoña! Maximiano, mi marido, dice que Garoña, donde yo he nacido, debió de construirse antes que este Santa María de Garoña, de donde es él. ¿Quién soy? Me llamo Lucía, tengo 89 años, me casé con Maximiano y tengo seis hijos, dos chicos y cuatro chicas. De los chicos, uno es químico y el otro electricista. Sólo los chicos, cuando estudiaban, trabajaron algún verano en la central nuclear. La verdad es que a nosotros, durante estos cincuenta años, nos ha decepcionado. No nos dio lo que esperábamos".
Son las tres y media de la tarde de un miércoles de mediados de mayo de 2009. Lucía está sentada en la puerta de su casa, al sol del pueblo de su marido, Santa María de Garoña. Da nombre a la central de Nuclenor, la empresa que regenta el lugar y que es propiedad 50% de Iberdrola y 50% de Endesa. Hace unas semanas que la central operativa más antigua de España está de moda. Antes del próximo 5 de junio, el Consejo de Seguridad Nuclear (CSN) tendrá que informar si cumple los requisitos para otros diez años de vida, como Nuclenor ha pedido. O, por el contrario, debe de cerrar en 2011, transcurridos los 40 años iniciales para los que fue construida. Este miércoles, mientras Lucía se seca el pelo al sol, el Consejo ha empezado a estudiar el futuro de la central. El informe del CSN, que cuenta con un 90% de posibilidades de que sea a favor de seguir en marcha, no será vinculante para el Gobierno salvo que sea negativo, algo improbable.
Por el contrario, si es afirmativo, tendrá que ser el Gobierno de Zapatero, o mejor José Luis Rodríguez Zapatero, quien decida si cumple su promesa de no prorrogar la vida de las centrales según vayan cumpliendo su plazo. O si se apunta al resquicio que le deja el programa electoral del PSOE, hábilmente redactado en 2008 para dejar actuar a las centrales abiertas mientras cumplan las normas, el plazo y el concepto de "vida útil". Fue una maña de quienes saben, entre los socialistas, que más pronto que tarde habrá que afrontar el asunto de la energía nuclear. En lo que se refiere al cierre de estas instalaciones, está también el precedente de la planta de José Cabrera, en Zorita (Guadalajara). En este caso, el CSN tomó en 2002 una decisión salomónica, en época del Gobierno de Aznar, y otorgó un permiso de sólo tres años y medio, lo que obligó a parar la central en abril de 2006.
A última hora del pasado miércoles por la noche, al final del Debate sobre el estado de la Nación, Zapatero apeló a lo que le dicte su conciencia para decidir sobre Garoña antes del próximo 5 de junio. Y la conciencia del presidente tiene desconcertados por igual a los partidarios de que Garoña siga abierta pese a la referencia del presidente al concepto de vida útil —el quid de la cuestión—, y a los que quieren cerrarla, como Greenpeace, y le recuerdan sus promesas.
Elías Fernández, el más antiguo de Garoña, en el corazón de la central en 1971. Abajo, durante la entrevista.
A Lucía todas estas cuitas se la traen al pairo. Desde su poyato no tiene más que ponerse en pie, levantar la vista y mirar por encima de los pequeños huertos sembrados de cebollino y puerros, algún tomate, lechuga, acelga y repollo, para ver al fondo la silueta de la caja cuadrada de cemento. A su izquierda, la chimenea de la central. En primer plano, la iglesia de la santa de Garoña, de la que en el pueblo no conocen su historia.
"¿Si he tenido miedo alguna vez con la central ahí? Pues no. La verdad que no. Pero nos decepcionó, porque a los de aquí no nos ha dado nada salvo eso, ya sabes, eso de lo que no se habla... No voy a hablar yo ahora de ello... Nos pusimos contentos pensando que la gente del pueblo podíamos dejar de sembrar el campo y de arar, para trabajar en la central. Pero ahí solo van los de Miranda de Ebro, que bien de puestos de trabajo han pillado.
¡Qué nos van a pedir permiso! En aquellos años todo se hacía por lo que ordenaba el de siempre, ya sabes... Recuerdo que nos expropiaron las tierras al lado del río, las mejores, el Roblizal, el Campo... Nosotros teníamos una finca con cerezos y nogales, El Torco se llamaba ,y nos dieron cuatro perras. También recuerdo el día que nos hicieron ir a firmar. Eran las doce de la noche y querían que fuésemos. Yo dije que no, que tenía a mis chicos pequeños y fue Maximiano.
