Pepiño y la gran vida

Dura poco la alegría en casa del pobre. Yo pensaba que el Vladimiro lo pasaría mal, porque el curro de camarero tiene su punto masoca (me ha dicho que ayer no pudo sentarse en todo el turno), y que el Ahmed lo pasaría de pena, porque además de ser parado y merengón, ahora le toca el Ramadán. Por eso de que las desgracias ajenas alivian las propias, me preparaba para una temporadita de tranquilidad. Pero qué va. Aquí el que lo pasa peor soy yo.

Emilio Naranjo (EFE)

El gran Pepiño Blanco.

Lo de esta madrugada ha sido un escándalo. Serían las cinco cuando me he despertado, no sé si por el vocerío o por el humo. Ya me preparaba para salir corriendo, pensando que se quemaba la casa, y resulta que eran el Ahmed y sus amigotes, que volvían de por ahí y echaban la última fumada antes del amanecer. Venga gritos y venga cigarros, y no se te ocurra meterte con ellos porque en el Ramadán se ponen superpicajosos. Y entre cigarro y cigarro, venga bocatas y buñuelos y pasteles. Total, que ha habido que levantarse, poner buena cara a los chavalotes del Magreb y apuntarse al desayuno ramadámico.

El Vladimiro, en cambio, se ha despertado a las 7, justo cuando la morería acababa de largarse y el Ahmed se metía en el sobre. No se ha enterado de nada, el miserable. El Vladimiro es que no duerme: se muere por la noche y resucita por la mañana. El hombre se ha tomado su cafelito tan feliz, ha abierto las ventanas para ventilar y parecía a punto de irse, cuando se lo ha pensado mejor y ha vuelto al dormitorio. No se le ha ocurrido otra cosa que despertar al Ahmed, que acababa de pillar el sueño: "Ahmed, Ahmed, nada, sólo que se sepas que anoche llamó Mijatovic para ficharte, pero sólo ofrecía 50 kilos y le dijimos que ni hablar". Y ha salido corriendo, el desgraciado, dejándome al Ahmed hecho una fiera.

Cuando he podido calmarle y mandarle otra vez a dormir, que ha costado lo suyo, he puesto la radio. Entonces va y sale el tal Pepiño Blanco, jerifalte del PSOE, diciendo que "los españoles nunca han vivido tan bien, aunque algunos tengan dificultades". Ahí no he podido contenerme, y aunque no sea español, le he dicho cuatro cosas bien dichas al señorito éste. Me he exaltado un poco, lo reconozco. Igual he gritado, puede ser. He preferido no preguntárselo al Ahmed, que salía del cuarto como un zombi diciendo que me mataba.

Me ha perseguido hasta la escalera, yo corriendo hacia la calle y el Ahmed detrás, echando espumarajos. Total, que, por si acaso, no vuelvo a casa hasta la noche. En cuanto salga del locutorio me instalo en el bar del Julián a ver si pasan las horas y si, con suerte, veo cómo le salen varices al capullo del Vladimiro. Porque la culpa es suya. Bueno, más de Pepiño Blanco, pero a ese no le tengo a mano.