Los crímenes sin castigo y el fantasma de Anna Politkovskaya

Vitali Shentalinski fue el creador de su propio método. Emulando el truco de un compatriota con un apellido igual de sonoro —Stanislavski—, el escritor y poeta ruso se convirtió en investigador poniéndose en la piel de otros literatos que jamás conoció: los represaliados por Stalin. Veinte años buceando en el mar de papeles que son los archivos de la KGB y la Procuraduría de la desaparecida Unión Soviética —entre los que se mezclan documentos manuscritos, informes falsificados o que se daban por perdidos—, le han servido para dar a luz tres obras, 'Esclavos de la libertad', 'Denuncia contra Sócrates' y 'Crimen sin castigo', que se ha presentado en España esta semana. Este pequeño homenaje a Dostoievski, que da nombre al último libro de Shentalinski , podría servir para titular el último episodio negro que ha conmocionado a buena parte de la sociedad rusa: los asesinatos del abogado Stanislav Markelov y la periodista Anastasia Bavuroba, un doble atentado en Moscú que deja claro que los crímenes políticos no son cosa del pasado en Rusia.

(EFE)

El objetivo era Markelov. Fue atacado el pasado lunes en Moscú mientras caminaba junto a Baburova, una reportera que realizaba prácticas profesionales en Novaya Gazeta, el mismo periódico en el que trabajaba Anna Politkovskaya. Él murió en el acto. El corazón de la joven periodista, que se estaba especializando en derechos humanos, dejaba de latir tan sólo unas horas después. ¿Su pecado? Aparentemente, sólo su afán de destapar algunos casos de abusos cometidos por las autoridades. Markelov llevaba casos como el de Elza Kungayeva, una chechena asesinada por un oficial del ejército ruso en 2000. También lideraba una campaña contra el coronel Yuri Budanov, uno de los sospechosos del asesinato.

Sus nombres se han unido de manera inexorable a la crónica negra de los crímenes políticos en Rusia. Desde que Shentalinski abrió la primera rendija de la caja de Pandora como director de la Comisión para el Legado Creativo de los Escritores Rusos de la Represión, los vientos de la KGB llevaban escritos los nombres de célebres literatos rusos como Anna Ajmátova, Mijaíl Bulgákov, Andréi Platónov, Marina Tsvetáyeva, Borís Pasternak, Isaac Bábel, Ósip Mandelshtam y otros menos conocidos que fueron a parar al Gulag.

Los crímenes de hoy en día no se cometen a escondidas en islas remotas o en Siberia. Lo cuenta Jane Buchanan, una de las principales investigadoras de Rusia de Human Rights Watch (HRW). "Lo que nos alarma es que estos asesinatos fueron cometidos en el centro de Moscú, a plena luz del día", lo que demuestra, según ella ,el grado de complicidad de las autoridades con estos crímenes. "Estamos viendo que personas que intentan destapar violaciones de derechos humanos son asesinadas", explica en conversación telefónica desde Nueva York. "Varios críticos con las autoridades en Rusia, especialmente aquellos que relatan las torturas, secuestros y ejecuciones extrajudiciales en el Norte del Cáucaso, han perdido sus vidas en los últimos años", se lamenta.

Eso temía Shentalinski cuando intentó aproximarse a los archivos que demostraban los crímenes de la era Stalin hace más de dos décadas. El autor ha contado en varias ocasiones que, en un primer momento, copiaba los documentos a mano. Más tarde comenzó a grabarse mientras los leía en voz alta, pero con el paso de los años, su confianza era tal, que pedía las fotocopias directamente a los funcionarios de la KGB. Las bromas que estos hacían con él le llevaron a pensar que algo había cambiado en su país.

Pero, en opinión de HRW, algunos de estos cambios, y las buenas intenciones, se han quedado en agua de borrajas. Según Buchanan, las autoridades rusas tienen que demostrar que están con los derechos humanos investigando crímenes aparentemente políticos que se repiten cada pocos meses en el país. De momento no hay respuesta. Ningún representante del Gobierno les ha recibido y por eso apelan a la Unión Europea para que presione urgentemente a las autoridades rusas y que éstas apliquen la justicia a los responsables de los asesinatos. También piden a los gobernantes del Viejo Continente que empujen a Moscú a que garantice la seguridad de la gente como Markelov, "que lucha por la libertad en Rusia".

¿Mirar al pasado para mejorar el presente?

Shentalinski opina que parte del problema radica en que el país vive una especia de "amnesia histórica", que no le ha dejado digerir su pasado, lo que supone un gran peligro de volver a él. Se siente alarmado por la polarización y por la voluntad manifiesta de la mitad de los ciudadanos de ponerse del lado de los revolucionarios si volviera a repetirse la historia de 1917. Reflexiona, "¿será que no hemos aprendido nada?"

Para Rachel Denber, directora de HRW en Europa y Asia Central, falta mucho por aprender para que estas cosas no se repitan. Si ayer eran los poetas y escritores, hoy son los defensores de derechos. Según Denber, el asesinato de Markelov recuerda demasiado al de Anna Politovskaya, a años luz de resolverse, y cada una de estas muertes "es una gran pérdida. "Para las víctimas de los abusos contra los derechos humanos en Chechenia, el nombre de Markelov era el sinónimo de esperanza y justicia", sostiene.

El autor de 'Crimen sin castigo' reconoce que hoy en día "tampoco hay libertad". De hecho, en una entrevista reciente en El País avisaba de que el asesinato de Anna Politóvskaya es "un aviso" de la creciente censura en la Rusia de Putin, para él responsable en parte de todo lo que está pasado. Sin embargo, Shentalinski se rebela contra la mala imagen de Rusia y repite que "Rusia no es Putin ni Anna Politóvskaya, es mucho más". Para la directora de HRW en Europa y Asia Central, la imagen oscura no se diluirá del todo mientras en Rusia sigan muriendo "aquellos que arremeten contra los abusos y trabajan para acabar con ellos".