Steve Schmidt, la mano férrea tras la campaña de John McCain

Washington.-  Cuando el pasado fin de semana la inminencia del huracán "Gustav" puso a los republicanos ante la tesitura de qué hacer con su convención, Steve Schmidt fue uno de los principales responsables de decidir qué mensaje lanzar.

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(EFE)

El candidato republicano a la Presidencia de Estados Unidos, John McCain.

Los republicanos anunciaron que suspenderían gran parte de las actividades festivas que rodean la convención y considerarían acortar o cancelar el evento si "Gustav" se convertía en una tragedia humanitaria.

La imagen contribuyó a reforzar el lema central de la campaña de McCain para la presidencia de EEUU: el senador por Arizona antepone los intereses de la nación a los suyos propios.

Ese es el mensaje que han repetido con machacona insistencia en los últimos dos meses los subordinados de Schmidt, el hombre que desde julio dirige la estrategia diaria de comunicación de la campaña de McCain.

Schmidt tiene sólo a una persona por encima de él, Rick Davis, el director general de la campaña, responsable de la convención que se celebra esta semana en Minnesota y de otros proyectos a largo plazo.

El resto de miembros de la campaña rinden cuentas al temperamental estratega jefe de McCain.

Nacido en 1970 en North Plainfield, Nueva Jersey, el "sargento Schmidt", como lo llama McCain, es un protegido de Karl Rove, ex mano derecha del actual inquilino de la Casa Blanca, George W. Bush, y arquitecto de sus dos victorias electorales.

Schmidt fue miembro del equipo de reelección de Bush en 2004 y capitaneó también la reelección del gobernador de California, Arnold Schwarzenegger, en 2006.

De algo más de un metro ochenta de altura y unos 100 kilos de peso, Schmidt llama la atención por su puntiaguda cabeza rapada. Ese distintivo rasgo de su apariencia y el rápido y certero ataque a sus rivales políticos le han valido el sobrenombre de "la bala".

Su dominio del ataque político quedó patente en 2004, cuando ayudó a orquestar una implacable campaña contra el entonces candidato demócrata, John Kerry, a quien presentó como un "flip-flopper" o persona que cambia constantemente de opinión.

Brian Jones, un amigo de la infancia de Schmidt que trabajó con él en la reelección de Bush, recordó en julio al diario "The Wall Street Journal" cómo tenía que mencionar la cambiante opinión de Kerry en cada una de sus respuestas a la prensa.

"Uno se preguntaba cuántas veces se podía repetir lo mismo", indicó Jones en la citada entrevista.

Pero los ataques funcionaron y Schmidt ha vuelto a recurrir a una fórmula similar en este ciclo electoral.

Antes de su desembarco, el candidato presidencial demócrata Barack Obama gozaba de una cómoda ventaja frente a McCain, quien protagonizó uno de los momentos más patéticos de su campaña el 3 de junio, el mismo día en que un triunfal Obama aseguró la candidatura presidencial demócrata.

Esa noche, que marcó el inicio "de facto" de la campaña general, Obama pronunció un entusiasta discurso ante 17.000 seguidores. McCain, por el contrario, compareció ante 600 personas en una intervención tachada de mediocre por los medios de comunicación.

Schmidt, que hasta julio había asesorado de manera informal a McCain, ha reconocido haber pensado esa noche que era necesario rescatar al candidato republicano de lo que se perfilaba como un potencial desastre.

Unos días más tarde se reunió con el senador y poco después asumió las riendas del día a día de la campaña.

Desde entonces, Schmidt y su equipo han insistido en dos ideas: Obama y su falta de experiencia son un gran riesgo. McCain está por encima de las luchas partidistas y pone al país por encima de todo.

Además, intensificaron los ataques contra el "presidenciable" demócrata con una implacable campaña de anuncios en los que se presenta a Obama como una simple celebridad, alguien que no está listo para afrontar los desafíos del liderazgo.

La estrategia ha dado resultado: desde julio, McCain ha cerrado la brecha con su rival, a quien ahora pisa los talones, una evolución sorprendente dada la ventaja con la que parten los demócratas en un año como éste, en el que la popularidad del Gobierno republicano está por los suelos y la economía no levanta cabeza.