La crisis del petróleo puede traer consecuencias tan profundas como las que se derivaron de la revolución neolítca o la revolución industrial, según uno de los autores de 'El final de la era del petróleo barato', libro que hoy se presenta. La incertidumbre que rodea al 'oro negro' podría derivar, a largo plazo, en un nuevo modelo de organización social y económica, en la que se daría marcha atrás a algunos de los principios que han gobernado el período de globalización económica. Por ejemplo, el precio del transporte podría complicar la deslocalización de la producción y devolver la economía a planos más locales y regionales.
Planta petrolífera en China.
El incremento del precio del petróleo, que se ha duplicado en los últimos 12 meses, ha confirmado la enorme dependencia de la economía actual con respecto al petróleo. Sin ir más lejos, el 95% del transporte terrestre, aéreo y marítimo depende de este carburante. Y esto no solo afecta a nuestros vuelos de bajo coste para pasar el fin de semana en Londres, sino que va mucho más allá.
El sistema económico actual se sustenta, en buena medida, en la deslocalización del sistema productivo, a través del cual, producción y consumo pueden encontrarse muy dispersos en el espacio. Esto ha sido posible merced al precio asequible del petróleo, que se convirtió en el combustible estrella durante prácticamente todo el siglo XX, debido a su buen precio, su alta concentración energética por unidad de volumen, la facilidad de su transporte y la versatilidad de sus usos.
La agricultura moderna también se apuntó a la fiesta de la accesibilidad del petróleo. La agricultura, tal y como se concibe hoy en día, depende del 'oro negro' para labrar campos, irrigarlos, fertilizarlos, combatir las plagas y las malas hierbas, para recoger las cosechas y para llevarlas a los mercados.
Como a todo en la vida, parece que al petróleo le ha llegado su hora. Es la idea que se extrae, por ejemplo, de la lectura de un artículo publicado en el número de junio de 2008 de la revista 'National Geographic' y firmado por Paul Roberts, autor de 'El fin del petróleo'. "No se puede saber cuánto petróleo queda en la Tierra. Pero incluso las previsiones más optimistas sostienen que antes de la mitad del siglo se alcanzará el cénit del petróleo [algunos autores creen que ya se ha alcanzado], el punto a partir del cual ya se habrá extraído la mitad de las reservas mundiales", asegura el autor. "Una vez extraída la mitad de las reservas originales de petróleo del mundo, cada año resultará más difícil arrancarle algo más al subsuelo, hasta que sea imposible", añade Roberts.
Sin ir más lejos, Indonesia ha anunciado hoy que abandonará la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) a final de año, ante la fuerte caída de su producción de crudo, que le ha convertido en un importador neto. También Gordon Brown se ha referido a la espinosa cuestión en un escrito en el diario británico 'The Guardian'.
Manifestación de agricultores en Francia.
Hoy se presenta en Barcelona 'El final de la era del petróleo barato', una obra que expone la situación actual de las reservas energéticas y repasa las alternativas posibles. Joaquim Sempere y Enric Tello, que son los coordinadores de la obra, creen que hay que llevar el debate más allá de la cuestión energía nuclear frente a energías renovables, y plantearse directamente si es prudente mantener sin discusión el discurso del crecimiento económico ilimitado. "Lo más razonable sería un cambio hacia un modelo que no necesitara tanta energía", nos dice Joaquim Sempere. "Es insensato tratar de crecer indefinidamente, y más si todos queremos imitar a los que más tienen", añade.
Hay mucha incertidumbre sobre cuáles pueden ser los resultados de la crisis energética. "La transformación puede ser comparable a la revolución neolítica o a la revolución industrial", según el punto de vista de Enric Tello. Un panorama tan incierto es terreno abonado para especulaciones y para construcciones utópicas. Es la opinión de Ernest García, uno de los colaboradores de 'El final de la era del petróleo barato', cuando afirma que "se podría hablar con bastante propiedad del florecimiento en ciernes de una nueva oleada de pensamiento utópico".
