Niños en Gaza tatuados por el castigo colectivo

GAZA.-  "Aquí lo que más hay son niños y arena", escribió Amira Hass, la única periodista judía-israelí que ha trabajado desde la Franja, en 'Bebiendo el mar en Gaza'. Por eso, porque su suelo es de arena, los milicianos siempre han preferido reptar con fusiles Ak-47 que con M-16, que se encasquillan. También por eso se pueden excavar túneles que alivian el bloqueo. Y cuesta menos tiempo enterrar a los mártires. Incluso si hay que enterrarlos dos veces, como hace dos meses, cuando las bombas cayeron en dos cementerios.

Marcos Rebollo

Y debido a que en Gaza la mitad son menores, casi un tercio de los muertos de enero (416, según la ONU) también fueron niños. Es lo que ocurre en ‘guerras contra el terror’ que, en verdad, son castigos colectivos indiscriminados. (Poca gente en Gaza sostiene que hubiera una lucha cuerpo a cuerpo: "¿Se puede derribar un tanque con un kalashnikov?", comentaba Ayman, rapero del grupo P.R. cuyo padre, de Fatah, murió en sus brazos derribado por el misil de un tanque el 15 de enero, y cuyas letras hablan de resistencia pacífica).

Otro asunto son los menores que quedan vivos. Muchos de los 1.800 heridos ya han salido de los hospitales. Pero hay otras heridas, cuya cicatriz fermenta dentro. Y desde hace un mes y pico, los trabajadores de salud mental de Gaza, locales y extranjeros, no cesan de trabajar, de hacer recuento de esas heridas, de aplicarles un bálsamo, de prevenir que se agranden. Tarea difícil y lenta. Con los más pequeños a través de juegos, dibujo libre, bailes y mucho cariño. "Al principio dejándoles que expresen su tristeza, rabia u odio, y ya luego, más tarde, trabajando con valores positivos", asegura una psicóloga de Gaza City. Sami Owaida, psiquiatra infantil del Gaza Community Mental Health Center, alerta de los peligros futuros: "Esto es un ciclo: algunos de los niños que sufrieron la primera intifada tiraron piedras en la segunda o se suicidaron matando tras el 96. Y la generación de ahora que más ha perdido será más violenta y agresiva. Es la estupidez de los políticos: atacan porque así creen que crearán desamparados que cederán, aceptando lo que acabarán dándonos. Pero no es así. Muchos preferirán morir a rendirse".

Es una opinión repetida. Pero Sami alerta: no hay que hiperdramatizar esta tragedia. La resiliencia (o la capacidad para sobreponerse a eventos traumáticos) es grande. Se ve en las escuelas, llenas de niños que ríen y juegan. Todo ha vuelto a la ‘normalidad’. Aunque en una guardería una profesora diga: ¡Grad!, y los niños en coro hagan el ruido de un cohete. Esta fuerza, quizá, venga de la costumbre. "Y de los factores protectores como la familia, la religión o la solidaridad entre vecinos", asegura Owaida.

Marcos Rebollo

"Se llama Hadil y está enferma. Perdió su casa hace mes y medio. Si no le trasplantan un riñón, puede morir. La familia aún no ha conseguido el permiso para salir de la Franja".

Hoy en Gaza hay manifestaciones y Cisjordania está de huelga por la ejecución inminente de una orden de derribo de 88 casas árabes en Jerusalén oriental, por no tener licencias, aunque casi todas están construidas antes de que se fundara el Estado de Israel, en 1948. En Gaza, la ofensiva dejó a 20.000 familias con sus hogares total o parcialmente destruidos. Su derribo es el factor clave que causa "la indefensión y la impotencia" de la gente, "a veces incluso más que la muerte de un familiar", cuenta Mohammed Abu Shawish, del Trauma Center, con dos hijos a los que, durante la contienda, enchufaba al canal de dibujos animados en vez de Aljazeera, marcada por cadáveres amortajados. El 80% de la Franja estaba a oscuras, pero él compró un generador en noviembre. Asegura que perder el techo no daña tanto por el dinero perdido, sino porque "aquí la casa es el gran símbolo, el epicentro de todo, el escudo para los tuyos, el único lugar de ocio: uno comienza a construirla de joven y termina de viejo. La levantas para asegurar tu retiro, para pasársela a tu hijo. Si la destruyen, te destrozan el pasado y el futuro. Y aquí los abuelos de dos tercios de la población vinieron de Israel tras el 48, tuvieron que abandonar sus casas y empezar de nuevo". Y añade algo obvio: tener padres vagabundos, durmiendo en tiendas de la ONU, marca de por vida a los hijos. Enumera los efectos psicológicos en muchos menores, pasado un mes: "Quieren seguir durmiendo entre el padre y la madre, orinan en la cama, tienen insomnio o pesadillas, presentan neurosis, síntomas regresivos o no quieren jugar con amigos ni alejarse de sus padres. Unos tienen conductas agresivas, otros bajan en su rendimiento escolar o no quieren ir a la escuela".

Tras el 18 de febrero, el Trauma Center se desplazó a los lugares más devastados, pero en enero, con la Franja hirviendo y cortada en tres, no pudo tratar más que a los pacientes de un par de hospitales de su zona. El millón y medio de gazenses se encerró, con poca comida y mucho miedo, en una habitación de sus casas (o en dos: "Así, de ser impactados, había más posibilidades de sobrevivir", cuentan muchos), y sólo hubo trasiego con las evacuaciones y en las largas colas a por el pan por las mañanas. ¿Cómo proteger a los más pequeños? ¿Mentirles, suavizar la verdad? Hubo, claro, reacciones dispares. Quienes intentaron acunar a los más pequeños con historias fantásticas. Hubo un padre que les decía que la artillería de tanques eran mujeres sacudiendo alfombras y los misiles, tambores. Otro se inventó que fuera cazaban un monstruo marino. Otro más propuso un juego: gritar fuerte ¡Alá es grande! cuando caía el plomo ensordecedor. Los hubo que, atenazados por el pánico, imbuyeron de más pánico a los niños. O los que describían el Paraíso, "adonde todos podríamos ir pronto". También los que intentaron alejar el peligro, "aquí no es, es en el pueblo de al lado". Y los que contaron la verdad desnuda porque, como contaba un vecino de Rafah (al sur de la Franja: una tierra horadada por infinidad de invasiones y ataques desde hace 60 años), "¿cómo voy a mentir a mi niño, que distingue a la perfección el misil de un F-16 del de un apache?".

El doctor Owaida cree que "es mejor decirles que dormir juntos sólo es temporal, que cuando te diga: ‘estás a salvo’, vuelvan a sus camas. Y contarles la verdad, aunque sea dura, de una manera simple, firme y con cariño, haciéndoles ver que no están solos". Cuenta un caso que vivió durante la segunda intifada, en 2001: "Un padre le dijo a su hija: es un helicóptero, ¡pero no habrá más! La niña le creyó y se calmó, pero al rato sonó otro y se fue corriendo dos kilómetros hasta casa de sus abuelos. Si les mientes no les proteges: perderán la confianza, no te preguntarán más, buscarán otras respuestas, quizá malas, y construirán su futuro de una manera errónea".