Madrid.- El soldado colombiano William Pérez, cautivo de las FARC durante diez años, seis de ellos encadenado, dice no "contaminar" su alma con el rencor hacia sus captores, a muchos de los cuales salvó la vida y sólo anhela la libertad de los compañeros que dejó en la selva.
El soldado colombiano William Pérez, hoy en Madrid.
El soldado fue liberado hace apenas cuatro meses junto a la ex candidata presidencial colombiana Ingrid Betancourt y otros secuestrados en una operación llevada a cabo por el Ejército de su país.
Ingrid es la "culpable" de que este joven de 33 años no tenga apenas tiempo de hablar con su madre, hermanos y amigos, afirma en una entrevista con EFE aprovechando una visita a Madrid para recoger el premio de Derechos Humanos que le ha otorgado el Consejo General de la Abogacía Española.
Se equivocó al pensar que la recuperación iba a ser menos traumática: sus oídos no reconocían el sonido de los teléfonos móviles ni soportaban el ruido; la luz eléctrica le dañaba los ojos, la comida con la que soñaba en su cautiverio no le apetecía; y, al principio, era incapaz de observar el entorno debido a que la tupida vegetación de la selva le impedía ver más allá de dos metros.
Hoy se sorprende de todo, de la lluvia, del paso de un coche, del vuelo de un pájaro y hasta la contaminación de Madrid le causa asombro.
Durante los diez años y cuatro meses de cautiverio, William atendió en la selva a sus compañeros militares y a otros secuestrados, al tiempo que salvó la vida a muchos de los terroristas que le daban comida mezclada con arena, vidrio y "puntillas" (clavos) y le obligaban a caminar en harapos durante días para escapar del acoso del Ejército.
El cabo, que ha empezado a estudiar francés después de que el Gobierno galo le haya ofrecido una beca para cursar estudios de Medicina, recuerda que sufrió "cosas terribles", pero a pesar de ello "no contamino -dice- mi alma con el rencor".
"No tiene justificación lo que hicieron y ojalá recapacitaran, pero es casi imposible, porque es gente desquiciada dentro de una ideología marchita. Siento lástima por ellos, porque las condiciones en las que viven son tremendas", explica el soldado, que destila paz en el modo de hablar y mirar a los ojos.
Estuvo seis años encadenado y el resto atado con una especie de lazo alrededor de los brazos y la cabeza que cuando tiraban de él le apretaba la garganta: "Lo ahorcaban a uno un poco y caías al suelo", relata.
Según William, en la selva tuvo la ocasión de demostrar a los terroristas cuál es la diferencia entre ellos y un soldado.
"Por ética y por formación no soy capaz de ver a alguien moribundo o enfermo y, aunque sea el enemigo, no hacer nada por él. Para mí eran pacientes", subraya.
A cambio de sus cuidados no recibía ningún tipo de gratificación, algo que él tampoco hubiera aceptado, pero sí es cierto que trataban de no molestarle más de la cuenta.
Tras su liberación, asegura el soldado, "existe un ambiente distinto en Colombia, la gente le ve a uno y se emociona. Colombia tiene hoy un renacer, un despertar, apoya a su fuerza pública ...".
Hoy, su principal lucha es que el mundo recuerde a sus 28 compañeros militares aún capturados en la selva.
"Le pido a Ingrid que no se olvide la imagen de los secuestrados, porque cuando estábamos todos allá decíamos que fulano salió y ni siquiera habló de los que quedaron, y salió otro y habló el primer día y ya nunca más apareció en los medios", comenta.
"Yo no quiero repetir lo mismo, me siento con ese compromiso", insiste el cabo, que tiene intención de continuar en el Ejército con independencia de cursar los estudios de Medicina.
Confiesa que ha cambiado "muchísimo" en todo este tiempo. Tenía tan sólo 22 años cuando cayó en la emboscada.
Ya no se exalta por nada, es más tranquilo, su espíritu "ni sube ni baja" y no es capaz de discutir con nadie: "Encuentro mucha paz en mi vida y ahora solo me queda esperar que pueda vivir muchos años más", anhela.
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