Luego, otro día nos llevaron a comer a la central, hace ya muchos años. La verdad, no nos dieron de comer muy bien. Pero a mí, lo que peor me sentó fue que nos registrarán el bolso al salir. Entiendo que al entrar sí, pero al salir ¿qué pensaban, qué nos ibamos a llevar de la central?¿La chimenea?"
"Bueno, nadie, nadie... Alguno sí ha trabajado en la central, como el pobre Fernando, ya sabes, pero de eso no se habla... Y alguno más, como uno que se ha hecho una casa ahí detrás y tiene ya casi ochenta años y trabajó en la central mucho tiempo. De Barcina del Barco también han ido algunos a trabajar, pero sobre todo vienen los de Miranda de Ebro. Que no se quejen, esos sí que han sacado tajada", susurra Lucía en esta hora de la siesta, en un pueblo donde no hace falta susurrar, porque no quedan "más alla de veinte personas. Ya sabes, los jóvenes se van a la ciudad..." Lo que sí que recuerda es cuando vino Franco a inaugurarla. "Ya ves, le vi a esta distancia como estamos tú y yo (una al lado de otra), metido en el coche... Ya estaba cascado el hombre y solo movía la manita así, así, con temblor" .Y Lucía imita al dictador muy bien, manita temblona, de canto arriba y abajo, como para dar la bendición. La portuguesa que la cuida mira con una sonrisa. Ya le ha cogido los rulos para que se le sequen al sol de la siesta.
Los huertos sembrados de Santa María de Garoña, sin temor a radiaciones.
El recuerdo de Franco es lo único que Lucía comparte con Elías Fernández, el empleado más antiguo de la nuclear de Santa María de Garoña. Si el uranio tiene alma, algo de ella se metió en la sangre de Elías, porque desde aquel 6 de marzo de 1969 en que se bajó "en lo que era un barrizal, todo lleno de cubos y cajas" se quedó atrapado por las obras en la cola del pantano de Sobrón, por el paisaje rocoso del valle de Tobalina, por las aguas remansadas del Ebro, sujetas por el muro del pantano unos kilómetros más adelante.
"Era mi primer día y recuerdo perfectamente que llovía, y mucho. Me llevaron al servicio médico, donde estaba el doctor Ramón de la Cámara. No sé por qué, pero me acuerdo de sus palabras. Yo tenía 18 años y al verme, me dijo: 'llega savia nueva al futuro de la empresa'. Claro que sabía a lo que venía. Esto era poco más que un barracón, y Nuclenor lo formábamos aquí unas seis o siete personas. Yo estudiaba para ingeniero técnico y había empezado con una examen de la antigua Junta de Energía Nuclear (JEN). Me hizo el examen Francisco Mier, que andando el tiempo fue mi director".
La calle del pueblo semiabandonado que conduce a la casa de Lucía.
Elías tiene 58 saludables años y no sabe bien de qué hablamos cuando le preguntan por "eso de lo que no se habla" que dicen vecinos de Santa María de Garoña, de Barcina del Barco, de Miranda de Ebro. "¿De qué no se habla, del miedo a lo nuclear? ¿Es eso? Pues no sé... ya me dirás. En cuanto al miedo, nunca he tenido miedo aquí. De verdad". E insiste, mientras hojeamos el primer libro de Nuclenor sobre Santa María de Garoña, editado en 1971 y donde el protagonista central es este mismo Elías que ahora tenemos enfrente, también con gafas, pero más canoso que el joven veinteañero que se agarra a los tubos de refrigeración o se apoya encima de la rejilla de la vasija, esa vasija de Garoña que tardó un mes en ser transportada desde Bilbao a la cola del pantano de Sobrón, entre Álava y Burgos.
Como una hazaña lo relata el libro de la época. La vasija del reactor, "la que había de albergar el inconmensurable latido de la fisión nuclear, una pieza de peso superior a las 310 toneladas", fue construida en Rotterdam y embarcada como única carga en un buque de grúas especiales que la llevó hasta el puerto de Bilbao. Allí la esperaban dos "carretones" especiales, fabricados para transportarla, y arrastrada por cuatro tractores que cargaban con 400 toneladas y formaban un convoy de 99,30 metros. Un centenar de personas participaron durante un mes en el transporte de la vasija, que modificó puentes, curvas y esquinas de casas.
