Redacción Internacional.- La epifanía cinematográfica de Mickey Rourke se llama "The Wrestler", una cinta que probablemente le dé su primer Óscar el domingo y en la que el antaño excesivo Darren Aronofsky presenta la figura del perdedor como destino, casi como opción vital.
Sobre la musculatura ajada de Rourke descansa gran parte del mérito de la película: su vida parece desembocar de manera lógica en el personaje de Randy "The Ram" Robinson, un luchador de peleas amañadas que encuentra en la agresividad del ring un bálsamo para la vida.
Con el pelo rubio platino, la cara desfigurada por dos motivos opuestos -las marcas de su anterior etapa como boxeador y el botox de estrella de cine mal gestionada- y una animalidad a flor de piel, Rourke parece haberse preparado el personaje durante años.
Sin embargo, es el grito salvaje de un rebelde cuya vida queda justificada por esta interpretación magistral. No hay que pedir redención, porque nadie echará de menos al sex symbol. La bestia es mucho mejor.
Tras la potencia de su interpretación, mitad impacto físico, mitad sabiduría emocional del que ha recibido innumerables reveses en la vida, se esconde además la gran habilidad de Darren Aronofsky para escuchar lo que le pedía el relato: combates explícitos codo con codo con sobrio desgarro emocional.
Y así, "The Wrestler" es la parábola de personas tan equivocadas en la vida que para ellas volver a la senda de lo correcto sería una traición a su esencia, un elemento sumamente desestabilizador para ellas y su entorno. El error reiterado acaba creando sus códigos de conducta coherente y la película lanza una aguda respuesta al refrán: a veces sí es tarde para las dichas buenas.
"Ram" prefiere pactar la virulencia que enfrentarse a la placidez de una normalidad sin rumbo definido. Capea las satisfacciones de la vida. Da derechazo al amor y un golpe bajo a la paternidad. En el ring está acostumbrado a estar a la defensiva, a detestar la vulnerabilidad.
Asume las contrapartidas de la decisión, aunque a veces se arrepiente hasta la vergüenza hacia sí mismo por su incapacidad de estar a la altura de los que le ayudan.
Se acerca al patetismo de una "stripper" con amor a raudales que encarna con impresionantes cualidades físicas e interpretativas Marisa Tomei o a una hija que no puede soportar ni una decepción más. Pero es su lucha y es en solitario.
Aronofsky, que había ido abigarrando su cine desde "Pi" (1998) hasta "The Fountain (La fuente de la vida)" (2006), se lanza a la cámara al hombro y al feísmo en "The Wrestler". Y también amaña el resultado al darle un final digno al perdedor.
Su trampa premeditada es mostrar la emoción como esa rara especie que germina con fuerza purificadora entre lo sórdido y lo mugriento. Y allí, consigue extraerle una belleza deslumbrante.
Mateo Sancho Cardiel
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