Ernest García recoge una de las construcciones más peculiares. Kunstler, escritor e ideólogo del "nuevo urbanismo", cree que la situación actual puede desembocar en una crisis prolongada, con la que se producirá un ajuste económico a una escala adecuada. Esto es, se pasaría de una economía desperdigada y deslocalizada hacia un gusto por lo más pequeño, lo menor y lo mejor. Estos serían algunos de los escenarios tras la crisis, según los recoge García: "ciudades pequeñas rodeadas por tierras agrícolas, restablecimiento de las diferencias entre lo urbano y lo rural, desaparición de los grandes centros comerciales, geografías cotidianas susceptibles de ser recorridas a pie, rehabilitación de edificios de dos a cinco pisos, obsolescencia de los rascacielos y de las áreas de aparcamiento (...), la reaparición de la artesanía, fragmentación del estado-nación, desaparición de productos y profesiones inútiles (como los repelentes de insectos, los agentes de viajes y el marketing), resurgimiento del ferrocarril, drástica contracción del consumo de masas...".
Si bien este planteamiento puede parecer descabellado o exagerado en algunos puntos, como reconoce el propio Ernest García, también pueden extraerse lecturas muy interesantes. Por ejemplo, la posibilidad de volver a economías más locales y de más proximidad, dando marcha atrás a algunas de las lógicas que ha impuesto la globalización, tan dependientes del transporte y del petróleo.
Refinería de petróleo en Cuba.
Las posturas expuestas hasta ahora (si buscamos más allá del debate entre renovables y nucleares), se pueden resumir en dos visiones. Por un lado, los desarrollistas, entre los que se cuentan el mundo empresarial, los gobernantes y las corrientes académicas dominantes, para quienes el crecimiento económico sigue siendo un objetivo prioritario e irrenunciable, según explica Joaquim Sempere. En el plano medioambiental, confiarían en medidas de ahorro y aumento de eficiencia, en usos más racionales de las energías fósiles, la exploración de medidas paliativas, las nucleares y en un desarrollo de las renovables como energías complementarias. "La idea de los desarrollistas consiste en introducir todas las medidas técnicas que haga falta para lograr preservar el sistema socioeconómico liberal vigente, basado en la propiedad capitalista, la reglamentación mínima, el crecimiento indefinido y la expansión de los mercados en el mundo entero, y por tanto, del comercio y el transporte", asegura Sempere.
Por contra, los sostenibilistas "creen que es una locura la expansión y el crecimiento indefinidos. Piensan que deben redimensionarse a la baja las actividades humanas y detener el crecimiento", según expone el mismo autor. No creen en la posibilidad del crecimiento indefinido por sus impactos ambientales y por las desastrosas consecuencias sobre la población que podrían producirse, como posibles retrocesos en el suministro de alimentos, nuevas migraciones, guerras... Creen en las energías renovables, pero piensan que no podrían proporcionar los volúmenes de energía que serían necesarios para seguir manteniendo el actual modelo de producción y consumo, división del trabajo y densidad de transporte. Y, menos aún, seguir creciendo.
El 'decrecimiento' defiende un descenso ordenado del crecimiento, para supeditar el mercado a la sociedad.
Una de las corrientes más potentes que se enmarcan dentro de esta posición es la del 'decrecimiento' (la información más completa en decroissance.org, en francés), un concepto político relativamente nuevo que llega a defender el crecimiento negativo, a través de un descenso ordenado del crecimiento, como objetivo de la acción política. "De alguna manera que a mí se me escapa existe un pensamiento dominante que relaciona directamente crecimiento económico (más producción, más consumo) con desarrollo, con prosperidad e incluso (aquí se disparan mis alarmas) como remedio contra las desigualdades", decía Gustavo Duch en una tribuna en 'El País'. Las claves del decrecimiento son, según este autor, "supeditar el mercado a la sociedad, sustituir la competencia por la cooperación, acomodar la economía a la economía de la naturaleza y del sustento, para poder estar en condiciones de retomar el control de nuestras vidas. La ciudadanía del mundo no pierde nada, pierden las corporaciones".
Sin embargo, parece que los seres humanos tendrían que renunciar a algunas de las comodidades que el crecimiento ha facilitado. ¿Estarían las personas dispuestas a renunciar a tantas facilidades? "Si no lo hacen voluntariamente, lo tendrán que hacer a la fuerza, debido a lo insostenible que llegaría a ser la situación", pronostica Joaquim Sempere. Además, añade, "en los años 60 se consumía cerca de una cuarta parte de energía. ¿Y acaso la gente tenía solo un cuarto de la felicidad que tiene ahora?".
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