ROMA.- No tiene la solera del metro de Londres, ni el encanto del de París, ni las dimensiones del de Madrid. El subterráneo de Roma, la Metropolitana como es conocida aquí, es una de las redes suburbanas más cortas, recientes y menos desarrolladas de todas las existentes en las grandes capitales europeas.
Este suburbano ofrece un servicio de perfil bajo que debería cubrir las necesidades de movilidad de los cerca de cuatro millones de personas que viven en Roma y su área metropolitana, además de la avalancha de turistas que visita a diario la capital de Italia. Los romanos disponen únicamente de 39 kilómetros de red divididos en dos líneas, A y B, con un sólo intercambiador común en la atestada estación de Termini —compárese con los 284 kilómetros de Madrid o los 38,91 de Bilbao—. A estas líneas hay que sumar los trenes ligeros que hacen las veces de metro, pero en superficie.
Los motivos de esta precariedad en el transporte público son varios: falta de voluntad política, la pasión por el transporte privado que siempre ha caracterizado a los italianos y, sobre todo, la composición misma de una ciudad milenaria en la que cada indagación en la tierra saca a la luz siglos de urbanismo superpuesto.
Roma siempre ha tenido una relación agónica con el metro y sus interminables obras. La primera línea, bautizada como B, fue planificada antes de la Segunda Guerra Mundial para unir el centro y el sudoeste, donde una gran explanada acogería la Exposición Universal Romana (EUR), prevista para celebrar en 1942 los 20 años del régimen mussoliniano.
La guerra frustró la exhibición, cuyos preparativos dejaron en la zona un conjunto de interesantes edificios. También afectó al metro, que fue inaugurado en 1955, una fecha tardía si se compara con muchos de sus homólogos europeos. En aquel momento, sólo cuatro estaciones de las doce construidas se hallaban en núcleos habitados.
La línea A fue diseñada en 1964 pero no se inauguró hasta 1980. En esos 16 años de obras hubo de todo. Errores de cálculo, denuncias por ruidos que detuvieron las obras durante cinco años y el mayor reto arqueológico del momento, los restos hallados junto a la actual 'Piazza della Repubblica'. El resultado final: una línea nueva para los años 80 pero planificada dos décadas atrás: cuando algunas paradas eran un erial en medio del campo y se ignoraba la explosión demográfica que se daría en la zona sudeste de Roma, por donde discurre la línea.
Con todo, y pese a sus limitaciones, el metro da servicio diariamente a miles de trabajadores y de turistas, muchos de los cuales lo utilizan para desplazarse a visitar los ansiados monumentos. Pese a su homogeneidad, hay algunas estaciones reseñables. Colosseo, en la línea B, es una de las más agradecidas. Tan sólo unos metros separan el andén del edificio más fotografiado de la ciudad.
En Cipro nos haremos una idea de las dimensiones que nos esperan en los vecinos Museos Vaticanos mientras que una salida al atardecer en Circo Massimo nos recompensará con una bonita puesta de sol sobre las cúpulas de la ciudad. En Cineccità estaremos muy cerca de la gran fábrica de sueños europea. La línea A entre Flamino y Lepanto cruza el Tiber por el exterior y se pueden apreciar fugazmente los puentes y la arquitectura del entorno. En el vestíbulo de Repubblica sorprende un resto de la antigua muralla.
Una tercera línea, la C, se encuentra actualmente en construcción con plena operatividad y prevista, aunque bastante improbable, para 2017. La línea atravesará algunos puntos claves del centro de la ciudad como Plaza Venecia, lo que ha levantado críticas por parte de algunos sectores preocupados no sólo por la destrucción del patrimonio arqueológico, sino también por el impacto visual de las estaciones y ascensores en tan privilegiado entorno.
La autoridad del transporte romana se ha apresurado a decir que excavan por debajo de los 30 metros, que es donde dejan de encontrarse restos, y que diversos especialistas diseñarán los accesos con el mínimo impacto estético. Para disfrutar del subsuelo romano sólo hace falta un euro.
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