BUENOS AIRES (ARGENTINA).- Con casi un siglo de vida, la Línea A de este subte argentino destaca por su estilo histórico y pintoresco, por sus luces tenues y aptas que inspiran películas de misterio, y sobre todo, por las anécdotas e historias que esconden sus vagones y estaciones.
Estación de Casto Barros, en la línea A
Cuando se habla del subte de Buenos Aires, ese extraño topo que intenta descongestionar el tránsito, en las páginas de los diarios y en la boca de todos los porteños, las quejas son siempre las mismas: "se viaja mal y caro, el estado de los coches es deplorable, el sistema de transporte público está colapsado, las tarifas no paran de subir pero el servicio no mejora..." La única excepción a esta regla es la Línea A: por las historias y anécdotas de sus vagones y estaciones, por su estilo pintoresco y antiguo, por sus luces tenues y aptas para películas de misterio, y por hacer un recorrido histórico desde la Plaza de Mayo hasta Flores.
Este tramo, que hoy cuenta con más de diez kilómetros de longitud y transporta a diario a 190.000 personas, fue abierto al público el 1 de diciembre de 1913, hace casi un siglo, convirtiéndose en la primera línea de suburbano inaugurada en América Latina, y la que circula hoy con los vagones originales más antiguos. El motivo de su fundación se debió a la explosión demográfica que vivió años antes la capital argentina, cuya población se triplicó en la primera década del siglo XX, alcanzando casi un millón y medio de habitantes. Con esta inauguración, Buenos Aires se convertía así en la decimotercera ciudad del mundo en contar con este servicio, y la primera de todo el hemisferio sur.
Cuando arrancó el primer metro de esta línea celeste, los primeros 50 coches utilizados fueron cuatro ingleses 'United Electric' y 46 coches de fabricación belga 'La Brugeoise'. Éstos últimos aún se conservan y forman parte del encanto de este subterráneo. El pasajero que se sube en ellos siente que viaja a través del tiempo, entre luces entrecortadas y un movimiento oscilatorio más parecido a un barco que a un vagón. Este ambiente que toca lo siniestro y lo misterioso, hizo que la línea A fuese protagonista del film argentino de ciencia ficción 'Moebius' (de Gustavo R. Mosquera, 1996), donde uno de los vagones de la línea se desvanecía con todos sus pasajeros en el espacio y en el tiempo.
Las 14 estaciones originales de la línea A —ahora tiene 16— tenían recubiertas sus paredes con azulejos blancos decoradas con frisos de distintos colores, instalados en su momento para que la población, con un alto grado de analfabetismo, pudiera reconocer las estaciones. La estación 'Plaza de Mayo' era celeste, 'Perú' era de color crema, 'Piedras' era verde y así sucesivamente hasta la vieja estación 'Plaza Miserere', que también era celeste, color que ha conservado esta línea hasta la actualidad. En 1997, este tramo, junto a las estaciones originales de las líneas C, D y E, fueron declaradas Monumento Histórico Nacional por su valor testimonial.
En los años 80, se restauró la estación 'Perú', ubicada en el barrio porteño de Monserrat, con el fin de devolverle el aspecto original que lucía a principios del siglo XX. De esta forma, la estación volvió a tener el mismo tipo de iluminación, rejas, afiches publicitarios de aquella época (ya descoloridos). Incluso la boca de entrada a la estación conserva su aspecto original. Son estaciones congeladas en el tiempo convertidas en involuntarios museos de época.
Como no podías ser menos, la misteriosa línea A ha dado pie a muchas leyendas urbanas que hablan de líneas secretas y estaciones fantasmas. Las paradas de Pasco y Alberti, que se encontraban a menos de 200 metros de proximidad, se cerraron en 1951. Hoy algunas historias hablan de que cuando en el recorrido se apaga la luz del vagón, se puede observar por las ventanas viajeros vestidos de época que esperan en una estación donde el tren nunca se detiene.
Interior de uno de los vagones de la línea A
También cuentan de que durante la construcción de una estación cercana a Pasco y Alberto, un derrumbe causó la muerte de varios obreros. Aunque se sabe que esa estación fue suspendida debido a una mala construcción que no permitía un ágil estacionamiento, muchos porteños esconden en su memoria una historia fantástica o divertida para contar sobre ese paraje. Según la leyenda, si viajas en el último subte de la línea A —el de las 23:30h— se puede ver a dos obreros sentados y con palas en la estación que quedó a medio construir. Ambos te siguen la mirada hasta que desaparece el tren. Da escalofríos.
Otra historia que gira en torno a la estación fantasma de esta antigua línea azul es la que cuenta un canillita joven (vendedor callejero de periódicos) a todos los turistas que se acercan a la estación: "Mi padre me apretaba la mano fuerte y entrábamos de un saltito. Una vez por semana —la única vez que lo veía— tomábamos la línea A del subte, desde la estación Uruguay hasta Acoyte, rumbo a su casa en el Gran Buenos Aires. Como era pequeño, casi siempre nos cedían el asiento y yo apoyaba mi cabeza en su sobretodo azul. Entre el sueño que comenzaba a apoderarse de mis ojos y la mezcla de olor a húmedo y colonia barata que se ponía para no oler a borracho, mi viejo comenzaba a narrar historias fantásticas y de aventuras que habían ocurrido años atrás en el subte".
"La que recuerdo con más detalle, es una en dónde un viejo amigo de mi padre era un guerrero incansable que luchaba contra unos monstruos nocturnos que se desplazaban en autos enormes y verdes. Joaquín, ese amigo, luchaba casi sin armas pero con una convicción que podía enfrentar a más de cien de los monstruos. Con sus ideas y estrategias vencía al enemigo en incasables batallas. Pero, por errores que no recuerdo o no entendía, ese amigo murió al ser ferozmente atacado y después de que una máquina le chupara, la memoria"
"Así Joaquín pasó a vivir como un fantasma en una estación vacía que hay entre las estaciones 'Pasco' y 'Alberti'. Era un fantasma, o como decía mi viejo, un 'desaparecido'. Algunas veces cuando pasábamos por esa estación, mi padre con los ojos un poco tristes, me decía que escuchaba la voz de su amigo, llamándolo o cantándole una marcha pegadiza…Claro está, que años después, entendí el significado de esa historia. Mi padre no me contaba cualquier historia sino su historia. La historia de su generación y sus compañeros de la década de los 70…"
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