Quince días antes de abandonar la Casa Blanca con la reputación de haber sido el peor presidente de los Estados Unidos de los que se guarda memoria, George Bush dio el lunes su firma en blanco a la prosecución de la operación israelí en Gaza. Al mismo tiempo, Nicolas Sarkozy efectuaba una gesticulación diplomática, de la que él posee el secreto, y cuyo impacto corre el riesgo de ser más fuerte sobre los informativos de las 20 horas en Francia que sobre el desarrollo del conflicto.
Columnas de humo tras los intensos bombardeos israelíes sobre la Franja de Gaza.
Símbolo de esta urgencia de no apresurarse es que, el Consejo de Seguridad de la ONU —ya sabéis, esa "cosa" en Nueva York que se supone que ha de garantizar la paz en el mundo—, se reunió el lunes para decidir volver a verse... el miércoles. La misma agitación estéril se instala en ese otro gran círculo de la sabiduría internacional: La Liga Árabe. Sobre todo no apresurarse, el ritmo de la diplomacia no es el de los F-16.
¿Sorprendente? No, no realmente. Está claro que hoy, los habitantes de Gaza están solos en el mundo, víctimas de un consenso suficientemente grande para dejar que Israel "termine el trabajo" contra los islamistas de Hamás.
Un consenso que mezcla la administración Bush —la venidera de Obama no lo sabemos, ya que la 'Esfinge' se calla hasta el 20 de enero—; Europa, excepto algunos matices, a pesar de las llamadas al alto al fuego de París; una parte del mundo árabe, empezando por Egipto que tiene ya bastantes preocupaciones con sus Hermanos Musulmanes como para tener mucha indulgencia con las del vecino palestino.
Este consenso se remonta, de hecho, a la victoria de Hamás en las elecciones legislativas palestinas de enero de 2006. Cogidos por sorpresa (Hamás también, ¡es verdad¡), los occidentales decidieron establecer un cordón sanitario alrededor del movimiento islamista, que tenía por corolario hacer la vida de los habitantes de Gaza aún más infernal: no hay límite en el descenso a los infiernos.
La lógica era que los 1,5 millones de habitantes de Gaza se darían cuenta de que votar a Hamás les hacía la vida difícil, y se revolverían contra sus nuevos amos que, por añadidura, habían exterminado al Fatah por las armas. Ese escenario no se produjo, la resistencia de los habitantes de Gaza es legendaria y han sufrido en silencio.
Para comprender el error de cálculo, tanto ayer como hoy, leed la entrevista, en Le Monde (en francés), a Salah Abdel-Jawad, un profesor de la Universidad palestina de Bir-Zeit. Conocí a Salah hace veinticinco años, en Ramala.
Hijo de un antiguo alcalde de esta gran ciudad de Cisjordania, este joven universitario de entonces, me había servido de guía entre las colinas de Cisjordania, en medio de las colonias judías que nacían, erigían sus alambradas, sus lanzaderas, sus carreteras paralelas, reduciendo cada día un poco más el perímetro de los palestinos.
Al encontrarme con Salah Abdel-Jawad veinticinco años después en Le Monde no me sorprenden sus propósitos, sólo su moderación persistente a pesar de un cuarto de siglo de desilusiones, de frustraciones vividas por su generación. Explica muy bien porqué, como además se titula el artículo, "los israelíes se ilusionan si cuentan con un derrocamiento de Hamás por parte del pueblo". Y con ellos, George Bush, Bernard Kouchner, Hosni Moubarak y algunos otros.
Se puede argumentar hasta el infinito sobre quién ha roto la tregua, los lanzacohetes o el bloqueo israelí... Nos podemos interrogar sobre la "desproporción" —es la palabra suave de la nueva jerga diplomática para hablar de los bombardeos aéreos— de la respuesta israelí... Podemos también, por supuesto, preguntarnos cómo hacer que cesen los lanzamientos ciegos de cohetes sobre la población civil del sur de Israel.
Pero al final, no escaparemos a la cuestión más global de la separación entre israelíes y palestinos, de la negociación con todos los actores, incluidos los menos simpáticos y de la internacionalización del problema —ver a este respecto las propuestas hechas el lunes por el International Crisis Group de Bruselas, que propone enviar una fuerza multinacional de interposición y una presencia de la Unión Europea en Rafah, en el lugar de paso entre Gaza y Egipto— que verá al mundo imponer una solución a un conflicto que lo conduzca hacia un "conflicto de civilizaciones" que no tiene nada de ineluctable.
Mientras esperamos a un improbable Mesías diplomático —a Hillary Clinton se la ve mal en ese papel, desgraciadamente—, el ballet de los hipócritas va a seguir, y el infierno de los habitantes de Gaza continúa.
Este artículo apareció originalmente en el medio francés Rue89
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