PEKÍN.- Si no eres atleta, Very Important Person (VIP), periodista, o no has conseguido entradas para una competición, resulta difícil saborear de cerca los Juegos Olímpicos de Pekín. El recinto olímpico donde están las principales instalaciones es un fortín blindado por barreras y policías. Los escáneres de seguridad marcan los escasos puntos de entrada, donde unos diligentes voluntarios aguardan para filtrar sólo a los afortunados que caminan con la acreditación al cuello o que tienen el ticket para una prueba de la jornada.
El resto, la mayoría de los mortales, volverá a casa con fotografías frente a los modernos edificios, sí, pero un centenar de metros atrás y con una valla metálica de por medio. "¿Acaso no son estos los Juegos del pueblo?", se quejaba el otro día una mujer ante una voluntaria perpleja. La señora, pekinesa de carácter rebelde, sólo quería entrar al ‘Olympic Green’, sacarse un par de fotos con el Nido de Pájaro y el Cubo de Agua, y sentirse en el epicentro de la acción, acariciando por unos minutos cómo se siente ser invitado de la fiesta que ha organizado su país… con la vista puesta en los demás.
Hasta los patrocinadores —que han pagado sumas millonarias por este honor— se han quejado del celo de las autoridades por manejar el flujo de visitantes locales, pues esto ha reducido la visibilidad de sus pabellones, construidos dentro del recinto para pubilicitar sus productos y servicios. "Soy china, estoy orgullosa de mi país y de los Juegos Olímpicos. Sólo quiero echar un vistazo", se quejaba la señora. La voluntaria le explicó que sí, que hay entradas que permiten acceder a la zona sin pasar a los estadios, pero que las distribuye el Gobierno entre grupos de estudiantes y comunidades barriales a los que se les ofrece visitas guiadas.
Afortunadamente, fuera de la malla de hierro, hay actividad suficiente como para no aburrirse: comenzando por los pequeños emperadorcitos chinos, de pelo rapado al estilo olímpico, imitando los aros o el logotipo; pasando por los vendedores ambulantes de parafernalia olímpica no oficial —listos para poner pies en polvorosa a la vista de un policía—; y acabando por la legión de avispados que se han lanzado a la reventa de las entradas. Éstos hacen su negocio con toda la impunidad del mundo, junto al cartel que prohíbe reventas y ante la mirada impotente de los coches patrulla, abrumados por el número de oportunistas.
Pero quienes más llaman la atención son otro género que, Juegos tras Juegos, hace lo posible por lograr la primera posición de entre todos los frikies de temporada. Son los ávidos coleccionistas de pins y chapitas conmemorativas de cada cita deportiva, una comunidad que viaja a cada ciudad anfitriona para hacerse con las nuevos diseños o para intercambiar las viejas joyas.
Una media de 10.000 nuevos pins inundan el mercado cada vez que hay Juegos, sean de Invierno o de Verano. Como la mayoría son distribuidos de forma gratuita por patrocinadores o comités olímpicos nacionales, sólo los más originales o escasos multiplican su precio en el mercado secundario o terciario. Para Pekín 2008 se han 'chinificado', adoptando motivos que hacen referencia a la cultura local: los inevitables pandas, la manida Gran Muralla…, pero también el Estadio Nacional, la sensación de Pekín 2008. Algunos, como el entusiasta de la foto (arriba), se animan incluso a lucirlos.
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Martín Xiaobao es el nombre de guerra de un reportero fascinado por China, sus gentes, idioma, cultura y su gastronomía. Con sus palillos, y desde la trinchera de un 'hutong' pekinés, seleccionará lo más apetitoso de cuanto acontezca en la capital olímpica alrededor del 8 de agosto de 2008, el carismático momento elegido por Pekín para mostrarse al mundo.
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