Russert versus Losantos

Tim Russert, director y moderador del veterano programa 'Meet the Press' y maestro de periodistas, falleció el pasado viernes en la redacción de la NBC de un ataque al corazón mientras preparaba el programa del día. La muerte ha privado al entrevistador más temido por Washington de asistir al cambio político que se avecina en los USA, después de que el pasado siete de mayo hiciera un profético adelanto del resultado de las primarias. "Ya sabemos quién será el nominado demócrata: Obama", adelantó. Todo Estados Unidos llora la muerte de un periodista que, desde la independencia y con una imborrable sonrisa en la boca, amaba su profesión: «¿No es increíble que nos paguen por hacer este trabajo?».

Jiménez Losantos, locutor de la COPE, sigue vivito y coleando después de renovar su contrato con la cadena de los obispos, y de haber sido condenado a indemnizar con 36.000 euros al alcalde de Madrid por injuriarle gravemente en varios de sus programas radiofónicos. El locutor, que según sentencia del Tribunal Constitucional utilizó expresiones "insultantes e innecesarias para el recto ejercicio de la libertad de prensa", no parece arrepentido: "tiene alguna ventaja la sentencia: cifra el honor de Gallardón en seis millones de pesetas… Si es por ese precio, seguiré".

Russert era famoso por su imparcialidad. Por su educada agresividad para con los políticos, por ser incómodo y acorralar a sus entrevistados, recordándoles declaraciones o hechos que desnudaban sus promesas o sus contradicciones. Losantos es famoso entre algunos taxistas.

Russert y Losantos representan las dos caras del periodismo. A nosotros nos ha tocado Losantos. ¡Haber elegido muerte! Losantos es la punta de lanza de un estilo informativo que funciona muy bien en España, y que consiste en no permitir que los principios de la ética periodística impidan alcanzar el éxito, el poder y la pasta. Columnista de El Mundo, Losantos es, como Russert en Estados Unidos, un modelo a seguir. Ustedes ya me entienden...

Como Hermann Tertsch, el irascible periodista que hoy comienza a presentar 'Diario de la noche', el informativo nocturno de Telemadrid. Tertsch es, tras German Yanke y Sánchez Dragó, la nueva estrella de las medianoches en la cadena pública madrileña. Un digno sucesor de ambos, y seguramente la pieza que le faltaba al engranaje de cadena en la que destaca 'Madrid opina', la pantomima con forma de debate que presenta Ernesto Sáenz de Buruaga.

Ayer Buruaga, en un nuevo ejercicio de independencia, reunió la habitual reala anti gubernamental. Pero no era su día: un solo hombre, Manuel Conthe, economista, desmontó desde la razón y el conocimiento las previsiones catastrofistas de los tertulianos. Lo tuvo muy fácil: era el único que no se hacía pasar por periodista, que no parecía cegado por el interés y que hablaba desde el conocimiento. A su lado, José Oneto, Edurne Uriarte, Cristina López Schlichting o Casimiro García Abadillo se volvían invisibles.

Hace poco leí en el periódico El Mundo una entrevista promocional con López Schlichting, locutora de la COPE y tertuliana televisiva, en la que contaba que una vez tuvo que fingir que era una prostituta para hacer un reportaje en la Casa de Campo. Para evitar problemas con los posibles clientes, confesaba que se puso una tarifa desorbitada. ¿20 euros? ¿25 euros?

La cifra, por excesiva que parezca, es lo de menos. En el mundo del periodismo y la tertulia televisada se cobra muchísimo más. Seguramente por eso le das una patada a un bote y salen media docena de putas. Y otra media de putos. Furcias y chaperos de guante blanco, hombres y mujeres que convierten las pantallas en púlpitos, desde los cuales nos ofrecen sus infinitos conocimientos, sus opiniones imparciales, sus moderados comentarios... Luego pasan el cestillo.

Como siempre, tenía razón Tim Russert ¿No es increíble que les paguen por hacer este trabajo?

Un motivo para no ver la televisión

El otro nombre de Laura
Autor: Benjamin Black
Editorial: Alfaguara

John Banville, interesantísimo escritor irlandés, da rienda suelta a sus instintos criminales utilizando el seudónimo de Benjamin Black. Primero fue 'El secreto de Christine', libro en el que presentaba a Quirke, un forense de carácter solitario aficionado a meterse en líos. Ahora, en 'El otro nombre de Laura', insiste en esa capacidad para complicarse la vida añadiendo a los habituales problemas (un crimen) pinceladas de pornografía, extorsión y drogas.

Quirke es el protagonista de unas novelas negras de gran recorrido. No sólo por los perfiles de los personajes, ejercicios de maestría literaria, sino por el tono general de la obra, absolutamente original. Black (Banville) serpentea por las callejuelas del alma de unos personajes apagados, pero densos, que se escurrirán inevitablemente entre los dedos del cazador de tópicos.

'El otro nombre de Laura' es una vigorosa y cáustica novela negra que se debe saborear sin bajar la guardia, con los cinco sentidos. Un placer oscuro.