El transporte de la vasija de Garoña fue un hazaña en la España de los 60.
Cuando Elías pisó el suelo embarrado de Garoña, la vasija ya llevaba allí seis meses, desde octubre de 1968. "¿Que les expropiaron las tierras a poco precio? No sé, de eso no sé nada. Pero ahí están, en el centro de información aparecen las fotos de la época y esto era un barrizal de culebras. Es verdad que alrededor había campos para cereal, pero recuerdo poca cosa. ¿El miedo, quieres volver al miedo porque no te crees que no lo haya tenido nunca? Pues no, no lo he tenido porque mi obligación era saber, conocer los riesgos y mantenerlos controlados. Tras examinarme, me hice ingeniero técnico y jefe de turno. ¿Que si no me preocupaba cuando me duchaba y sentía la radioactividad? ¡Es que era yo el que examinaba a los demás! Yo les pasaba el traje, el aparato para los restos al salir de la zona de riesgo. Porque yo también fui monitor de protección radiológica. Sé que no me vas a creer. Tenemos mucha opinión en contra, pero yo paso más miedo viniendo todos los días desde Miranda de Ebro, con la carretera estrecha y las curvas pegadas al pantano, que en la central".
"Sí, es verdad, soy un entusiasta de lo nuclear y no creo en las leyendas negras. ¿Franco? Claro que me acuerdo cuando vino. Creo que fue en agosto de 1971, al poco de haberse puesto en marcha la central. Nos miraron hasta el pasado de nuestros tatarabuelos", recuerda Elías en el momento en que unos gamos cruzan el patio de la central de Garoña.
Gamos, ocas y pavos reales alrededor de la central. Los directivos juran que no están en nómina.
Antonio Cornadó, el director de comunicación de Nuclenor, jura y perjura que los gamos no están en nómina; que no los han soltado estos días para los periodistas; que tanto las ocas y los cisnes, como los pavos reales y los gamos, se mueven por allí en libertad, no sólo para las fotos. Le creeremos a medias cuando al regreso de una de las visitas un triangulo rojo y un coche en el arcén nos avisan de que un corzo acaba de ser atropellado y se muere en el centro de la carretera. ¿Se habrá escapado de Garoña pese a la nómina que le pagaban? Los ojos del pobre animal que agoniza son incapaces de responder.
Pero, volvamos a Elías, este tipo que lleva 40 años viviendo en Miranda de Ebro —a 30 kilómetros de la central— que ha instalado y criado a su familia en la localidad burgalesa, una de las más contaminadas de España; que cada día se recorre esa carretera pegada al pantano, a ratos territorio vasco, a ratos territorio castellano-leonés, y ahora en lucha contra el mejillón cebra; este hombre ajeno al cabreo del dueño del bar La Playa, que no entiende por qué tiene que pagar más por la luz... Elías insiste en que el miedo a lo nuclear tiene parte de ignorancia y parte de no querer saber la verdad, porque "no hay riesgo más controlado que este de la central nuclear", que no rompe con Kyoto, que no emite CO2, pero que vive maldita desde aquel 26 de abril de 1986 en Chernobil que apuntilló la vida de la energía nuclear justo en el momento en que comenzaba a levantar cabeza gracias a los usos médicos, tras años de ostracismo y miedo con la imagen de destrucción de la bomba atómica de la II Guerra Mundial sobre sus espaldas.
"Claro que soy un entusiasta y un defensor. Es ilusionante todo lo que hemos trabajado y estamos trabajando para que nos den otros diez años de plazo. Hemos metido todas las novedades, con tecnología como la americana. La tecnología inicial era de General Electric. Han sido años duros y hermosos. He tenido oportunidades para irme a otros sitios, a otras centrales. De los que empezamos, solo dos se marcharon. Uno, porque su mujer quería irse a vivir a Barcelona, no soportaba Miranda de Ebro. El otro, porque sí que tenía miedo. Se dedicaba a cosas como el yoga y era de espíritu trascendental, una buena persona, pero era difícil que se adaptara a esto.
Sí, nos quedan días duros. ¿Que por qué hemos realizado la parada de recarga para volver a meter uranio?¿Que si sabíamos que el informe del CSN iba a ser positivo?... ¿Os dais cuenta de todo lo que habláis o escribís? La gente no sabe que una parada de recarga de combustible de uranio necesita una preparación de años, —dos años, puntualiza Antonio Cornadó— y precisamente por seguridad, porque nos tocaba, la hemos hecho. ¿Podíamos haberla retrasado un mes o mes y medio, para disimular, para esperar a que decida el Gobierno? Era una irresponsabilidad. Eso sí que era insensato.
