Un buen día nos dimos cuenta que los chicles ya no olían y su sabor se perdía en apenas unos minutos. Llevamos treinta años recordando aquellos chicles que mascábamos de pequeños, Adams, Cheiw y, por supuesto, el Bazooka Joe de tres anillos.
Incluso, con el tiempo, llegamos a pensar que aquellos recuerdos no eran reales y que simplemente los habíamos idealizado como sucede con los lugares de nuestra infancia, que siempre cuando volvemos son más feos y, sobretodo, más pequeños en la realidad que en nuestra memoria.
O hemos podido sospechar que, acaso con la edad, nuestra capacidad de apreciar sabores se va atrofiando y por eso los chicles parece que ya no son lo mismo...
Todo es mentira. Han ido restándole aroma y sabor a los chicles, poco a poco, imperceptiblemente, semana a semana, durante años, como si no fuéramos a darnos cuenta. Y ahora, de repente, aparecen nuevos chicles (Sense de Trident, Pulse5 de Wrigley Co.) que huelen y saben como los de antes, como cuando éramos pequeños... y cuestan cuatro veces más que los chicles normales.
Han ido manipulando nuestro recuerdo, nuestra memoria colectiva, para convertirla en su herramienta infalible. Lo han conseguido, treinta años después estamos dispuestos a pagar por un chicle normal cuatro veces más. Sólo tenían que crearnos la necesidad, era cuestión de tiempo.
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