Andrés, un niño que hasta hace poco estaba afectado de una grave enfermedad ha podido superar la misma gracias a su nuevo hermano, Javier. ¿Las claves de la curación? Selección genética, células madre del cordón umbilical y compatibilidad de tejidos.
Hace unos pocos meses, conocíamos la noticia de que, por primera vez en España, había nacido un niño seleccionado genéticamente con la intención de que ayudase a su hermano a superar su enfermedad.
A la alegría de los padres por un nuevo hijo se sumaba la alegría de saber que podría salvar a su hermano. Una posibilidad que se ha convertido en certeza hace pocos días: Andrés está superando su enfermedad gracias a las células madre del cordón umbilical que le aportó su pequeño hermano. Mientras este milagro de la vida hace feliz a la familia, los líderes de una rancia secta (cuyo origen se remonta a hace dos mil años) los juzga y se preocupa más por unos cigotos de alrededor de ocho células que por el niño de siete años enfermo. Esos mismos que se quejan de que se defiende más al lince que a los niños, no deben estar incluyendo a los infantes enfermos en sus eslóganes.
¿Cómo fue el proceso para curar a Andrés? Todo comenzó con la fecundación in vitro obteniendo un número considerable de embriones. De ellos, se seleccionaron aquellos que no tenían la enfermedad (la beta talasemia, una anomalía que provoca la producción de glóbulos rojos defectuosos) y, a su vez, fueran compatibles inmunitariamente con Andrés. El primer ciclo fue fallido, pero el segundo transcurrió con éxito. Cuando Javier nació se extrajeron las células madre del cordón umbilical que servirían como trasplante para curar a Andrés. Este proceso es muy similar a aquel que describimos en el artículo sobre trasplante de médula ósea. ¿La diferencia? Que en lugar de trasplantar médula ósea directamente, se trasplantaban células madre del cordón umbilical para que se situaran en la médula ósea y comenzaran a producir células sanguíneas.
Un factor clave del proceso ha sido la afinidad o compatibilidad inmunitaria. Sin este elemento, cualquier intento de trasplante hubiera estado condenado al fracaso. Andrés hubiera rechazado las células madre del cordón umbilical y jamás se hubiera curado. En esencia, es lo que ocurre en todos los tipos de trasplantes. Se necesita que exista cierta compatibilidad inmunitaria, HLA o de tejidos para que un órgano donado funcione correctamente y sin problemas en la persona receptora. Pero el caso de Andrés era especial, no le valía cualquier donante, tenía que ser alguien con el que tuviera la máxima afinidad inmunitaria posible y, en la mayoría de ocasiones, eso sólo significa una cosa: Un hermano.
¿Pero qué es eso de la compatibilidad inmunitaria? Todos nosotros tenemos en la totalidad de nuestras células unas moléculas "identificadoras" llamadas antígenos leucocitarios humanos (abreviado: HLA) con una función similar al DNI. El HLA tiene, además, una enorme variabilidad entre personas y entre poblaciones. Por lo que es difícil encontrar personas con HLA muy parecidos sin que éstas sean familiares.
Las células defensivas (la policía) de nuestro cuerpo las utilizan para saber si una determinada célula es propia del cuerpo humano o, por el contrario, se trata de algo extraño (una célula de otra persona o una bacteria, por ejemplo). Si identifican a una célula como propia, la dejan libre y aquí paz y después gloria. Pero si da la casualidad de que identifican a una célula como extraña, comienzan a atacarla hasta la muerte.
Un trasplante con un HLA del donante muy diferente del receptor lleva a un ataque feroz del sistema defensivo a las células del órgano donado, que termina dañándose y convirtiéndose en algo inútil. Por eso son imprescindible los estudios de HLA o compatibilidad de tejidos en todos los trasplantes.
Ahora bien, no todos los casos necesitan la misma compatibilidad. En el caso de una persona que requiere un trasplante de corazón es prácticamente imposible que encuentre a una persona HLA idéntica (salvo que un hermano hubiera fallecido y su corazón fuera útil para el trasplante). Además, el tiempo que puede aguantar la persona esperando el trasplante también es un factor limitante. En estos casos, no prima tanto un HLA idéntico sino que sea lo más parecido posible. Para evitar las posibles reacciones dañinas de las células defensivas, se trata de acallarlas con una medicación que deprime la función inmunitaria (medicación inmunosupresora) y así intentar que la policía no se encarnice atacando a células que detectan como extrañas.
En el caso de Andrés era especialmente necesario que recibiera células madres del cordón umbilical de una persona idéntica prácticamente en HLA. Las razones:
Gracias a la selección genética, a las células madre y a la compatibilidad HLA ahora por los vasos sanguíneos de Andrés fluyen las células sanguíneas de Javier. Unas células que le han librado de la esclavitud de transfusiones continuas en el hospital y de una esperanza de vida limitada a 35 años. El dicho "sangre de mi sangre" jamás había sido tan cierta como el caso de ambos hermanos.
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