Imagine que usted es Barack Obama. Acaba de llevar a cabo la campaña presidencial más tecnológicamente sofisticada de la historia. Sus operarios han manejado a los medios como si de un juego de niños se tratase, mientras coordinaban operaciones de campo mediante mensajes de texto, bombardeos de e-mails, y aplicaciones para el iPhone. Ha demostrado ser un info-ejecutivo moderno con sus e-mails a las 3 A.M. y su preferencia por revisar documentos en su BlackBerry. (Bueno, lo de llevar la Berry colgada del cinturón quedaba un poco mal, pero entiendo que lo hacía para mostrar que es el típico chico que dice "voy a revisar el inventario en cuanto vuelva". Bien.)
Obama y su Berry.
Ahora se está usted preparando para entrar en la Casa Blanca y le van a arrancar su BlackBerry de las manos por motivos de privacidad y seguridad. Saboree la ironía: ha conquistado el Despacho Oval haciendo historia en el campo de la tecnología, para encontrarse con que ahora le piden que gobierne como en el siglo XIX. Son los ecos de Lincoln.
El resto de la Casa Blanca tendrá e-mail, por supuesto, y los ayudantes de Obama tendrán BlackBerrys atadas a sus antebrazos, pero pensar en un presidente que no esté conectado nos da una sensación de parón. En el mundo laboral, muchos de nosotros hemos presenciado momentos en los que se cae el sistema de e-mail de la oficina. La gente sale de sus despachos con cara de asombro, escupiendo sandeces —"¡No podemos hacer nada!"—. A continuación siguen las conversaciones forzosas en los pasillos. Otros se reúnen para visitar antes de tiempo el Starbucks. Alguien con determinación da un portazo y empieza a hacer llamadas telefónicas. Debajo de este aire vagamente festivo, hay una profunda incomodidad, un sentimiento de estar perdidos.
El resto de la Casa Blanca tendrá e-mail, por supuesto, y los ayudantes de Obama tendrán BlackBerrys atadas a sus antebrazos, pero pensar en un presidente que no esté conectado nos da una sensación de parón
Obama está a punto de encontrarse en una isla —se acabaron los e-mails de felicitación de los amigos, los mensajes de los niños, los consejos de Scarlett Johansson (¡!)—. El presidente Bush está deseando, entre otras cosas, recuperar este canal privado: "Recuerdo que cuando era gobernador estaba en contacto con todo tipo de gente de todo el país, mandando e-mails a diestro y siniestro todo el día para mantenerme en contacto con mis amigos". Bush abandonó el e-mail cuando se convirtió en presidente. Clinton prefería el teléfono móvil para sus entrevistas nocturnas y, aunque el e-mail llegó a la Casa Blanca durante el mandato de Bush padre, él no lo usaba. Sin embargo ahora, 'Papi' se define como un "cinturón negro en el envío de e-mails por vía inalámbrica". Le gusta que sus amigos le envíen mensajes durante los partidos de los Houston Astros, en los que se sienta detrás de la base de home-run y les responde con un saludo en la televisión cuando los recibe.
¿Y qué pasa con el resto de los líderes mundiales? Putin, como buen ex agente de la KGB, no usa casi nunca el teléfono móvil, por no hablar del e-mail. Los británicos tuvieron hace poco un embarazoso episodio diplomático cuando una mujer le birló su Berry a un ayudante de Gordon Brown en una discoteca china. Y, el verano pasado, el servicio de seguridad francés prohibió usar BlackBerrys al Gabinete francés, en parte por cuestiones razonables de seguridad y en parte por la razón tan francesa de que "el sistema BlackBerry se encuentra en servidores localizados en EEUU y el Reino Unido". Nicolas Sarkozy también tiene un problema de modales con las BlackBerry; el Telegraph informó de que "estuvo a punto de ofender al Papa" al echar un vistazo a su Berry en el transcurso de una audiencia con el pontífice. Sarkozy ha reducido su uso en público del móvil y la Berry como parte de sus esfuerzos para "dar una imagen de presidente". Esto parece lógico (mirar la Berry durante una conversación cara a cara sugiere una inseguridad nerviosa, mientras que dejarla tranquilamente sobre la mesa y no mirarla sugiere determinación).
Los miembros del Congreso recibieron BlackBerrys tras el 11S, cuando se desveló que estos teléfonos móviles seguían funcionando en las Torres Gemelas después de que fallase el servicio de telefonía móvil. En la actualidad, como declaró Daniel Libit en 'Politico', el 70% del Congreso tiene una BlackBerry, dándose diferentes niveles de adicción. (La edad no es un indicador del amor por la Berry: parece que el senador Ted Stevens, de 85 años, se paseaba por los pasillos del poder ensimismado en la Berry). A algunos congresistas les encanta sentir el zumbido en el cinturón, mientras que otros se preocupan porque el Congreso ya no sea un refugio para protegerse de los electores. El artículo de 'Politico' cita a Steve Frantzich, un profesor de Ciencias Políticas, que teme por el futuro del 'platillo refrigerador' de George Washington —una metáfora que usó el primer presidente para describir el Senado como el lugar donde las ideas más exaltadas de la Casa se suavizan mediante la deliberación—. Un Capitolio que se suba al carro del push e-mail pone en peligro el ideal de 'cambio' de Obama. Uno de los mayores atractivos del e-mail, después de todo, es que se pueden evitar las conversaciones cara a cara. Es mucho más fácil ser partidario o contrario con los dedos.
Durante su campaña, Obama expresó su frustración por su agenda sobrecargada y apuntó la importancia de reservar tiempo para pensar. Así que abandonar la BlackBerry quizá no sea una dificultad, sino más bien la primera y mayor criba para aumentar la productividad de la vida presidencial. Ganar la batalla al e-mail es el sueño común de los frikis de la productividad, que aconsejan mirar el e-mail sólo dos veces al día y desactivar los avisos de mensajes recibidos. El ideal inalcanzable de productividad es un flujo de información que sólo te interrumpe cuando es importante y necesario. En realidad no queremos que no nos llegue ningún e-mail, pero sí sólo los de crucial importancia. Para tal fin, la Casa Blanca ya está diseñada como un sistema de filtrado de información, en el que sólo lo mejor y lo más urgente llegará a la mesa de Obama. El éxito o el fracaso de este sistema residen en el criterio de aquellos de quienes él se rodea.
Aún así, hay algo preocupante en que Obama deje la Berry. Ser el líder del mundo libre puede tener sus compensaciones, pero el no tener el poder de pulsar el botón de enviar debe de dar una sensación de debilidad. Estas rarezas tecnológicas en el despacho más importante sugieren incómodas asociaciones: un FBI con ordenadores cutres, un Gobierno que parece en retroceso, remoto e inútil. No hay que ser un apasionado de los ordenadores para ver que un flujo tranquilo de información puede servir de ayuda a la hora de afrontar la complejidad de la crisis financiera, de Irak, Afganistán, de la educación y de la sanidad. La política de la tecnología empieza por lo más alto. Obama debería sentar precedente teniendo la Berry a su lado: he ahí un Gobierno accesible, capaz y eficiente. Además, un hombre necesita un 'BrickBreaker' para esas largas y aburridas reuniones.
*Este artículo se ha publicado originalmente en el medio digital estadounidense Slate.
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