Elías trabajando entre tubos de la central hace 40 años.
¿Las paradas de este mes, la del día 24 o la anterior? Todo está comunicado en el CSN. Nos ha pasado, como otras veces. En otros sitios se para un aparato de todo el engranaje. Son cosas que suceden —esta vez han sido seis sucesos notificados desde febrero de este año— pero a nosotros nos vigila el Consejo Nuclear, Greenpeace, los ecologistas restantes, la prensa...
"No sé qué dirá el Gobierno. Aquí hemos invertido mucho, muchísimo dinero, sólo para adaptarnos a los próximos diez años, pero según está el mundo, el protocolo de Kyoto, las emisiones de CO2, la crisis económica... ¿nos podemos permitir el cerrojazo nuclear por razones políticas o sería el momento de afrontar el tema en serio, aunque no sea muy popular? La gente no es idiota, hay que explicarle las cosas", reflexiona Elías, mientras recoge sus papeles.
Por eso de explicar las cosas, ¿qué es de lo que no se habla, sobre lo que se baja la voz tanto entre los vecinos de Barcina del Barco, como entre los de Santa María de Garoña o en Miranda de Ebro? Tras un buen rato de conversación, Lucía accede a hablar de eso que no se menciona, de los casos de gente que hay enferma de cáncer en la zona; de la muerte de Fernando, uno de Santa María que llevaba años trabajando en la central nuclear; de los dos albañiles que participaron en la construcción de la central y que también murieron de forma rara; de uno de Barcina del Barco, que también está malo...
"Bobadas. De eso no sabe nadie", refuta, cabreado, el otro vecino de Santa María de Garoña que se ha levantado de la siesta y charla a la salida del pueblo con el pastor. "He estado trece años trabajando en la central. No te voy a dar mi nombre, porque si me citas, lo mismo no me vuelven a contratar. Tampoco he ido nunca a las manifestaciones y ten cuidado con las fotos que haces, que estos días hay muchos guardias. Pero eso que te dice la vieja... Mira, a mí me tienen de discontinuo para no hacerme fijo, pero en trece años, aquí estoy. Y ahí al lado, esa casa que ves nueva, el dueño va a hacer ochenta años y ha estado toda la vida trabajando en la central nuclear. Lo peor no es eso de las enfermedades, lo peor es que traen a otros a trabajar de fuera".
Elías rompe el morbo en cuanto abordamos el asunto. "¿Así que de lo que no se puede hablar es del supuesto cáncer? En Miranda de Ebro hay muchas, muchísimas industrias químicas, de pvc... Aquí mismo he tenido yo a una chavala que su padre, un compañero estupendo, muy buena persona, murió de cáncer. Fumaba como un carretero, de verdad. La hija se ha empeñado que es por haber trabajado en la central. Si es así, yo entonces tendría que estar fatal".
Ya lo cuenta Carlos Bravo, responsable de nucleares de Greenpeace: "No hemos podido probar el asunto de las enfermedades. Es verdad que puede ser una leyenda rural, pero nunca nos han dejado realizar estudios epidemiológicos serios. La Industria nuclear se ha negado. En el 2006, Joan Herrera [diputado de Iniciativa per Catalunya Verds] logró sacar una propuesta en el Parlamento, basada en nuestra insistencia, para que se hiciera un estudio epidemiológico alrededor de las centrales nucleares. Estará acabado en este 2009. Antes hubo otros intentos, como uno que se hizo entre el CSN, el Instituto de Salud de la Carlos III y el Centro Nacional de Epidemiología. Se intentó con Almaraz, pero no dejaron terminarlo y se apuntaban cosas a investigar más a fondo, como el número de niños con leucemia o más casos de cáncer de pulmón y riñón, pero no se terminó el trabajo... No, no podemos decir que haya una relación directa entre el cáncer y las centrales nucleares, pero sabemos con rotundidad que la energía nuclear es nociva para la salud, y tendremos conclusiones este año".
Fernández sobre el interior del reactor. Una foto imposible de realizar hoy.
