La idea más ampulosa y controvertida de Nicolas Sarkozy cara a la presidencia francesa de la UE, la Unión para el Mediterráneo, ve la luz este fin de semana en las inmediaciones del Arco de Triunfo de París. Este escenario, más imperialista que simbólico de las soberanías compartidas de la nueva Europa, ha sido el elegido por el premier francés para reunir a unos 40 jefes de Estado y gobierno de la Unión y de los países ribereños del Mare Nostrum.
Sarkozy es el padre de la unión mediterránea.
El objetivo declarado de Sarkozy es que de este encuentro surja un renovado espíritu de confraternización y una nueva entidad intergubernamental que beneficie a las dos orillas del Mediterráneo. Para ello no ha dudado en preparar un agasajador almuerzo el domingo y diversos actos el lunes, que coincidirán con los festejos y desfiles militares del día de la Bastilla en la capital francesa.
Más allá de la fanfarria, muchos observadores se preguntan cuánto dará de sí este ambicioso proyecto, que ya ha sufrido numerosos recortes durante el último año. Para empezar habrá ausencias importantes: el rey Abdula II de Jordania enviará a un representante; el primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan (quien sospecha que esto es una maniobra de Francia para mantener a Turquía asociada a Bruselas, pero fuera de la UE), no ha querido confirmar su presencia; y el coronel Gadafi de Libia rechazó la invitación tras calificar la iniciativa de "neoimperialista",
Argelia y Marruecos responderán a la convocatoria, pero tras manifestar reticencias. En declaraciones a la prensa, el embajador marroquí en París, Fatalah Sijilmassi, afirmó que su país esperaba más de la propuesta pero que no tenía opción. "Para nosotros es esto o nada", dijo.
El punto más caliente del encuentro parece girar en torno a si en la reunión inaugural el primer ministro israelí Ehud Olmert y el presidente sirio Bashar Assad, se estrecharán la mano o intercambiarán palabra alguna.
"Hemos cambiado la vara de medir de la política exterior europea por quién asiste a las cumbres, como si las políticas se agotaran ahí", dice Jose Ignacio Torreblanca del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores. "Lo importante deberían ser los resultados, no los asistentes. Pero los planes concretos que se van a discutir en París son miniproyectos y no tienen un contenido ni político-económico ni social que puedan transformar la región significativamente".
En palabras del analista europeo de la BBC Mark Mardell, "Very nice idea, dear, ¿pero para qué sirve? Uno se pregunta si, más que una visión, esto es una alucinación transitoria de Sarkozy, un plan sin propósito, una idea que no está respaldada por ninguna estrategia y que no va dirigida hacia ningún objetivo concreto".
Los contenidos de la Unión por el Mediterráneo son, en efecto, vagos y, sobre todo, poco originales. La propuesta del presidente francés es una actualización del proceso de Barcelona, lanzado hace 13 años con el fin de contribuir al desarrollo a las naciones musulmanas del Mediterráneo sur y a impulsar la reconciliación árabe-israelí.
Pero los proyectos que se debatirán en París el fin de semana son de menor alcance político. Girarán en torno a combatir la polución en el Mediterráneo, desarrollar la energía solar, mejorar la vigilancia marítima e impulsar programas de intercambio entre estudiantes y científicos de ambas cuencas del Mediterráneo.
"No hay nada en este plan que suponga un avance frente a Barcelona ni en el aspecto social, ni en el cultural y aún menos en políticas de seguridad, que prácticamente no aparecen", argumenta Jesús Nuñez, director del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH) y especialista en Oriente Medio. "Además, no se contempla el desarrollo de principios democráticos, ni la consolidación del Estado derecho en esos países, ni el conflicto árabe-israelí. ¿Es eso apostar por un Mediterráneo más estable?"
"Para Sarkozy era muy difícil pensar en hacer un discurso final en París ante 40 mandatarios que terminase con la frase: he mejorado Barcelona, o sea, aceptar que su contribución sería sólo incrementar lo que ya habían hecho otros", comenta Torreblanca.
Los funcionarios franceses insisten que la nueva Unión arrojará resultados. Hablan de la creación de una copresidencia que combine a un país europeo con uno de la ribera sur del Mediterráneo (los primeros serán Francia y Egipto) y un secretariado permanente con funcionarios de estados de ambas cuencas.
Pero este planteamiento también genera importantes dudas, entre otras, si los países árabes aceptarían a Israel como representante de la ribera sur en la copresidencia. "Sería impensable", dice Nuñez. "La idea de la copresidencia servirá para dar visibilidad mediática a la cumbre; y se discutirán proyectos rentables y atractivos desde el punto de vista de ciertas inversiones internacionales; pero París no servirá para construir un espacio de paz y prosperidad en la zona".
Otro de los riegos es que Sarkozy utilice su "ClubMed" como herramienta para contribuir a la mayor gloria de Francia, mejorar su influencia en la escena internacional y contrarrestar el poder alemán dentro de Europa .
La sospecha preocupa no sólo a la canciller alemana Angela Merkel, reacia a la iniciativa, también a muchos observadores árabes para quienes las divisiones internas de los países de la ribera sur, su falta de cooperación mutua o la ausencia de seguridad jurídica para las inversiones extranjeras augura un mal futuro al proyecto.
"La Unión para el Mediterráneo es una idea bonita pero una pérdida de tiempo", dice el analista libanés George E. Irani. "No funcionará mientras no haya una mayor integración económica y política entre los países árabes. Pero sus intereses son demasiado divergentes. Es muy probable que Sarkozy sea capaz de venderles este espejismo, que algunos creen que es agua. Pero el proyecto no dará resultado."
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