PEKÍN.- Veo por la calle y leo por ahí que se han preparado 40 millones de flores para poner guapa a Pekín. Un buen montón de ellas han ido a parar a la plaza de Tiananmen y la residencia de los deportistas, según cuentan quienes han tenido la suerte de entrar en "la mejor villa olímpica de todos los tiempos", en palabras del presidente del Comité Olímpico Internacional, Jacques Rogge.
Gran muralla verde, junto al Templo de los Lamas.
Pero las flores también decoran las aceras, los parques y, junto a una fila de centenares de árboles, también la autopista que une el centro de la ciudad con su nuevo y espectacular aeropuerto en forma de dragón. "Julio y agosto son normalmente los meses más duros para las flores. De entre 500 especies de flores, elegimos las 20 más resistentes al calor, incluidos crisantemos y salvias", explica Wang Sumei, vicedirector del departamento forestal paisajista de la ciudad, que desde que Pekín obtuvo sus Olimpiadas, hace ya siete años, ha plantado 30 millones de árboles o arbustos, ‘reverdeciendo’ 8.800 hectáreas urbanas.
Muchos describen a Pekín como una ciudad gris. Digamos que el 50% de tal afirmación se debe a que la ausencia de cielos azules y la neblina-contaminación casi permanente opacan el paisaje urbano. La otra mitad se debe al color del ladrillo que se utilizaba para construir los 'hutongs', las callejuelas tradicionales de casas bajas de Pekín. Y a ese gris, que también es un estado de ánimo, contribuye sin duda la clara identidad de centro de poder, con una seriedad y una sobriedad muy diferente al carácter de otras ciudades chinas.
Herencia de su pasado imperial es la disposición en cuadrículas y una organización casi rectilínea a lo largo de un eje central donde se encuentran los principales edificios gubernamentales y religiosos. Las anchas avenidas y los ministerios mastodónticos recuerdan su alma comunista más reciente. "Aspecto soviético", dicen muchos turistas para describir el aspecto de los alrededores de la plaza de Tiananmen.
Con los Juegos Olímpicos, la Cambaluc de Marco Polo ha recibido brochazos renovadores. Muchos de los 'siheyuan' típicos (literalmente, patio con cuatro casas a los lados), se han bañado en litros de pintura colorada, un rojo muy intenso que es el alma de este país, desde su bandera a los muros de la Ciudad Prohibida. Algunos dueños, sin embargo, se quejan de que la restauración es demasiado "superficial".
Más patentes son en la calle las "decoraciones olímpicas". Los podemos encontrar en algunos espacios públicos, rotondas y parques, sobre todo en el centro de la ciudad y en las vías que llevan a los estadios que albergarán competiciones deportivas. Algunas, como la Gran Muralla de verde que se ha instalado junto al Templo de los Lamas (Yonghegong) son realmente un trabajo espectacular.
Embellecedores que ocultan solares.
Hay, sin embargo, algunos detalles que se han escapado. Pekín, como la mayoría de las prósperas ciudades de China, es la mayoría del tiempo un laberinto de obras. Dicen que en cierto momento, había un millón de obreros trabajando en la capital para levantar estadios, centros comerciales, oficinas, pero también para hacer trabajos de restauración. Pero como la metamorfosis va más allá de la cita olímpica, no todo se ha podido terminar.
Esta idea se aprecia, por ejemplo, en un solar insertado entre el Templo de los Lamas y el Templo de Confuncio, visitados por centenares de turistas a diario. Un vecino me decía que se va a construir un espacio para restaurantes de esos caros y adaptados al gusto de los visitantes. Pero como estas obras no eran prioritarias y el pedazo de tierra da mala imagen, la solución ha sido el embellecedor azul que aparece en la fotografía.
¿Resultón, no? Pues estos carteles gigantes decoran todo Pekín, allá donde hay vergüenzas que tapar.
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Martín Xiaobao es el nombre de guerra de un reportero fascinado por China, sus gentes, idioma, cultura y su gastronomía. Con sus palillos, y desde la trinchera de un 'hutong' pekinés, seleccionará lo más apetitoso de cuanto acontezca en la capital olímpica alrededor del 8 de agosto de 2008, el carismático momento elegido por Pekín para mostrarse al mundo.
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