Roto el morbo del misterio mortal, Elías sigue contando sus historias de Garoña. Muestra el libro de 1971, donde él protagoniza muchas fotografías, embutido en un buzo blanco mientras trepa por tubos y baja por la vasija —"ahora no nos permitirían nunca hacer eso"—, señala. "Me has preguntado si alguna vez he sentido el riesgo cerca. Una vez hubo que cambiar unos vaciadores en el interior y Francisco Mier del Castillo, el físico nuclear que me examinó y la persona de la que más aprendí, me dijo: 'Elías, quizá deberíamos dar ejemplo'. Y bajamos al interior, mientras se cambiaban los vaciadores; sentí respeto, pero no miedo, porque nosotros somos muy escrupulosos, sabemos lo que tenemos entre manos, la meticulosidad de hacer las cosas como se deben.
Llevo cuarenta años y aún recuerdo aquel día de lluvia y barro, sabía lo que era una central nuclear y también que había americanos, alemanes, ingleses, gente de la que aprendí mucho, muchísimo. Ha merecido la pena y se merece alargarle la vida otros diez años, con todas las seguridades que están tomadas... Hay muchos ejemplos baratos de otros riesgos mortales, mucho más incontrolados... La necesitamos tanto, es barata, ya está aquí, no contamina, es limpia. Las leyendas negras nos pueden apear otra vez del carro mientras franceses, finlandeses, suecos y media Europa sigue adelante. Los alemanes y nosotros, aquí, parados, por desinformación y miedo de los políticos al que dirán".
Elías está a punto de caer en el detalle de las razones que da el folleto editado por Nuclenor para convencer a la prensa, a los ciudadanos de los alrededores, a los políticos y al CSN —al que ya se han enviado todos los papeles, que han costado siete millones de euros solo en preparar el proyecto de información— de por qué ese lugar cuadrado, de cemento y hormigón ya teñido de amarillo, rodeado ahora de enormes chopos y pinos —crecen más rápido— en un esfuerzo y afán por darle un aire ecológico, merece seguir adelante. Pero se tiene que ir a otra reunión en Miranda de Ebro...
Así que Antonio Cornadó, el director de comunicación de Nuclenor, nos coloca el folleto pequeño y el grande. Ahí están las cifras que recuerdan que los resultados de Santa María de Garoña en 2007 y 2008 demuestran que es segura y fiable; que se han introducido todas las nuevas tecnologías exigidas a las centrales americanas y se han superado las inspecciones del CSN; que desde finales de los 80 se han invertido más de 370 millones de euros en modernizar la central; que se han sustituido y adaptado todos los elementos necesarios para cumplir con las pautas de seguridad españolas y norteamericanas; que dan trabajo a 330 empleos directos, que se amplían a más de 700 profesionales contando con Nuclenor y que durante las paradas de recarga la cifra se incrementa hasta 1.700 personas; que hay decenas de reactores como el de Garoña funcionando en el mundo; que con un coste por tonelada de CO2 entre 25 y 75 euros, la sustitución de Garoña durante diez años supondría un importe en derechos de emisiones de entre 380 y 1.140 millones de euros...
Todo un aluvión de datos, abrumadores, incluidos los 4.021 millones de kilovatios-hora generados en el 2008, lo que equivale a la luz que gastarían un millón de españoles en un año. Tomamos el folleto de cifras, sabiendo que no habrá forma humana de comprobar su veracidad absoluta, porque no hay verdades absolutas y aquí, como en la economía o en los Debates sobre el estado de la Nación, cada uno utiliza los datos como le conviene.
A Carlos Bravo, la respuesta de Zapatero a Joan Herrera también le ha desconcertado. Porque Greenpeace quiere que el Gobierno cumpla lo prometido. Mientras Bravo nos habla por el móvil, la chimenea de la central nuclear queda atrás y se pone el sol sobre el valle de Tobalina, saltan los peces en el pantano y hay pescadores que no temen ni al mejillón cebra...
Atrás se queda también Lucía, pensando en sus hijos, en el piso de Durango al que Maximiano no quiere marcharse porque en Santa María de Garoña está su casa y meditando sobre su vecina, que sí que fue un día al único simulacro de emergencia, otro tema tabú. Las denuncias de Greenpeace, los testimonios de los vecinos de Miranda de Ebro que se atreven a hablar más claro contra la central nuclear que los alcaldes, "que comen en la mano de Nuclenor y por eso no hablan con la prensa de las medidas de seguridad", o el Plan de Emergencia Nuclear para Burgos (PEMBUR) —verdadero agujero de preocupación en la vida de Garoña y sus alrededores—, serán temas para mañana.
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