VALENCIA.- Manuel Gil, Manolo para los amigos, pasea por las dársenas del puerto de Sagunto como si fueran un pasillo más de su propia casa. Viene, va, dirige y saluda. Estas dos últimas actividades cada vez con menos frecuencia. Sigue yendo y viniendo, paseando su Audi por los miles de metros que conforman la zona logística del muelle. Lo de dirigir y saludar, sin embargo, se ha ido convirtiendo en algo más esporádico: encontrar un alma en este puerto se torna cada vez más complicado.
"La actividad del puerto ha caído más de un 50%", relata mientras observa apesadumbrado sus dos naves medio vacías. En ellas sólo quedan bobinas de acero (el de Sagunto es un puerto principalmente siderúrgico e industrial) que descansan allí desde octubre de 2008, ante la imposibilidad de los que las compraron de hacer frente a sus pagos. Manolo, propietario de una empresa logística, solía vaciar y llenar las naves de productos que llegaban por mar con relativa frecuencia y diariamente la actividad era frenética. Ahora los estibadores que trabajan para él se pasan jornadas de brazos cruzados. El mismo día que le visitamos tan sólo hay tres 'faenando'.
La crisis económica ha frenado en seco la actividad de la gran mayoría de los puertos españoles. La Organización Mundial de Comercio (OMC) prevé una caída del comercio mundial del 9% para este año después de haber crecido un 4,1% en 2008 y un 7,2% en el año 2007. Pero hay indicadores mucho más pesimistas y que parecen ajustarse más a la realidad cotidiana de los que frecuentan los lugares de entrada de las mercancías: el índice báltico, utilizado para medir el tráfico marítimo a través del coste de las materias primas, se hundió más de un 90% en 2008; los armadores han dado la orden de dejar los barcos fondeados en alta mar para ahorrarse las tasas portuarias y los Expedientes de Regulación de Empleo (ERE) ya han dejado de ser una amenaza para convertirse en una realidad para los estibadores de un gran número de muelles españoles.
Este mismo día sólo llegaron al puerto dos barcos. Uno de ellos transportaba dos docenas de coches Toyota cuando normalmente llegaban hasta 300. "Una pena, vaya", suspira Manolo
"Aquí no se ha echado aún a nadie pero se ha dejado de llamarles", explica Manolo. La pequeña trampa tiene un porqué. En las épocas de bonanza económica con sus estibadores fijos, unos 15, no podía ni por asomo hacer frente a la cantidad de trabajo que tenía y muchos acudían al 'llamamiento'. "Ahora, a primera hora de la mañana en el pueblo ya saben si hay faena o no y como la mayoría de los días suele ser que no, pues ni se molestan en ir", relata el empresario. ¿Qué hacen entonces? "Ya sabes, la partidita de truc, la querida... o no sé, algo tendrán que hacer pero por aquí no hay nada para darles".
Ese mismo día sólo llegaron al puerto dos barcos. Uno de ellos transportaba dos docenas de coches Toyota cuando normalmente llegaban hasta 300. "Una pena, vaya", suspira. El puerto de Sagunto, una localidad que hace algo más de 100 años nació y creció al calor de la actividad económica de dicho embarcadero, tiene tablas en esto de las crisis. A mediados de los 80, el cierre de Altos Hornos del Mediterráneo supuso un duro golpe para una población dependiente en gran medida de esa empresa. Pero se recuperaron. Ahora, la falta de liquidez de las empresas, la contracción de la demanda y las medidas proteccionistas de algunos países (también de aquellos que se han opuesto públicamente a ello) hace temer a muchos que la vuelta a la normalidad no sea temprana. "¿Y si en el cambio ese de modelo del que hablan se olvidan de nosotros?", se pregunta un trabajador del mar.
Eduardo Zavala vivió, al igual que Manolo, el cierre de Altos Hornos. Pero ambos desde la barrera. Manolo trabajaba entonces en otra empresa vinculada al puerto (como todo en su vida) y Zavala llevaba poco más de diez años trabajando en la empresa consignataria Bergé Marítima, después de haber abandonado su Bilbao natal.
La actividad en el puerto de Sagunto está casi paralizada.
Ahora, como la mayoría de los lugareños del puerto, ve aquel traumático cierre con perspectiva. La que se les viene ahora no saben cómo encararla. El problema, según relata la ronca voz de Zavala, es que desde entonces el puerto no ha hecho más que crecer. "Cuando se crecía y crecía nadie decía nada, pero es que va a ser imposible llegar a los niveles de hace dos años, eran demasiado", explica. En aquellos años dorados el teléfono de la delegación de Bergé en Sagunto —que ahora dirige Eduardo— no paraba de sonar, en los últimos meses, sin embargo, "estaban todos callados". En el rato que pasamos con él la teoría del silencio se constata.
¿Qué se hace entonces en una empresa consignataria cuando la actividad se aproxima peligrosamente a cero? "Mucha labor ingrata, mucha; papeleo y poco más". ¿Y por qué no bajan los precios de sus servicios para ser más competitivos? "Eso nunca, si haces eso estás vendido, porque nunca podrás volver a subir los precios y ¿sabes? yo en el fondo soy un optimista y además estoy seguro de que hemos tocado fondo y no podemos ir a peor".
Un paseo por el puerto de Sagunto o de Valencia hace que suenen desconcertantes estos titulares: "El tráfico de contenedores de la Autoridad Portuaria de Valencia creció un 6%", "La actividad del puerto se reduce un 2,5%". Una conversación con estibadores, consignatarios o agentes de aduanas que trabajen aquí aún más. Los tres colectivos nos aseguran que el frenazo del comercio marítimo, el 80% del total, se acerca a caer hasta la mitad que hace un año —las exportaciones en enero y febrero bajaron un 22%, cerca ya del ritmo de caída de las importaciones según relata el Banco de España en su último informe—.
Entonces, ¿por qué desde la autoridad portuaria dicen que es tan leve el descenso? "Valencia ha suplido el descenso en las importaciones y las exportaciones con un incremento en la actividad del trasbordo, es el único sitio que se salva de la crisis", cuenta un importante agente de aduanas de la capital valenciana. Por ello, la cifra oficial es engañosa a la hora de medir el parón en el comercio mundial.
Manolo, a sus 62 años, cree que aún le queda mucha guerra en el puerto que le ha dado trabajo a él, a su padre y a su abuelo. Su padre, electricista del puerto, se jubiló a los 56 años a causa de otra crisis económica, aquella en el 67. La mejor forma de medir si salen de esta será ver si, día tras día, el número de personas a las que saluda Manolo en su paseo diario va en aumento.
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