Kala Ywa (Birmania).- Los espías se han convertido en el principal instrumento de la Junta Militar de Birmania (Myanmar) para controlar la distribución de la ayuda humanitaria internacional para las víctimas de la destrucción causada por el ciclón "Nargis".
Varios niños supervivientes del ciclón Nargis permanecen junto a sus casas dañadas de Yangón, Birmania.
Junto a cada una de las pequeñas aldeas situadas al borde de la única carretera que surca el delta del río Irrawaddy, la región más afectada por la catástrofe, los chivatos del régimen se encargan de que nadie, y sobre todo ningún extranjero, vea cómo se reparte el material de emergencia.
Por si no fueran suficientes, en los numerosos puestos de control militares a la entrada de cada pueblo o aldea, por diminuto y remoto que sea, se colocan uno o varios agentes de paisano que fingen estar descansando o que juegan a las cartas bajo un chamizo.
Sin embargo, no pierden detalle de cada persona que cruza por allí y dejan a la vista su radioteléfono, con el que alertan a los militares de cualquier conducta sospechosa.
A su lado, una familia desplazada por la catástrofe escarba entre la basura buscando, pero ellos no son los que les preocupan.
La presencia de un extranjero sí les produce cierto nerviosismo y se levantan de sus taburetes para investigar qué sucede cuando un periodista camuflado se les aproxima a la salida de Kala Ywa, unos 80 kilómetros al sureste de Rangún.
No impiden el paso, pero su amenazador semblante es un claro indicativo de que los forasteros no son bienvenidos, antes de proceder a tomar los datos del conductor y el número de matrícula.
En ese momento, el chófer ya sabe que no debe volver a aparecer por allí y que puede incluso ser arrestado a su vuelta a Rangún, la antigua capital.
"Son peores que la Policía o los soldados, no se limitan a golpearte o detenerte, te anotan en su libreta y a partir de ese momento pasas a ser sospechoso de todo", explicó a Efe Ko Thin, un estudiante de inglés de 22 años que contempló la escena.
Este joven fue uno de los miles de arrestados tras las marchas a favor de la democracia del pasado septiembre en Rangún, en su caso por limitarse a observar en la calle como los monjes budistas echaron un pulso pacífico, que perdieron, a la Junta Militar.
Fue puesto en libertad tras dos semanas encarcelado y el mismo informador que le delató le advirtió de que la próxima vez irán a por su familia.
La mayoría de los espías pertenece al cuerpo castrense, pero muchos son civiles dispuestos a vigilar a sus vecinos para ganar un dinero extra.
En el delta del Irrawaddy, su principal labor es ocultar el destino final de la ayuda humanitaria, trasladada por personal local de organizaciones como la Cruz Roja, que pese a ser una de las pocas organizaciones no gubernamentales (ONG) con permiso para trabajar en Birmania, no puede tener sobre el terreno a sus mejores expertos en gestión de emergencias, porque son foráneos.
Varias agencias internacionales han denunciado que los militares confiscan sus cargamentos y que el material de socorro no llega a quien más lo necesita.
Así, estiman que la ayuda ha llegado a apenas 500.000 de los más de dos millones de afectados por el ciclón, según datos de la ONU.
La Junta Militar lo niega y mantiene el veto de acceso al delta del Irrawaddy a cualquier extranjero, incluidos cooperantes.
Es particularmente llamativa en una zona tan pobre del país la presencia de decenas de motocicletas, que sólo están autorizados a conducir carteros, militares o los agentes de los servicios de inteligencia.
"Hace un mes, nadie había visto nunca motos por aquí, pues la mayoría no recibe correspondencia o va a recogerla a Rangún", apuntó Ko Thin.
Muchos jóvenes son seducidos con la posibilidad de conducir una motocicleta para ingresar en los servicios de inteligencia, a los que los birmanos temen incluso más que a la Policía o el Ejército, aunque no vayan armados.
En Rangún, los espías se centran estos días en informar de cualquier conducta que pueda generar incidentes o protestas durante la presencia del secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki-moon, quien hoy cierra una visita de dos días a Birmania.
Los principales lugares públicos de la mayor ciudad del país están plagados de "mirones" en todas las esquinas y decenas de ellos supervisan cada movimiento de los monjes en las pagodas de Shwedagon y Sule, escenario de las manifestaciones antigubernamentales de septiembre.
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