Querido Quim, sólo tú podías resumir tan contundentemente el asunto del amigo suizo con el uso de una palabra como CLUEDO, que, aunque me sonaba, he tenido que mirar en wikipedia para comprender su significado. (Comentario 12). Pero te equivocas: la verdad es que Pascal, harto de todo, se nos presentó inesperadamente en casa pidiendo unas sopas de ajo. Ni siquiera se tomó la molestia de avisarnos por teléfono para decir que venía. (Además, tuvimos que pagar nosotros su taxi en la puerta, pues había olvidado la cartera no sé dónde. Siempre se le olvida todo).
Donde caben dos, caben tres
Se la hicimos, claro. A la sopa de ajo me refiero. Sobre todo porque repetía como un poseso: «debo limpiar mi sangre, debo limpiar mi sangre...». Entre lo mal que se explica y lo poco que le entendemos, preferimos no entrar en profundidades. También nos pidió ropa limpia, pues venía sin equipaje. Le di una muda, camisa vaquera y unos pantalones de algodón que uso cuando voy a por setas, ya raídos, pero confortables.
Lo malo es que luego pidió más cosas: una cuajada, una manzanilla con flores de Irati... Luego se fue a dormir al cuarto de invitados sin contarnos nada más: «Je suis fatigué. Á demain. Merci». Ni siquiera besó a nuestras mujeres y niños.
Al día siguiente, en cuanto despertó, nos dijo que quería leche de vaca sin hervir para el desayuno, y pan de víspera tostado, sin mantequilla ni mermelada. Y para la comida del mediodía, si no era mucha molestia, un caldo de verduras y merluza frita, sin patatas, sin pimientos, sin ningún otro acompañamiento. Merluza frita, eso es lo que nos pidió, y un poco de lechuga de nuestra huerta ligeramente aliñada. Sin cebolla. Nada más.
Ya sabes, Quim, que en casa la merluza frita la hacemos de cine: cortada a través, golpeada en sentido contrario sobre la tabla —tal y como nos enseñó Fermina—, sazonando los trozos un par de horas antes (Gora David!), rebozada justamente y frita al punto de que el centro quede hecho sin que, por ello, el huevo del rebozado se avellane de color y mate el no-sabor propio de la merluza más fresca.
Si me guardas el secreto, de tanto observar a los cocineros estos con los que ando últimamente, creo que voy a ser capaz de definir la cocina vasca como es debido: no es el sabor, sino la textura lo que verdaderamente nos interesa —con el mínimo de manipulación al fuego—. Fíjate también en nuestras cuatro salsas tan particulares y únicas: la negra de la tinta del chipirón; la vizcaína roja del pimiento choricero para el bacalao; la verde del perejil para la merluza y otros pescados; y la blanca del pilpil, con ajo y aceite, nada más. Ninguna se destaca por el uso de especias encendidas, ni currys ni pimentones ni tomillos ni leches. En nuestra cocina todo es tenue, minimalista, se podría decir, si es que la palabreja, de tan manida, no diera asco. Lo mismo ocurre con las carnes, apenas calentadas sobre fuego y un poco de sal en el último instante, o las hortalizas, cuidadas únicamente de que estén en su punto... Parece que nos duele alejarnos del propio espíritu de los alimentos.
Si me guardas el secreto, de tanto observar a los cocineros estos con los que ando últimamente, creo que voy a ser capaz de definir la cocina vasca como es debido: no es el sabor, sino la textura lo que verdaderamente nos interesa.
La nuestra no es ni mejor ni peor que otras cocinas —ahí esta vuestra cocina catalana como ejemplo—, pero, demonios, chacun avec la sien, es la que más nos gusta en nuestras casas. Y parece que a Pascal también le interesa nuestra manera, ya que aprovecha cualquier excusa para venir, como cuando apareció por Abril, con aquel abrigo empapado, que más parecía una balsa de salvamento marítimo que un atuendo. Aunque esta vez no hay quien le entienda: está cambiado, apenas habla y parece hipnotizado, alelado. Vete a saber dónde habrá andado metido.
Ahora mismo duerme en la habitación que os ofrecimos a ti y a Dolors el fin de semana que estuvisteis entre nosotros para la fiesta de la sidrería. !Qué buen recuerdo! !Qué días gloriosos! (La cuadrilla me pregunta mucho por vosotros, sobre todo Garbiñe). Pero es tarde ya, y te dejo, que seguro que estás escribiendo algún cuento cojonudo y te interrumpo. Ya hablaremos otro día.
En cuanto a Pascal, noto que ha mejorado desde que vino a casa, pues su ronquido no es el mismo que trajo. En fin, que mañana, habrá que ver qué diablos pide para comer. Ojalá le apetezca marmitako, pues hoy he comprado el pescuezo y la ventresca de un atún en Hondarribia, y patatas, pimientos y cebollas tengo en la despensa. Tomate maduro en la huerta. Poco más le podré ofrecer. Espero que se conforme con lo que hay en casa. En fin, todo se andará. Esperemos.
Te envío un abrazo y debes saber que me alegro un montón de que, al menos tú, sigas vivo. Y despierto.
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