"Las dos imágenes son igual de duras y las dos retratan la tragedia de ETA: arriba, la muerte; abajo, la indiferencia". José Luis —ningún detalle más que pueda identificarle— se refiere a la portada de este jueves del diario 'El Mundo', que, "ni por asomo", se ha atrevido a comentar con sus alumnos de Ética y Filosofía de un instituto guipuzcoano. El cadáver ensangrentado de la última víctima del terrorismo, Ignacio Uría, compartía apertura con la fotografía de su cuadrilla de tute, en la que volvían a repartirse las cartas horas después del crimen.
Portada del diario 'El Mundo' del jueves 4 de diciembre.
"Pero, ¿qué le pasa a esta sociedad?", se pregunta un profesor sin respuestas. ¿Es una muestra de cobardía, una coraza para evadirse de una situación a la que no se encuentra explicación, simplemente una muestra del miedo legítimo a no ser el siguiente o un homenaje al amigo asesinado?
"Desgraciadamente les podría haber puesto a mis alumnos un ejercicio real sobre la moral y los principios éticos ante la tragedia y el dolor ajeno, pero claro...", lamenta José Luis, quien ha desistido del intento después de la experiencia de recibir "reproches velados" de compañeros por "expresar mi rechazo al terrorismo" en clase.
Quien también se ha hecho esa misma pregunta ha sido el sociólogo Imanol Zubero. "La fotografía es impactante, revuelve las tripas porque supone una falsa normalidad después de la tragedia de un asesinato vil", comenta. Sin embargo, "es en parte también tramposa, porque todos hemos seguido nuestras vidas con normalidad. Es cierto que hemos parado quince minutos en la Universidad, en el trabajo, delante de los Ayuntamientos..., pero luego, hemos continuado como el resto de los días", añade este profesor en el País Vasco y senador socialista.
Eso es lo que argumentan desde la cafetería Uranga, donde se reúne la cuadrilla de amigos de Uria desde hace años. "Aquí llegaron todos destrozados y durante dos horas estuvieron hablando de Inaxio con lágrimas en los ojos. Y al final de la tarde decidieron echar una partida en su homenaje", comenta la camarera del local. "Es indecente los juicios que se están haciendo, porque esos mismos periodistas mañana se olvidarán de este hombre, y sus amigos le tendrán presente siempre", añade.
Por eso Zubero no se atreve a juzgar la actitud del grupo que compartía tapete todas las tardes con Uria. "Es cierto que en la sociedad vasca hay cierta indiferencia cuando uno no se siente víctima, porque no todos tenemos las mismas papeletas para serlo". Esa indiferencia la vivió este senador cuando a mediados de los ochenta, junto a otro compañero, se concentraron solos en la plaza de su pueblo, Alonsotegi, para condenar los crímenes de ETA. "La gente pasaba al lado de la pancarta y ni se paraba un minuto en solidaridad con los asesinados", recuerda.
"Esto es propio de una sociedad cobarde, de una sociedad con una profunda relajación de sus valores morales, que vive en un simulacro de realidad de país", apunta José Manuel Mata, profesor de Ciencia Política en la Universidad del País Vasco y uno de los fundadores del Euskobarómetro.
Mata considera que en Euskadi después de cada asesinato de ETA "se produce una rebelión momentánea de repulsa, pero luego no tiene continuidad. La gente no da un paso adelante y aisla a los que justifican la violencia, sino que vuelve a irse con ellos de potes y vinos". Esta actitud se refleja en las encuestas, donde cada vez son más los vascos que se acogen a la respuesta 'no sé / no contesto' cuando las cuestiones versan sobre terrorismo. Muchos lo atribuyen a cierto hartazgo, "aunque también hay una parte de desistimiento ante la situación y de no ver una solución", según la opinión de este profesor.
Tras casi 50 años de existencia y más de 820 asesinatos, la presencia de ETA en la sociedad vasca se contempla por algunos "como un fenómeno natural: una tragedia inevitable, que a veces se hace presente con su zarpazo, pero que forma parte de la realidad", comenta Zubero. "La indiferencia es una actitud que se da también ante otras tragedias: la violencia machista, la hambruna en África, los inmigrantes en cayuco... Aunque en estos casos no es justificable, sí es explicable —comenta el sociólogo—, porque nadie puede soportar tanta carga de conciencia. Pero es distinto cuando pones voz y cara a la persona que sufre y a la que han matado, es necesario poner un plus y no caer en el mirar para otro lado".
"La sociedad vasca no es cobarde, es simplemente miserable, de una bajeza moral enorme", señala una víctima de ETA.
Muchos vecinos y conocidos de Sonsoles Arroyo han mirado para otro lado. Desde el año 2000 —cuando asesinaron a su compañero del Foro de Ermua José Luis López de Lacalle— esta mujer vive amenazada por ETA. Se ha librado de dos intentos de asesinato a sangre fría y los Tédax han desactivado tres paquetes bomba colocados a la puerta de su domicilio en Bilbao. "En ninguna de las ocasiones, ningún vecino, con los que tengo buen trato y cierta amistad, me ha llamado para expresar su apoyo o para interesarse por mi estado", relata.
Para Arroyo, que es vicepresidenta de la Asociación Dignidad y Justicia, la sociedad vasca no es cobarde, "es simplemente miserable, de una bajeza moral enorme". No es, según ella, una comunidad donde le gustaría que crecieran sus hijos, por lo que lo tiene claro: "si fuera madre, me hubiera marchado ya".
Serán quizá los futuros hijos de Arroyo los que algún día se pregunten con serenidad el porqué de lo que ahora ocurre en Euskadi. "No creo que en el futuro los vascos tengan una carga de conciencia por lo ocurrido. Se admitirán algunos errores, pero seguro que surgen teorías que lo justifiquen", apunta Zubero. Han tenido que pasar muchos años, recuerda Mata, para que en el estadio de San Mamés se guardara un minuto —en realidad sólo ocho segundos— por una víctima de ETA. "No se hizo antes porque se decía que era una cuestión política, pero ahora centenares de deportistas no han tenido reparos políticos en pedir que la selección vasca se denomine Euskal Herria", apunta como ejemplo.
Los dos profesores universitarios son pesimistas ante el futuro. "Aunque se acabe la violencia, el problema seguirá, y es que aquí hay mentes fanáticas que no creen en la democracia", dice Zubero. "Se necesitará mucho tiempo para cambiar y revolver a esta sociedad", añade Mata. José Luis se une al pesimismo. "Algunos no verán esa necesidad de cambio. Piensan que sobran tanto los 'chicos de las pistolas' como los 'tocacojones' —léase los no nacionalistas—. Son esos que comen cocochas y beben chacolís mientras zanjan sus argumentaciones con la lapidaria frase de 'porque aquí se vive bien, ¿no?'".
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