La intransigencia republicana se cargó el plan de Bush

Bueno, al fin y al cabo, igual el sistema financiero del sector privado no nos hace tanta falta. Ésta es la conclusión a la que parecen haber llegado la mayoría de los diputados republicanos y una minoría de los demócratas al votar el lunes contra el proyecto de ley para un rescate financiero de 700.000 millones de dólares. Quizá lo mejor será que, en unas semanas, queden básicamente sólo dos grandes bancos en el país, JPMorgan Chase y Citigroup. Después de todo lo que ha hecho, tal vez sea esto lo que se merece el sector financiero.

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George W. Bush, afirmó que se encuentra

¿Por qué se han cargado el plan de rescate, por malicia o por incompetencia? El argumento de la incompetencia es difícil de rebatir, pues ha sido descarada, especialmente en el bando republicano de Washington. A los líderes parlamentarios y la Casa Blanca les ha faltado claramente el arrojo —o la energía— para meter en vereda a los congresistas recalcitrantes. "No entiendo por qué el presidente Bush no les ha dicho a los miembros de su partido 'votad a favor'", decía María Bartiromo el lunes en la CNBC (María, aunque tengas que preguntar, es mejor no saberlo). El senador John McCain, que suspendió su campaña para abordar la crisis, ha asegurado —por medio de sus adláteres— haber contribuido enormemente a la mejora del proyecto y a lograr que fuese aceptable. Pero luego ha abandonado la ciudad mientras éste se venía abajo.

Por supuesto, el proyecto podría haberse aprobado si un mayor número de demócratas hubiesen votado a favor. Pero la portavoz, Nancy Pelosi, y compañía consiguieron arrastrar al 60% de su grupo. ¿Por qué se opusieron tantos diputados republicanos? Algunos aducen que Pelosi los ofendió al señalar que los republicanos estaban al mando cuando la cosa se fue al garete. También puede ser que muchos de ellos se hayan concienciado en materia fiscal (claro que, después de aprobar una ampliación de la cobertura sanitaria, aumentos exorbitantes en todo tipo de partidas presupuestarias, y enormes recortes fiscales que conllevaron un aumento de la deuda pública en billones de dólares, no es el momento idóneo para aferrarse a los principios).

Obviamente, buena parte de la motivación de los republicanos obedecía a cálculos políticos —a corto y largo plazo—. Pero resulta muy difícil imaginarse cuáles puedan ser dichos cálculos. Efectivamente, los diputados electos de ambos partidos —especialmente los que se enfrentan a duras campañas de reelección— no quieren quedar expuestos por su voto. Pero consideremos la perspectiva general: a pesar de tanta vacilación y titubeo, los inversores y analistas creen que acabará alcanzándose un acuerdo —porque tiene que haberlo—. Así pues, digamos que los diputados republicanos han conseguido demorar el proceso unas cuantas semanas. Quizás el acuerdo final sea menos oneroso para los contribuyentes —digamos 300.000 millones, en lugar de 700.000—. Y tal vez consigan suprimir algunas de las medidas que las corporaciones y Wall Street consideran aborrecibles (como la limitación de los sueldos de los ejecutivos). Incluso en el mejor de los casos, ¿existe alguna razón para pensar que los políticos republicanos serán recompensados por su intransigencia?

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Wall Street se desplomó casi un 7%.

Por el momento, el caos que han provocado acudiendo a la mesa de negociaciones para montarla luego ha supuesto una desventaja. Cada vez que se está a punto de llegar a un acuerdo y luego se echa por tierra, el mercado (y los muchos implicados) se vuelve loco. Se destruyen grandes cantidades de riqueza. Los mercados cayeron cerca de un 8% tras la machada de ayer, probablemente llevándose por delante cerca de un billón de dólares. Al dar este paso, los republicanos han perdido el apoyo que les pudiera quedar en Wall Street y, probablemente, han agotado una enorme fuente de dinero para la campaña. Preguntado por su valoración de lo sucedido, Lawrence Fink, presidente del gigante de la gestión de activos, Blackrock, afirmó que "la principal decepción proviene del bando republicano". Si un congresista republicano apareciese esa semana por Manhattan para recaudar fondos, seguramente lo emplumarían. Supongo que, en determinadas batallas parlamentarias, la convulsión financiera y las quiebras de bancos podrían ser una buena noticia para los aspirantes republicanos –pero sólo si logran atribuirlos a los diputados demócratas-.

Por último, está claro que el caos es fulminante para el cabeza de cartel. Los números de McCain en las encuestas han ido mermado a lo largo de septiembre, a medida que la crisis financiera ganaba en intensidad. La volatilidad de los mercados no parece estar ayudando mucho al candidato más volátil de la contienda. Cada vez que el mercado cae 100 puntos, parece que Obama consigue más apoyos. En Intrade, donde el precio de los contratos de futuros que apuestan por Mccain ha descendido hasta la cota más baja de los últimos meses, los corredores le dan ahora a Obama un 60% de posibilidades de ganar.

En general, he constatado que muchas de las comparaciones entre la situación actual y la Gran Depresión distan mucho de ser acertadas. Pero hay un terreno en el que la analogía puede revelarse cierta. Tal y como sucedió en 1932, es posible que la incompetencia y la terquedad de los republicanos a la hora de afrontar una crisis financiera lleven a los demócratas a hacerse tanto con la Casa Blanca como con el Congreso.

* Artículo publicado originalmente en Slate